Madrid, sábado a 33 grados, el mismo número que recuerda (a los que aún tienen un mínimo de cultura religiosa) la muerte de Jesús. Misa de 12 en la basílica castrense en la calle Sacramento. Se llama Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas. Es propiedad del Ministerio de Defensa. Estas realidades no las encuentro en Catalunya. Entro y me pongo la mascarilla. Es el flamante primer día en que nos la podemos sacar. Debo ser de las pocas que van por Madrid sin: la gente se resiste a abandonarla. Muchos llevan la bandera española en el bozal. Yo he entrado antes en la librería San Pablo y me he comprado una que no he visto llevar a nadie todavía: una mascarilla blanca como de Primera Comunión, con las palabras de "Dios te salve María, llena eres de gracia". La mascarilla más católica que jamás ha existido.

La basílica está llena, de hecho, no puedo avanzar y me quedo atrás de todo junto a una chica muy concentrada con su bebé. Va arreglada con un estilo rosa pastel y elegantes perlas que encuentro a menudo en Madrid. La iglesia mezcla la fuerza contrarreformista con toques barrocos y rococó. Todo es bonito, pero especialmente un cuadro de Luca Giordano con la Sagrada Familia. Una coral francamente solvente lo intensifica aún más. Hay unos voluntarios de Cáritas Castrense que me sonríen. Soy del gremio y no sabía que existe una filial de Cáritas militar. Siempre aprendes cosas, Miriam. Miro el altar. Antes que a Nuestro Señor visualizo la bandera de España, grande y bien visible en el altar. Como otros países, en Grecia por ejemplo, cada vez que entras en la iglesia hay dos banderas: la azul y blanca griega y la amarilla y negra con el águila bicéfala de la Ortodoxia. No me resulta extraño, los pueblos tienen una fe y la expresan. Pero hoy la visión de la bandera me chirría. Es la semana posindultos, y en Madrid el tema aparece en cada conversación. Los obispos españoles han pedido superar las actitudes "inamovibles" y apuestan por el diálogo. Concretamente piden respeto por la justicia, pero también perdón y misericordia. Llené intensos años de mi vida estudiando la política de comunicación de los obispos españoles, a quienes dediqué la tesis doctoral. Pues bien, el gesto de esta semana, que a muchos les parece insuficiente, es muy elocuente. No puedes poner de acuerdo a todo un episcopado con visiones distintas, pero que el portavoz acabe reconociendo que esta disparidad de opiniones existe, ya es un avance. Recordemos que venimos del hasthag de “la unidad de España”. Y Luís Arguello, portavoz de los obispos, habló de diálogo ante "ese bodrio", como define despectivamente Juan Manuel de Prada en la asamblea de obispos españoles.

Los indultos molestan y el diálogo aún más. El respeto por la ley no puede ser sólo un respeto punitivo cuando conviene y una falta de respeto cuando el castigo desaparece. El cardenal Omella no ha sido un elemento imperceptible en esta negociación con sus hermanos en el episcopado español, al contrario. No es fácil el diálogo en la España de dos colores, pero los bandos esterilizan. Y períodos infértiles ya hemos atravesado unos cuantos y han sido devastadores. Salgo de misa con la idea de que hay muchas Españas y muchas más visiones de la Iglesia que la que mucha gente tiene. Clichés. Algunos se esfuerzan por visibilizarlo y desarticular los bloques monolíticos. Quizás no podrán, pero se acercarán más a la verdad de las cosas, que nunca son paletas monocolores.