En la jerga eclesiástica, el defensor del vínculo es aquella figura que defiende la validez del matrimonio y en las causas de nulidad expone aquello que pueda ser aducido contra la nulidad o la disolución. Más allá del matrimonio, hoy necesitamos reforzar los vínculos de todo tipo. Los vínculos son parte de nuestros pactos. Sin vínculos no avanzamos. El mismo lenguaje tecnológico está basado en los vínculos (link, de hecho, quiere decir vínculo). Una información te lleva a otra, y vas saltando, y con un poco de suerte, profundizando. También puedes ir saltando y dispersándote, naturalmente. Sin vínculo no nos acompañamos. Sin vínculo no hay interés, ni proyecto que vaya más allá de nosotros y nuestra sombra.

Edgar Morin, filósofo de 98 años, ha hablado desde su confinamiento en Francia y en sus entrevistas lamenta que hemos creado un mundo en que no hay fraternidad. La fraternidad es la más maltratada entre los ideales republicanos. Se ha exaltado la libertad y la igualdad, y la fraternidad o unión entre hermanos o considerados iguales ha quedado relegada. Y sin fraternidad, sin responder a la pregunta por el otro, por tu hermano, no se puede adelantar. El riesgo de desvincularse es cada vez mayor. Desvincularse de todo, por cansancio, por tedio, por desinterés. De una película, de un discurso, de un sermón, de una clase, de un webinar, de una conversación. Vincularse reclama un esfuerzo, no es sólo fruto de una emoción adolescente que nos ata al otro de manera indisoluble.

Ante la sociedad de la desvinculación, apostemos por la sociedad que nos haga corresponsables y creativos ante la vida en común

Los intelectuales de Cristianisme i Justícia, una entidad catalana con proyección mundial que hace reflexiones siempre pertinentes sobre lo que pasa en el mundo, ya hicieron su reflexión de fin de año hace seis meses alertando de que "ha llegado el momento de forjar nuevos vínculos". De hecho, se titulaba así su misiva, que empezaba constatando que "un malestar enorme recorre el mundo". Se quejaban de que después de la irrupción de las grandes transformaciones tecnológicas a partir del siglo XX hemos dejado atrás el paradigma de vinculación y hemos pasado al paradigma de la salvación individual, del autodesarrollo, en que nadie se siente responsable del desarrollo de los otros. Admitían que este fenómeno venía propulsado por una economía capitalista que ha profundizado todavía más en este proceso de desvinculación entre los individuos que ha potenciado la globalización. Las Naciones Unidas nos proponfen un desarrollo humano, inclusivo y sostenible, y el coronavirus ha venido a recordarlo en mayúscula, subrayado y negrita. El papa Francisco no se cansa de alertar contra el virus del individualismo. Es un peligro que haya una disolución de los proyectos colectivos y el desinterés por aquello que afecta a todo el mundo. Para recrear la vinculación, pues, hay que cuidar las relaciones. Un aspecto positivo del confinamiento es que ha recordado a todo el mundo que los vínculos necesitan cuidados, atención, proactividad. A un amigo no sólo lr piensas, también le tienes que hacer saber que lo tienes en el pensamiento, y eso reclama de ti una acción, un mensaje, una llamada, un gesto, un detalle. No vivimos de vínculos intuidos o anhelados, sino de constataciones y demostraciones. El afecto se verbaliza, no se piensa, sólo. Pasar tiempo improductivo con los otros, defienden desde Cristianisme i Justícia, que citan al teólogo belga Jacques Haers que nos recuerda que antes de ser individuos, somos relación. Pensemos en nosotros un momento: hay un nosotros, antes que uno yo. Ante la sociedad de la desvinculación, apostemos por la sociedad que nos haga corresponsables y creativos ante la vida en común.