Bonafilla (1045), Esmengarda, Arsinda, Adeleidis o Ermessenda son los nombres de las primeras abadesas del monasterio de Sant Daniel en Girona. Otras abadesas han tenido nombres como Sibil·la de Vilamarí, Violant de Biure o Elisenda d'Alguer. Nombres preciosos de mujeres con carácter que llevaron las riendas de un monasterio que todavía señorea. Está en el valle de Sant Daniel de Girona, un lugar de penumbra y calma donde reside el decapitado Daniel (este monje armenio fue asesinado el 888 en Arles, en la Provenza, y su cabeza fue enterrada en Girona), y donde mujeres durante generaciones han hecho una opción radical, que es dejarlo todo (¿todo?) y entrar en la vida monástica, en este caso según la regla benedictina. Ora et labora. Y rogar por las causas más próximas y más lejanas. De personas en prisión hasta víctimas de violencias diversas.

En el 2013 iniciaron los actos para celebrar su primer milenio. No es un detalle menor: mil años de presencia femenina religiosa benedictina continuada con plegaria, trabajo y acogida. Assumpció Pifarré, la priora, es muy hábil en hacer que la vida en el monasterio gerundense sea atractivo. No sólo invita a visitar este edificio, bien cultural de interés nacional, y a hablar con las monjas. También lo ha abierto a visitas y aplaude que un grupo de laicos esté dinamizando la vida de la comunidad con la liturgia, los cantos, los paseos, conferencias y, en definitiva, la vinculación entre una comunidad pequeña de mujeres y una ciudadanía que desconoce sus claves. Ahora, además, han decidido convertir el gallinero en una residencia para acoger a 30 personas con discapacidad intelectual y se han unido a la misión de la Fundación Ramon Noguera.

Los monasterios parecen oasis de paz, pero también han sufrido guerras. Estas monjas naturalmente lo han tenido que abandonar varias veces por conflictos y saqueos. El último fue el 1939. El edificio fue tomado para uso escolar y para refugiados de guerra.

Sin embargo en Sant Daniel no saben qué es un traslado: hace mil años que viven allí mismo excepto en estos periodos bélicos: siempre vuelven a su sitio. El monasterio románico fue fundado por la condesa Ermessenda, esposa del conde Ramón Borrell. Su hijo, Ramón Berenguer I, continuó con donaciones al monasterio. El obispo lo propició y bendijo. Muchas realidades religiosas no serían nada sin ayudas externas: su fundación, en este caso, tuvo la suerte de un obispo con visión y de una mujer con poder que quiso su existencia. Para que los monasterios no se extingan, también hace falta la implicación de agentes externos. Es difícil querer lo que no conoces, o colaborar en causas que no te dicen nada. La voluntad de apertura de Sant Daniel no es sólo "abrámonos o muramos". Hablando con las monjas te das cuenta de que sin ser de este mundo, tienen un conocimiento de lo que pasa, de lo que nos pasa, enorme. Sería una lástima desperdiciar este bagaje. Quieren ser parte del tejido social y no solo custodiar un ingente patrimonio artístico y cultural. La vida pasa también a través de ellas, un foco de acogimiento en un mundo que necesita esta mirada.