Efervescencia, protesta, estudiantes, tarimas fuera, obreros, intelectuales. "Prohibido prohibir". "Nuestros sueños no caben en vuestras urnas". Son consignas, ideales y conceptos aferrados a la idea o recuerdo que tenemos de mayo del 68. "Una intensificación de la energía de los protagonistas en la protesta", dice Peio Sànchez, experto en cine: París como centro neurálgico, la universidad como imán de protesta. La filósofa Anna Pagès cita al lingüista Jean-Claude Milner, que reconocía que en aquel momento histórico "nadie comprendía qué estaba pasando delante mismo de sus ojos. Nadie sabía qué hacía. Nadie sabía qué decía". Marcuse lo bautizó como el final de la utopía. Ratzinger afirmó que "el año 1968 va ligado al surgimiento de una nueva generación que no solo consideró inadecuada, llena de injusticia y egoísmo la obra de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial, sino que concibió toda la evolución de la historia, empezando por la época del triunfo del cristianismo, como un error y un fracaso".

¿El mayo del 68 fue realmente una revolución o fracasó? ¿Qué queda de él? Se lo han planteado sin ambages y con un alto espíritu crítico en el Congreso Internacional sobre Mayo de 1968 en Barcelona expertos mundiales. Se han reunido en el Ateneu Universitari Sant Pacià, conocido en la ciudad como el edificio del Seminari. Las consecuencias de aquel mayo en el ámbito eclesial fueron más que una sacudida. No es casual que estemos hablando de los vivísimos años del post-Concilio Vaticano II, con una puesta al día de la Iglesia que todavía vivía con tics trentinos. Y aquel famoso aggiornamento no se alcanzó sin dolor y el auge de los curas que colgaban la sotana se hizo notar en las filas de un catolicismo que quizás perdía grosor, pero era más real. Coincide con el papa Pablo VI, que promulgó la encíclica Humanae Vitae el 25 de julio de 1968, uno de los escritos papales recientes más polémicos, en que básicamente se recuerda el principio de que en la vida matrimonial son inseparables la unión de los esposos y la apertura a la procreación, tal como ha recordado esta semana el teólogo Saranyana. La encíclica recibió críticas feroces.

La autoridad se ponía en duda. Daniel Giralt-Miracle se refiere a las luchas contra los "encorsetamientos autoritarios y paternalistas" y unos esquemas políticos enquistados, que no tuvieron gran incidencia en el mundo laboral (que primero sí secundó, aunque después se desvinculó para emprender su propia lucha). Y subraya un hecho incuestionable: todas aquellas luchas sí incidieron, y fuertemente, en el campo de la cultura y en el ámbito moral y de las creencias, siempre partiendo de una filosofía libertaria que abrió las puertas a todas las corrientes que se producirían después del 68. "Una mirada retrospectiva nos permite ver que los impulsores de aquella revuelta fueron los primeros en hablar de educación permanente, pacifismo, ecologismo, feminismo, liberación y diversidad sexual, racismo, multilateralismo y, sobre todo, de la postmodernidad y el relativismo, afirma Giralt-Miracle.

Aquella revolución no iba contra los postulados de la Iglesia, pero es evidente que si cuestionaba la autoridad, la Iglesia sufrió las consecuencias. Las consignas libertarias dejaron a la institución tocada y a veces con una capacidad muy limitada de reacción. En algunos ambientes, aquel mayo fue un soplo de esperanza en el ámbito comunitario para construir una nueva Iglesia, con resistencias. El mayo fue una convulsión que invitaba a desinstalarse, y a los que se habían creído el Evangelio eso ya les resultaba muy natural, porque, como el cristianismo, no es conservador sino innovador en su intuición fundamental. Aquel 68 causó mucha urticaria en ambientes inmovilistas y miedo ante los cambios que podría causar en estructuras y mentalidades. El 68 fue un pellizco también a las conciencias biempensantes aburguesadas y cómodas en zonas de confort, donde persistía el orden pero también la hipocresía.

Este 2018 reviviremos dimensiones de aquella primavera en que el mundo, con epicentro en París, abrió los ojos y lo hizo desde los estudiantes que reclamaban más libertad y más derechos. Es positivo oír hablar sin demonizaciones de mayo del 68, pero también sin falsos angelicismos. Como en toda ruptura, no todo se puede aprovechar. Es por eso que aplaudimos la crítica y el debate auspiciado por entidades, como una facultad de teología, que propicien espacios para analizar de dónde venimos. Porque no nos podemos explicar a nosotros mismos sin la chispa de un mayo que lo removió todo hace medio siglo. Y que todavía es un factor para explicar muchas de las perplejidades con que nos enfrentamos cada día.