Ninguna democracia ni sociedad son inmunes al racismo y al antisemitismo, que son "enfermedades malignas que destruyen países y pueblos". Las palabras son del presidente israelí Reuven Rivlin y las ha exclamado en el 5.º Foro Mundial sobre el Holocausto en Jerusalén donde lo han escuchado 41 jefes de estado en el 75.º aniversario de la liberación del campo de exterminación de Auschwitz. Entre los participantes, el rey Felipe VI, Emmanuel Macron o Vladímir Putin, países donde todavía ahora hay brotes antisemitas considerables. Mañana empiezo a impartir en la Universidad el curso sobre "Gobernanza global y religiones", y el antisemitismo ocupará sin duda parte de las lecciones. Me gusta que coincida con el Festival de Cine Judío en la Filmoteca de Catalunya, porque enviar a los estudiantes a pensar delante de la gran pantalla es siempre un refuerzo a lo que se pueda decir desde una tarima académica.

Siempre pregunto a los estudiantes si se consideran racistas, o antisemitas, o islamófobos, cristianofóbicos... y de entrada siempre la respuesta es un "no", rotundo. Es sólo cuando empezamos a excavar dentro de nuestras miserias y prejuicios inconscientes cuando empiezan a salir tics. El antisemitismo, en concreto, se visualiza en la calle, en las conversaciones, en el consciente. No es una rémora de un inconsciente cultural y basta. Hay alguna fuerza irracional que no admite la presencia normalizada de lo judío entre nosotros. Será porque vengo de Girona, será porque el judaísmo me parece un componente indiscernible de nuestra identidad, o porque simplemente no puedo aceptar los dogmatismos esmirriados que menosprecian todo aquello que provenga de lo que supuestamente es exógeno —qué error de cálculo y de memoria pensar que el judaísmo no es nuestro—, el hecho es que concuerdo con el presidente de la República italiana Sergio Mattarella cuando pide que no se baje la guardia nunca ante el antisemitismo y la violencia. Mattarella ha dicho unas palabras inteligentes que resuenan todavía: Italia se compromete contra el odio, el mal y "la estupidez subterránea" que a veces aflora a la superficie. La estupidez subterránea. En Italia todos los estudiantes estudian la Shoah. Recordar el Holocausto no es una finalidad, sino una piedra angular de los valores europeos: la humanidad en el centro.

Hay que seguir instando a los poderes públicos a promover la erradicación del racismo en todas sus formas, del antisemitismo, de la xenofobia y de cualquier otra expresión que atente contra la igualdad y la dignidad de las personas

El antisemitismo nace aquí, no es una exportación ajena. Como concepto aparece en 1880 en Alemania. Esta animadversión contra los judíos es de entrada un rechazo como grupo étnico, no es una manía contra la religión, sino por el solo hecho de ser judío. Recordemos que ha existido el Congreso Internacional Antisemita (1882), los Protocolos de los sabios de Sion, la Liga Antisemita y muchas teorías conspirativas contra los judíos que no se han borrado todavía ahora de nuestra trayectoria. Persisten y se van pasando de generación en generación. Con menos fuerza, pero continúan. El filólogo y experto en judaísmo Manuel Forcano considera que en Catalunya ha habido más antijudaísmo que antisemitismo, y aduce que el sentimiento antijudío está vinculado a la política israelí contra la minoría palestina. Es un argumento que podríamos tildar de político, pero los culturales, los religiosos y los simplemente fruto del desconocimiento todavía campan impunemente.

Hay que seguir instando a los poderes públicos a promover la erradicación del racismo en todas sus formas, del antisemitismo, de la xenofobia y de cualquier otra expresión que atente contra la igualdad y la dignidad de las personas. Hay que hacerlo institucionalmente, pero también promoviendo acciones ciudadanas que expongan la memoria y celebren la diversidad.