Alfonso Comín Ros (Zaragoza, 1933), sociólogo, luchador antifranquista, director literario del Editorial Laia, profesor en Esade, autor de España del sur, Qué es el sindicalismo o España, ¿país de misión?, fue una de las personas que no vio ninguna contradicción al poner juntas las palabras "cristianos" y "socialistas". Tengo en casa un libro suyo de 1977, Cristianos en el partido, comunistas en la iglesia. La dedicatoria ya es un primer poema: "Para Walter, amigo, cuya muerte sin sentido tuvo todo el sentido". La segunda dedicatoria va para sus amigos y camaradas, ateos de quien ha aprendido la "grandeza del ateísmo" y, paradójicamente, un nuevo sentido de lo cristiano. Se desprende de su lectura que el ateísmo no es el peor enemigo del cristianismo. "El ateísmo es una fuerza viva que puede erosionar y herir, pero también depurar y cuestionar".

Comín, cofundador en Catalunya de Cristianos por el Socialismo en 1973 con el jesuita Juan García Nieto, no veía un abismo entre sus amigos ateos y la fe cristiana. De hecho, Alfons Comín, dirigente comunista que no renuncia a su cristianismo, inicia su razonamiento con el Manifiesto Comunista de 1848 de Marx i Engels con la premisa que toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases. Comín afirma, en la primera página de su libro, que ya 19 siglos antes hubo un mensaje de liberación cuyo contenido hoy todavía es incomprensible para las masas: el Evangelio de Cristo.

Comín estaba convencido de que había una alianza entre el Evangelio y el comunismo: "En la convergencia del movimiento comunista y del potencial revolucionario de la palabra evangélica tanto tiempo secuestrada y enterrada históricamente se sitúa hoy el cruce|encrucijada de la liberación". Se preguntaba nuestro sociólogo si estábamos asistiendo, en los años 70, a un procés|proceso de interpenetración entre un marxismo abierto y un cristianismo progresista, una hipótesis que iba más allá del diálogo marxismo-cristianismo de después del Concilio Vaticano II. Más allá de la polémica que encapsula la frase que desde el cristianismo se había repetido sobre "la propiedad privada es de derecho natural", las principales objeciones eclesiales ante la opción comunista son la cuestión del ateísmo, la lucha de clases y el odio hacia el progreso y la defensa de los derechos humanos de las llamadas dictaduras de izquierda.

Ni Balmes es una calle ni Comín una plaza: hay universos para redescubrir cargados de sentido detrás de su trayectoria

El ateísmo puede llevar a la depuración de la fe y dar un impulso creativo al Credo, creía Comín. El ateísmo, sin embargo, es ilustrado, y no se tiene que confundir con la vergonzosa situación actual de ignorancia de las premisas religiosas. La "vía Comín" daba cabida a ateos, cristianos y pensadores al límite. Admiraba a filósofos como Leszek Kołakowsi, con Jesucristo, profeta y reformador, o Milan Machovec autor de Jesús para ateos, pensadores que se peleaban con las ideas religiosas, pero ciertamente no las ignoraban, menospreciaban o negaban.

Comín trajo a Catalunya Cristians pel Socialisme, que ya hacía dos años que existía en Chile porque creía en la necesidad de un movimiento integrado por cristianos que ven compatible la fe con la teoría y la praxis marxistas.

Alfons Comín murió con sólo 50 años. Hoy tiene una plaza en Barcelona y entradas en varias enciclopedias sobre el marxismo, una fundación lleva su nombre y un prestigioso premio (Premio Internacional Alfons Comín) guarda su memoria. Sus reivindicaciones, si son descubiertas por la gente joven, serán trending topic en las redes sociales. Y aparte de la fugacidad que eso significa, su poso es una buena compañía para ir cambiando el mundo. Porque Comín apostaba no por el camino fácil, sino por la vía estrecha, no por la burla, sino por el humor, no por el moralismo, sino por la moral. Comín no buscaba la violencia, sino la mansedumbre, ni era partidario de la introspección, sino de la contemplación. No era un hombre de adversativas. Este ingeniero industrial, también periodista e intelectual amante de la acción, prefería decir no a la mediocridad, y sí a la santidad y no veía razonable escoger entre el cuerpo o el espíritu, sino que optaba por el cuerpo y el espíritu. Ni Balmes es una calle ni Comín una plaza: hay universos para redescubrir cargados de sentido detrás de su trayectoria.