Pablo Neruda, seudónimo de Ricardo Neftalí Reyes (1904-1973), fue un escritor, poeta y diplomático chileno comprometido con la resistencia política, aunque se lo conoce mejor como "poeta sobre el amor". En 1943 fue escogido senador y como miembro del Partido Comunista tuvo que exiliarse. Volvió a la patria en los años 50 y fue candidato a la presidencia de Chile. En 1971 recibió el Premio Nobel de Literatura. Fue entonces que el gobierno Allende lo envió a París como embajador. Todas estas vivencias las tenemos en forma de textos, poemas y memorias. El autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada dejó unas memorias con un título espléndido, Confieso que he vivido.

La escritura de Neruda tiene una pátina religiosa que no niega la espiritualidad, y que algunos estudiosos se han dedicado a recorrer. Ciertamente no hace referencia a un Dios personal; habla desde el agnosticismo y así lo confiesa.

Su amiga Esther Tusquets escribía hace años que Neruda había jurado no volver a "pisar España" mientras gobernara Franco, pero que un día de 1967 tuvo la tentación. Viajaba en el crucero Augustus rumbo a la URSS, y estaba prevista una escala en Barcelona. Decidió bajar. Aquel día el poeta chileno entró en uno de los templos que más le gustaban del mundo, la basílica de Santa Maria del Mar. Le contó a la editora Tusquets, con quien pasó aquel día en tiempos de la España franquista paseando por Barcelona, que años atrás, en el mismo templo, había velado a un amigo que acababa de morir. Él y un amigo suyo, solos en Barcelona, compraron unos cirios gigantes y se pasaron la noche cantando y evocando a un amigo muerto, lejos. Fue su manera de sentirlo próximo. Dentro de una iglesia imponente como Santa Maria del Mar, con cirios, silencios y un ritual personalizado. La necesidad de ritualizar la pérdida y de hacerlo en un espacio religioso fue lo que lo llevó a dedicar así una noche barcelonesa.

En su primera obra, Crepusculario, publicada cuando tenía solo 19 años, vierte un poema que me recuerda al poeta alejandrino Kavafis. Describe la sobriedad de una iglesia que no tiene candelabro "ni necesita el alma de los vitrales" para "besar las hostias y rogar de rodillas". El sermón "sin incienso" es como una "semilla de carne y luz", y el Padre Nuestro, "plegaria de la vida sencilla", tiene "un sabor de pan frutal y primitivo". Algunos camaradas del Partido Comunista lo acusaron de sufrir desviaciones pseudoreligiosas por este y otros versos. El poema ciertamente es cristiano y tiene un aire muy protestante: que se vacíen las iglesias de objetos superfluos y que la conexión con la divinidad sea inmediata, sin curas de por medio. Con la enorme polémica de los sacerdotes de Chile por abusos sexuales, estos días el poema se tendría que haber puesto de moda.

La idea de sermón que contiene como semilla es potente: las homilías a veces parecen huesos que no germinan, pero un sermón que caiga en buen terreno hace pensar, interpela. Lady Gaga hizo un tuit en que daba las gracias al cura de la parroquia católica de Manhattan donde viven sus padres porque dio un sermón que la hizo pensar. El sacerdote dijo que Jesús no había venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Otro poema espiritual de Neruda, Pantheon, evoca la angustia de no saber qué ocurre cuando morimos. Y también propone a Dios en todas partes. Sus versos más conocidos cantan al amor y al desamor, y Neruda describía muy bien cómo el amor es la fuerza que más consigue trascender. Las religiones van de eso. El cristianismo cobra sentido a partir de la máxima "amaos los unos a los otros". A veces, sin embargo, ni que nos digan la Biblia en verso lo pillamos. Admitamos que cuesta, y mucho, descubrirlo.