G.K. Chesterton (Londres 1894 - Beaconsfield 1936) para los católicos es un converso, para los que han sufrido acoso en la escuela, uno de los suyos, pero para la literatura universal es un polemista inglés que abandonó los estudios artísticos para dedicarse al periodismo. Chesterton era polémico pero con gracia y distinción. No era un opinador chapucero. Empezó con poemas y ensayos y continuó con novelas y relatos, marcados por su sentido del humor británico. El autor de El hombre que fue jueves o Los relatos del padre Brown escribió unos artículos que hasta ahora no se conocían en castellano, publicados durante el año que va de 1905 a 1906 en el semanario Illustrated London News y que la editorial Encuentro acaba de editar bajo el título de El fin de una época.

Estudiante distraído y despreocupado, centrado en seguir latín, francés y literatura, recibió la influencia de Walt Whitman, especialmente la idea de la bondad fundamental de todo lo que existe, la igualdad entre las personas y el sentido de camaradería. Pesaba casi 140 kilos y era altísimo: 1,91 m. Los que lo conocían lo describen como de una bondad "innata" y un carácter propenso a sorprenderse ante la realidad siempre positivamente buscando lo bueno. Consciente del mal y de la injusticia, destacó por tener una reacción positiva incluso ante sus asediadores|sitiadores. Nunca sucumbió al pesimismo. Tomad estos artículos de comienzos del siglo XX y os parecerá oír a Chesterton hablando con una voz radiofónica sorprendentemente actual a vuestro lado. Chesterton es un interlocutor que parece que siempre esté y nunca se haya ido.

El 28 de octubre de 1905 escribe el artículo "Chanzas en el tribunal", en el que explica, por ejemplo, que "toda nación tiene un alma, y toda alma tiene un secreto, por eso hay cosas incomunicables en cada pueblo, y algunas virtudes nacionales siempre parecerán vicios en el extranjero". Para Chesterton, "el trabajo de un juez tiene que ir acompañado de humor, porque su trabajo es literalmente demasiado serio para tomárselo seriamente, y el juez, como el maestro, siente que es preferible convertirse en un bufón antes que acabar siendo un triste y distorsionado fanático de la ley que promulga decretos inhumanos en un ambiente inhumano". Prosigue Chesterton: "El juez es consciente de que su trabajo es tan terrible y de tanta responsabilidad que, si solo pensara en su temor y responsabilidad, se le paralizaría el intelecto y la voluntad".

Pero no todo eran tribunales, porque la realidad es siempre polifónica. También escribía de ricos y pobres: "Los pobres seguirán enterrando a sus muertos de la misma manera, mucho después de que los ricos aprendan a matar a la gente de una manera diferente". Sostienen los editores que Chesterton tiene una "extraordinaria vigencia". Escribía sobre vegetarianismo, violencia, religión, prisiones, educación, ritos sociales, elecciones, moda, turismo, armas.

El escritor católico afirmaba que "la modernidad es panteísta": la sociedad rechaza a Dios y tiene muchos dioses, y no es por lo tanto el ateísmo la característica de nuestro tiempo, sino la idolatría y el neopaganismo, con dioses como el poder, el dinero, el éxito, la clase o la raza.

Tenía detractores, como buen opinador que era. El escritor inglés recibía cartas de lectores indignados, que se sentían heridos por las supuestas infamias e invectivas chestertonianas. Admitía que ya estaba "acostumbrado" a que lo acusaran de burlarse de lo que precisamente quería defender. "Tengo un triste destino en la mayoría de controversias", admitía. "Es una regla casi fija que la persona con la que no estoy de acuerdo piensa que me pongo en ridículo, y la persona con la que sí estoy de acuerdo cree que la ridiculizo". Es el precio de decir la verdad, junto con el humor inglés. Hay gente que no lo captará nunca.