La lucha de los que creemos en las instituciones y en la política catalanas como una herramienta a favor de la liberación del país es una lucha contra el resentimiento. El cinismo de todas y cada una de las decisiones que se han tomado desde el primero de octubre y la declaración de independencia nos sirven de recordatorio de la fragilidad de nuestros anhelos en manos de la clase política. Hoy es imposible leer la política parlamentaria o las decisiones del Govern sin evocar lo que debíamos ser y compararlo con lo que somos.

La lucha de los que creemos en las instituciones y la política catalanas como una herramienta de liberación del país es una lucha contra el resentimiento

Los debates sobre si romper el Govern tiene que precipitar unas elecciones, si anunciar una cuestión de confianza sin avisar al socio justifica la destitución de un vicepresidente, si es legítimo gobernar en minoría o si es populista tildar de ilegítimo a un Govern... estos debates, en nuestro caso, no se hacen en las condiciones de país normal que lleva estos asuntos al foro público para fortalecer su salud democrática. Que la elección de nuevos consellers por el President Aragonès despierte la furia de una parte del país cuando esa es precisamente su tarea tiene que hacer; que la reestructuración de los cargos justo por debajo del Govern traiga tanta cola, o que Mireia Boya, exdiputada de la CUP, acepte el cargo de directora general de Qualitat y Canvi Ambiental y eso nos enloquezca a los pocos que aun seguimos este circo de los horrores, son muestras recientísimas de un conflicto de fondo que el tiempo no ha resuelto.

Los que han querido reconducir el proyecto independentista a otro autonomista nos obliga al resto a vivir en una ficción

El retroceso de 2017 acá lo ha empantanado todo porque, desde entonces, los que han querido reconducir el proyecto independentista a otro autonomista nos han obligado al resto a vivir en una ficción. Pero la ficción chirría. No podemos hablar con normalidad sobre los gobiernos en minoría o sobre la democracia parlamentaria —como ocurre ahora en el Reino Unido con la elección de Rishi Sunak— porque sabemos que nuestro Govern en minoría salió de unas urnas a las que se presentaron prometiendo, otra vez, la independencia. Y mira donde estamos. No podemos discutir razonablemente sobre el acierto o no de cubrir las conselleries con personas de diversas corrientes políticas porque los nuevos consellers encarnan el retroceso: ya no es necesario ser independentista para formar parte de un Govern que se hace pasar por independentista. No podemos hablar de los sueldos de los altos cargos, el transfuguismo o la incoherencia de decirse de izquierdas y defender según qué cifras porque antes de llegar a eso hay que recordar que, en 2019, Mireia Boya escribía: "¿alguien puede decirme qué más tenemos, con objetivos claros y que planifique acciones masivas con cara y ojos, aparte de Tsunami? Mientras pontificamos, porque sabemos más que nadie, hay gente que seguirá jugándosela. Gracias, Tsunami". Mira dónde está Tsunami ahora y donde está Mireia. Gracias, Mireia.

La similitud entre Campuzano y Boya es que no tienen ningún tipo de sentimiento de culpa por el estado actual del país y el precio de no haber hecho la independencia cuando tocaba

Su cinismo es el alimento perfecto para nuestro resentimiento y el resentimiento paraliza. Teniéndonos paralizados, ellos pueden ser cínicos hasta el fin. Mireia Boya es la evidencia perfecta de la desintegración de un momento político y eso la convierte y la convertirá en diana. Que nadie piense que ha perdido la cabeza o que de un día por el otro se ha vendido el alma al diablo por unas monedas, porque pensar que el problema que ejemplariza ella radica única y exclusivamente en su persona —y en una mala decisión— nos impide comprender la magnitud de la deslealtad. La ex-diputada ya escribía hace tres años que "para evitar preventivamente decepciones, viendo que la independencia es una lucha a largo plazo, quizás habría que librarnos de algunos pensamientos mágicos". La Mireia Boya de 2019 ya estaba mucho más cerca del cinismo del Pere Aragonès de 2022 del que pensábamos, y la gente que estaba detrás de Tsunami Democràtic, también. Ahora algunos pueden ser cínicos y aceptar cargos en el Govern de la Catalunya sencera de ERC porque en su cabeza eso no es ninguna apostasía y no les genera remordimientos. La similitud entre Carles Campuzano y Mireia Boya es que no tienen ningún tipo de sentimiento de culpa por el estado actual del país y el precio de no haber hecho la independencia cuando tocaba. Y de tener una ciudadanía que no puede ver la política de su país sin ver todo lo que no hemos llegado a ser.