Enamorarse es maravilloso, pero tenemos que aceptar que no siempre nuestro entorno lo aplaudirá. Un cura de 37 años que conozco, teólogo, profesor y periodista, ha anunciado durante la misa esta semana que se ha enamorado, y ha hecho saber a los atónitos feligreses que se casará el mes de septiembre. Con un mensaje me comunica que le sabe mal que nos hayamos enterado por la prensa. A mí no me sabe mal que no me haya avisado, y a pesar de la sorpresa inicial le deseo mucha suerte. Tampoco esperaba un mensaje de Whatsapp, en un momento así. Otro eclesiástico de renombre, que también conozco —un obispo que se vio implicado en una pretendida historia amorosa sin aclarar— vuelve a tierras españolas después de haber estado primero en un monasterio europeo y después, seis meses en una parroquia en Colombia, apartado y discerniendo. "Discernir" es un verbo que se utiliza cuando alguien toma una decisión problemática y se le pide que se tome tiempo para recapacitar. Hay gente que lo dejo. Dentro de la Iglesia no son insólitos los casos de monjas, religiosos, curas que deciden lo que popularmente decimos "colgar los hábitos". Son audaces y rompen esquemas. Decepcionan a mucha gente porque rompen el "para siempre" y las promesas que habían hecho. Desconciertan.

La disciplina eclesiástica tiene sus expectativas, pero la naturaleza humana, el deseo, el imprevisto, y a veces la Providencia tienen otros designios que los que nos hemos marcado. Sin dudar de que las decisiones vitales estén motivadas por uno "para siempre", es un hecho que el para siempre a veces es demasiado tiempo, y algunas personas deciden acortarlo. La pregunta interesante, en estos casos, es "¿y ahora qué?". Porque mi colega mosén de 37 años es muy bueno en su campo profesional como teólogo, y sería un error a nivel interno eclesial perder su bagaje, conexiones, pericia... Pero también es cierto que en el mundo católico no todo el mundo entiende ni acepta que aquel presbítero tan avispado y dispuesto ahora tenga una pareja y por lo tanto un estilo de vida diferente. Sabe lo mismo, pero su estado lo condiciona. Lo mismo con el obispo. Uno de los hombres más listos, preparados y una gran promesa dentro del episcopado español se ve involucrado en una relación que lo obliga a tomar la decisión de dejar lo que hacía y desaparecer del mundo un tiempo.

Las irregularidades forman parte de la trayectoria de las personas

Son personajes incómodos, que no encajan, y que sería mejor que estuvieran lejos de los núcleos duros desde donde se toman decisiones. Las separaciones no siempre se llevan fácilmente, y a veces el tiempo para recoser las relaciones es más que necesario. Pero el acompañamiento en estos casos también es vital. No se puede dejar de lado una persona, como el cura que ahora se casará, porque sea considerado un escándalo que abandone el hábito. El escándalo sería no estar a su lado (si es que prima el Evangelio y no el puritanismo).

Creo que la comunidad eclesial, la Iglesia, tiene que empezar a gestionar mejor estos casos que llama irregulares, como si fueran la norma, o como si alguien estuviera libre de pecado. Las irregularidades forman parte de la trayectoria de las personas. Y mejor irregulares y con dudas que fundamentalistas y rectos hasta no comprender que la vida nos dobla y que dudar no es perder la fe, sino precisamente vivir la prueba.

Comprendo la decepción de las personas que no aceptan que alguien cuelgue los hábitos. Sabe mal y descoloca. No obstante, la brújula tiene que ser lo que nos hace felices. Demasiada gente se ha quedado viviendo opciones que habían escogido por el solo hecho de ser coherentes y han sido nefastos.

Cada vez me dan más miedo las personas con convicciones tan puras como el filo de una navaja. La vida auténtica es duda, bifurcaciones, sorpresas, senderos, curvas. Y sí, también, cambios de sentido.