¡seréis siempre unos niños, levantinos!,

¡os ahoga la estética!

(Unamuno, en 1906, comentando el Aplec de la protesta

contra la Ley de Jurisdicciones, el 155 de hace un siglo)

 

En las novelas de Sherlock Holmes se repite un diálogo entre el detective y su compañero, el doctor Watson, en que el primero alecciona el segundo diciéndole que hay que analizar todas las posibilidades, y que, "cuando has eliminado las imposibles, la que queda, por improbable que sea, tiene que ser la verdad".

Con motivo de la moción de censura al presidente Rajoy, he leído varias opiniones sobre lo que tendrían que votar los diputados independentistas. Quiero referirme a quienes opinan que no tendrían que votar a favor de la moción. La presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, declaró el lunes que a la entidad "le es absolutamente igual quien sea al presidente del Gobierno" español; Cardús pregunta: "¿qué hacen los partidos soberanistas jugando esta partida en que no parece que tengan nada que ganar?"; por su parte, Eduard Pujol se ha preguntado "¿qué ganamos los catalanes" cambiando "a un cómplice del 155 por otro cómplice del 155?"; se dice (pero no lo he podido confirmar) que Puigdemont estaría pidiendo al PDeCAT que se abstuviera; la abstención es lo que algunos piden desde Twitter para demostrar nuestra indiferencia por el resultado, y otros proponen ausentarse del hemiciclo por el mismo motivo. Cardús, en el mismo artículo, sintetiza el fundamento de estos posicionamientos: "Lisa y llanamente: considero una grave indignidad contribuir a hacer gobiernos en España mientras ni siquiera dejan constituir en Catalunya lo que legítimamente nos dieron las urnas".

No seré yo quien desprecie la dignidad, que me parece fundamental para ir por la vida, pero considero que a la hora de hacer política hay que tener presentes, además, otras cosas, y que, teniendo en cuenta que queremos ganar, que nuestras fuerzas son muy limitadas y que el rival es poderosísimo, no podemos perder ninguna oportunidad de mejorar nuestra posición. Ahora bien, ¿qué hay que hacer en este momento para mejorarla?

La respuesta depende de cómo creemos que conseguiremos la independencia.

Durante un tiempo pensamos que esta podría ser unilateral: era cuestión de construir unas estructuras de Estado, controlar el territorio y desconectar. Se trata de una fantasía que los más lúcidos siempre denunciaron (quizás con la boca demasiado pequeña); Oriol Junqueras, por ejemplo, ya decía hace dos años que la independencia no sería unilateral (por parte de Catalunya), ni bilateral (con un acuerdo con el gobierno central), "sino que siempre tendrá fuertes componentes de multilateralidad". Esta conclusión es lógica, porque vivimos en una sociedad enormemente compleja y enormemente interrelacionada.

Junqueras ya decía hace dos años que la independencia no sería unilateral ni bilateral, sino con "fuertes componentes de multilateralidad"

Ahora bien, si la independencia no puede ser unilateral, ¿cómo podrá producirse? Me temo que al independentismo le cuesta formularse esta pregunta porque teme que haya respuesta (que es lo que le repiten los contrarios). Ahora bien, descartados los imposibles, lo que queda, "por improbable que sea", es la solución, y esta improbable solución pasa por alcanzar tres objetivos.

El primero es una mayoría clara en casa. El independentismo cuenta con dos millones (largos) de votos favorables (los del 29-N, el del 1-O y los del 21-D). Son muchos, pero para constituir un mandato democrático inequívoco tienen que ser unos cuantos más. Sería suficiente con dos millones y un cuarto. Con eso, los próximos 21-D darían siempre una mayoría absoluta independentista, o sea, un inequívoco mandato democrático. Sólo hace falta que donde ahora hay diez independentistas pase a haber once; no es fácil, pero no es imposible.

La pregunta, pues, que nos tenemos que hacer no son las que enfáticamente se hacen Cardús o Pujol, sino una más pragmática: ¿qué nos conviene votar a fin de que esta undécima persona mire con mayor simpatía el independentismo? No se trata de lanzar un mensaje a los diputados del 155, sino a los ciudadanos catalanes que son susceptibles de decantarse —el día de mañana— por la independencia. A mí me parece que lo mejor que podemos hacer para hacer avanzar nuestra causa es dejarles claro que queremos lo mejor para ellos, y que su bienestar nos importa más que nuestras batallas. Por lo tanto, que el PSOE no nos permita negociar nada constituye, en el fondo, una ventaja, porque permite visualizar claramente que el voto se hace en función no de unas contrapartidas (los presos, por ejemplo) que necesariamente interesarían más a unos catalanes que a otros, sino teniendo en cuenta los intereses de todos los catalanes.

Que el PSOE no nos permita negociar nada constituye, en el fondo, una ventaja

La segunda cosa que hace falta para hacer posible la independencia es que la opinión pública española empiece a resignarse a ella. Algún día un gobierno español tendrá que firmar un documento internacional que lo acepte, y sólo lo hará cuando una parte de la opinión pública española (minoritaria, pero significativa) se haya resignado. Ya sé que parece ciencia-ficción, pero no hay ninguna otra opción. No será fácil, y exige que la opinión pública española se vaya haciendo en la idea progresivamente. Es humano pretender ignorar una realidad que nos repugna: vivir como si no existiera, y eso es lo que hace la opinión pública española con el independentismo: no es que esté intoxicada por la propaganda que le dice que se trata de una opción de cuatro extremistas; es que quiere creerlo. Hace falta, pues, dejarle claro que el independentismo cuenta, que existe, que no se marchará, que es inevitable contar con él. No se trata de ganar simpatías entre la izquierda (que no tendremos nunca) sino de ganar relevancia entre todos. Pedro Sánchez ha roto un pequeño tabú cuando ha ofrecido la moción de censura "a los 350 diputados". Se trata de un paso minúsculo, pero un paso en la buena dirección. Lo que nos conviene, pues, no es no abstenernos ni ausentarnos, sino votar y ser decisivos.

Finalmente, la tercera cosa que hace falta para hacer posible la independencia es disponer de una corriente de simpatía en la opinión pública europea. Las cancillerías aliadas siempre estarán en contra de la independización, y no hay que dar más vueltas. Sólo se podría conseguir el apoyo de quien juegue a desestabilizar Europa; la Rusia de Putin, pongamos por caso, pero este camino sólo nos llevaría al desastre. Las cancillerías se moverán cuando no haya otro remedio, y no habrá otro remedio cuando su opinión pública lo exija, como lo hizo con la Sudáfrica del apartheid. Ahora bien, para favorecer esta simpatía, lo que no nos conviene es la imagen que de nosotros se quiere construir: la de egoístas. Tenemos que demostrar que nos importa lo que pasa en el mundo exterior, y el mundo exterior empieza allende el Cinca. Por lo tanto, la tentación de demostrar que no nos importa lo que pasa en las Cortes españolas constituye un enorme error.

Como tenemos la fortuna de vivir en el siglo XXI, la partida no se juega en un ring, sino en un tablero de ajedrez. No se trata de hacer jugadas para dejar claro nada, sino para mejorar, aunque sea milimétricamente, nuestra posición. No se trata de demostrar nada ni a los nuestros (con un ademán digno) ni a los contrarios (dejándoles claro nuestro desprecio), sino a los del medio (dejándoles claro que somos gente responsable, constructiva y que nos importan).

Hecho este análisis, a mí me parece que la conclusión es clara: hace falta votar que sí y no hay que esperar ninguna ganancia inmediata, porque no habrá.