Cada época de la vida viene acompañada de personas, aspiraciones y pensamientos diferentes. Varios de estos tres elementos nos acompañan —más o menos desde la adolescencia— a lo largo del tiempo y se mantienen perennes, como dentro de un paréntesis de aquel mínimo común múltiple que estudiábamos en el EGB. Otros, se disuelven enseguida como un azúcar en el café con leche y algunos se van desintegrando más lentamente hasta que, sin hacer ruido, dejamos de verlos, como cuando perdemos de vista un avión en el cielo de tanto mirarlo.

Por suerte también hay otros (personas, objetivos) que aparecen a media película —medio por sorpresa— para acabar convirtiéndose en personajes principales, cuando no eran ni siquiera secundarios al inicio. Los recién llegados acaban integrándose en el paréntesis de elementos imprescindibles que nos ayudan a definirnos. Sin embargo, nunca una nueva ficha llega a sustituir exactamente la anterior, ni todas las bocanadas de aire fresco mantienen el aire sostenido con la misma ilusión. Cada puzzle tiene las piezas que tiene y si falta una, siempre quedará incompleto aquel dibujo.

En función de cómo de importante era para nosotros el fragmento que falta, aquella pieza se echa más o menos en falta. También influye —y no poco— la forma en que se perdió: si la pieza simplemente se extravió, si se decoloró o si cuando se fue lo hizo en silencio o de un portazo. A menudo, la nostalgia habla más del cómo que del qué. Podemos acostumbrarnos a una evocación amable si la pérdida fue civilizada o incluso previsible. La que más cuesta es la memoria de una ausencia hiriente, inesperada, de aquellas que contábamos de dentro del paréntesis, de aquellas en las que duele más la decepción que el enfado, la incomprensión que la diferencia, el orgullo que el malentendido.

Los vestidos hechos a medida escasean, no podemos escoger el final de un libro y hay ausencias con las que aprendemos a convivir

Que las personas van y vienen lo vamos teniendo claro a medida que sumamos años en el esqueleto. La manera como aparecen o desaparecen es la que determina cómo sabrá convivir esta historia con nuestro recuerdo. Acostumbra a cernirse la duda de no saber si nos habíamos acostumbrado a un tipo de relaciones humanas a las cuales dábamos quien sabe si demasiado peso. Tal vez la vida se va reestructurando y algunas costuras petan, los vestidos hechos a medida escasean. Buscar respuestas no es siempre garantía de encontrarlas.

Hay libros que valen mucho la pena, aunque tengan algunos capítulos desagradables. Si por un capítulo poco acertado o más aburrido dejamos de leer quizás nos perdemos una buena historia. Al mismo tiempo, no siempre se pueden escoger las lecturas o los finales. Quién sabe si saber pasar página es una parte del secreto que nos ayuda a olvidar el desencanto o que, cuando menos, suaviza el desengaño.

Mientras tanto, conviene que las paredes de los paréntesis sean porosas para que las personas, aspiraciones y pensamientos puedan ir entrando y saliendo a la espera de que el común múltiple se vaya afianzando y con la conciencia de asumir que hay elementos que reingresan y otros que se van para no volver.

En todo caso, aprender a vivir con ausencias que como presencias quizás no eran tan relevantes es también una enseñanza. Separar el grano de la paja, sin que en el grano quepa nada de rencor sino, simplemente, el agradecimiento de unos sentimientos vividos, la esperanza de un posible reencuentro y la pericia de ir curtiendo la piel a base del sol de las diferentes estaciones del año y de la vida.