Leo en una crónica de Juanma Romero sobre el reciente acto de Pedro Sánchez en Asturias que uno de los organizadores le dice al periodista: “La militancia está desbordada de alegría”.

Sí, no cabe duda de que eso es exactamente lo que les ocurre estos días a los militantes socialistas: que la alegría llena sus corazones e ilumina sus mentes. No hay más que ver en sus rostros esos ojos chispeantes de satisfacción, o comprobar el exultante optimismo que transmiten cuando se sinceran.

La militancia es feliz, sobre todo cuando se siente cerca de ese líder carismático y triunfal que los condujo a tantas victorias y fue apuñalado a traición por una camarilla de barones resentidos en oscura connivencia con los poderes oligárquicos.

Pero no quiero hoy hablar de la patética gira vengativa de Pedro Sánchez (habrán observado que va recorriendo uno a uno los territorios de los presidentes socialistas que provocaron su caída: empezó en la Comunidad Valenciana, siguió por Asturias, donde gobierna el usurpador Fernández, y se dispone a meterse en la boca del lobo desembarcando en Andalucía, sede de la archivillana Díaz, que primero lo encumbró y luego lo derribó).

Lo que me llama la atención es la creciente contaminación del lenguaje político por el abuso manipulador de los sujetos colectivos

Lo que me llama la atención es la creciente –y peligrosa– contaminación del lenguaje político por el abuso manipulador de los sujetos colectivos. Como, por ejemplo, en este caso, "la militancia”.

A lo largo de mi vida he tratado con muchísimos militantes: principalmente socialistas, pero también de otros partidos. Pero nunca tuve la fortuna de conocer a la señora Militancia. Nadie me la presentó. Sin embargo, compruebo que Sánchez y otros como él no solo saben exactamente lo que opina en cada instante, sino que han recibido autorización para interpretar su pensamiento y hablar al mundo en su nombre. Son embajadores plenipotenciarios de esa señora Militancia que solo a ellos se les aparece, como la Virgen de Fátima, para transmitirles su augusta voluntad.

No crean que es el único caso. Pese a haberme relacionado con ciudadanos de todas las clases, tampoco he conseguido que me presenten a la señora Ciudadanía, a la que diversos políticos se refieren constantemente con envidiable familiaridad y seguridad absoluta en cuanto a sus deseos.

Y qué decir del señor Pueblo, que es un clásico; o del último hallazgo populista, la señora Gente, una palabra cotidiana que, en mi ingenuidad, siempre relacioné con el variado conjunto de los seres humanos. Pero no, en realidad parece ser un sujeto concreto con posiciones políticas muy precisas, con el que mantienen interlocución privilegiada sus autodesignados portavoces.

Ese secuestro de los sujetos colectivos siempre me trae recuerdos de juventud: cuando los dirigentes del rojerío mencionaban sin parar a “las masas” como sujeto revolucionario. Un concepto despectivo en sí mismo, ya que el que hablaba jamás se incluía entre “las masas”, pero muy conveniente, porque le permitía atribuirles cualquier posición que coincidiera con la suya, y catalogar al discrepante como “enemigo de las masas”.

Las realidades complejas perecen sin remedio ante esta pandemia de simplificación maniquea que asola el debate político

Las realidades complejas perecen sin remedio ante esta pandemia de simplificación maniquea que asola el debate político. No niego que existan sujetos colectivos identificables: la sociedad, sin ir más lejos. O el profesorado, para referirse al conjunto de los docentes, o el clero, para hablar de los profesionales de la religión. Lo malo es cuando esos colectivos, que por definición son diversos y plurales, ya que se componen de individuos distintos entre sí, se manipulan para presentarlos como una unidad dotada de una voluntad política unívoca y homogénea que solo algunos conocen y administran.

Lo más curioso es que quienes lo hacen no suelen ser precisamente representativos ni siquiera del grupo más numeroso dentro del colectivo que instrumentalizan. No importa lo que opine la mayoría de los militantes de un partido, siempre habrá algún dirigente fraccional que hable en nombre de “la Militancia”. Da igual que la mayoría de las personas apoyen a otros partidos, Iglesias con sus 5 millones de votos sobre un censo de 34 millones es propietario y administrador único de lo que quiere “la Gente”. Y por variada y compleja que sea la sociedad catalana, solo los nacionalistas tienen legitimidad para establecer los designios de “el Poble de Catalunya”.

Lo que significa –y de ahí la gravedad del asunto– que quien no respalde a ciegas lo que ellos dicen quedan automáticamente excluidos del colectivo y enfrentados a él. Si no estás con Pedro, estás contra “la militancia”. Si no votas a Podemos –sector Iglesias/anticapitalista– eres expulsado de “la gente” y pasas a formar parte de “la casta”. Y si crees que no es razonable que Catalunya se separe de España, eso te convierte en un anticatalán, aunque tengas, como en la película, ocho apellidos de la tierra.

La confiscación sectaria de los sujetos colectivos es el instrumento retórico predilecto de los populismos y de los nacionalismos

La confiscación sectaria de los sujetos colectivos es el instrumento retórico predilecto de los populismos y de los nacionalismos, esas dos plagas renacidas. Pero, además, contiene el germen de todos los totalitarismos. Y debe ser combatida no solo por higiene intelectual, sino por instinto de supervivencia de la democracia: compleja y no simple, multiforme y no uniforme, polígama y no monógama, plural y no singular, heterogénea y no homogénea, contradictoria y no concorde, porosa y no compacta.

La única autodeterminación en la que creo es en la de los individuos. Luego viene la saludable y pedestre aritmética, la cuenta de mayorías y minorías cambiantes. Ni sacrosantas voluntades colectivas, ni mucho menos Sumos Pontífices dotados de infalibilidad.

Así que cuando escuchen a un político hablar reiteradamente en nombre de la Militancia, de la Ciudadanía, del Pueblo, de la Gente o de cualquier otra singularización de aquello que es por definición plural, no duden en llevarse la mano a la cartera: están ante un demagogo o ante un pillo que se dispone a venderles una moto averiada.