¡Vaya semana! El curso se inicia cada vez más temprano. En realidad, este año el verano ha sido tan breve como extremadamente caluroso. La celebración de las elecciones generales el mes de julio ya hacía prever que la política no pararía máquinas. Por lo tanto, en plena canícula, tuvieron que reunirse las Cortes para seleccionar las mesas de las dos cámaras. La del Senado no tenía ningún misterio, porque la mayoría absoluta del PP no obligaba a pactar nada. La elección de la presidenta del Congreso, resuelta a favor de la candidata del PSOE, Francina Armengol, tenía más morbo. Al contrario de la investidura del jefe del gobierno, que el independentismo catalán puede bloquear si no da —o permite— la mayoría al PSOE o al PP, la elección de la mesa no queda bloqueada porque un partido se abstenga de participar en la votación. Debemos comprender esto con el fin de comprender el significado de los acuerdos entre Junts y Esquerra con el PSOE y Sumar, respectivamente.

La rabia que ciertos sectores independentistas manifiestan hacia los partidos protagonistas de la década soberanista les lleva a exagerar la dimensión negativa de estos actos. Es evidente que el uso del catalán en las Cortes no será pan comido. En primer lugar, porque la derecha lo primero que ha hecho es alimentar el conflicto con el espantajo del secesionismo. A mí me resulta indiferente que el catalán pueda denominarse valenciano —o incluso mallorquín— siempre que no se separen en pestañas diferentes, lo cual es lo que ocurre en casi todas las webs oficiales de la administración del Estado y en los cajeros automáticos. En última instancia, en el País Valenciano se habla el valenciano y todo el mundo, que no sea un ignorante o un cazurro españolista, sabe que el valenciano es catalán. En las Baleares, también lo saben, en particular porque su Estatuto de Autonomía lo deja muy claro y da a la lengua el mismo significado que tiene en Cataluña: “La lengua catalana, propia de las Islas Baleares, y nuestra cultura y tradiciones son unos elementos identificadores de nuestra sociedad y, en consecuencia, son elementos vertebradores de nuestra identidad.”.

A mí me resulta indiferente que el catalán pueda denominarse valenciano —o incluso mallorquín— siempre que no se separen en pestañas diferentes, lo cual es lo que ocurre en casi todas las webs oficiales de la administración del Estado y en los cajeros automáticos

No debemos preocuparnos porque el nombre de la lengua catalana se pueda representar en dos formas diferentes como hacen las plataformas digitales con idiomas tan consolidados como el castellano, el portugués o el inglés. Me parece muy natural que la misma pestaña incluya la doble denominación “catalán/valenciano” como lo son las diferencias que todo el mundo observa cada día en Netflix y que no cuestionan la unidad de cada lengua: European Spanish/Latin-American Spanish o Portuguese (Portugal o Brazil) o bien British English/American English. Por favor, liberémonos de los miedos atávicos. Brauli Montoya, miembro del Institut d’Estudis Catalans (IEC) y de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), entidad que respalda la unidad del idioma compartido, señala que la neutralización definitiva del secesionismo se produciría si la doble denominación también se utilizase en Cataluña. Puede que sí. Hemos perdido mucho tiempo en debatir la “cuestión de los nombres” mientras el uso social de la lengua iba menguando en todos los territorios de habla catalana y el españolismo obtenía éxitos contra la inmersión lingüística.

Que la oficialidad del catalán en la Unión Europea no será algo de coser y cantar es de sentido común. El proceso será prolongado y, como ya hemos podido observar, los adversarios, comenzando por los parlamentarios de la derecha y la extrema derecha española, no lo pondrán fácil. Sin embargo, que no sea sencillo, no significa que haya sido un error pactar que el gobierno español del PSOE se comprometiera a iniciar el trámite de manera oficial. Como ya dije la semana pasada, que se apruebe o no poner en marcha el proceso para oficializar el catalán en Europa en la reunión del día 19 de septiembre de la Comisión es la condición necesaria para que Junts se avenga a negociar la investidura de Pedro Sánchez. Que el monarca haya encargado al candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, probar la investidura después del debate de los días 26, 27 y 29 de septiembre, no solo significa que ha empezado a correr el tiempo legal de dos meses para una hipotética repetición electoral, también brinda tiempo a los independentistas para conocer de forma clara cuál ha sido el resultado del día 19. El PP debería apuntarse a la fiesta si quiere convencer a alguien para que facilite la investidura de su candidato, lo cual, seamos realistas, está muy pero que muy verde. Si acaba demostrándose de que el PSOE ha engañado a Junts, las nuevas elecciones tendrán lugar el 14 de enero y solo será necesario esperar que fracase esta primera oportunidad de investidura del líder del PP.

A veces, aquellos que temen que el independentismo político se “venderá” por nada, tienen razones para sospecharlo. La discusión sobre la cesión de dos parlamentarios de Sumar y cuatro del PSC a Esquerra y Junts para que tengan un grupo parlamentario propio en el Congreso ha causado que los guardianes habituales se alarmen en X-Twitter. También es cierto que si Junts, al referirnos al grupo de Carles Puigdemont, quien es el político con más prestigio, hubiera explicado la totalidad del acuerdo que llevó a elegir a Francina Armengol como líder del Congreso de los Diputados, nos habríamos ahorrado la polémica. Era sencillo, ¿no es cierto? Con señalar que habían acordado el uso del catalán en las Cortes y la oficialidad en Europa y un grupo parlamentario propio, porque hacerlo les permitiría hacer política con singularidad y recursos monetarios, la operación estaba clara. Lo peor de la política catalana es que los políticos no saben cómo actuar y son poco transparentes cuando las circunstancias lo requieren. Otro ejemplo. La respuesta de Míriam Nogueras a la pregunta de si la amnistía debería incluir el caso de Laura Borrás provocó una polémica innecesaria, que además era falsa. Si lo hubiera previsto, la líder parlamentaria de Junts en Madrid le habría replicado al periodista que "ahora no toca" hablar de eso, especialmente porque las amnistías no se decretan ad hominem. No hay que ir a ningún curso para saberlo.

Los que defienden que con los partidos españolistas no se puede discutir nada y, todavía menos, pactar, están tan desorientados como los políticos que proclamaron la DUI durante unos minutos

Para obtener la libertad, es necesario alejarse de los temores que atormentan a muchos independientes. El escepticismo está justificado, creo yo, porque los políticos del 2017 han demostrado que iban, para decirlo de forma suave, desorientados. No iban de farol, como se ha dicho. Solo cayeron en una táctica tan irresponsable como voraginosa. Los que defienden que con los partidos españolistas no se puede discutir nada y, todavía menos, pactar, están tan desorientados como los políticos que proclamaron la DUI durante unos minutos. Cuanto antes superemos el dolor de la derrota, más prontamente recuperaremos la iniciativa. La política no es como uno desearía que fuera. Existen personas que me han querido convencer de que el hecho de que los siete diputados de Junts sean determinantes para condicionar la investidura es consecuencia de una supuesta coherencia en la actuación anterior de este partido. No exageraremos, porque el azar ha dado un protagonismo a Puigdemont con un número mágico de parlamentarios que no tiene nada que ver con ninguna coherencia. El PSOE ha luchado con uñas y dientes para que se revisaran los votos nulos en Madrid y así evitar esta dependencia de Junts. Si lo hubiera logrado y ahora tuviera los parlamentarios necesarios para investir a Pedro Sánchez con la coalición de 2019, que incluía a Esquerra, la importancia actual de Junts habría desaparecido y los descosidos del partido habrían sido más evidentes.

Erich Fromm, el psicólogo y psicoanalista que se puso de moda con el libro El miedo a la libertad (1941), afirmaba que tener miedo es rendirse a la destrucción de uno mismo. En consecuencia, la forma de ser libre como individuo es ser espontáneo en la autoexpresión y el comportamiento, pero no de la manera machista, arrogante y cutre de Luis Rubiales, síntesis de la España nacionalista y arcaica de Manolo "el del Bombo". Fromm escribió, literalmente, que “solo existe un significado para la vida: el acto de vivirla”. Lo mismo podría aplicarse a la política. Vivirla es practicarla.