Arcadi Espada ha dicho que nadie tendría que temer a un gobierno con la presencia de Vox porque la cosa siempre mejorará una administración donde manden los comunistas. Como en tantas otras cosas, Arcadi tiene toda la razón del mundo. Los extremos siempre son nefastos, sin embargo, si de alguna cosa hay que huir a toda prisa, es de los movimientos políticos fundados en preceptos morales supuestamente virtuosos. Eso también lo sabía Pedro Sánchez cuando afirmó, durante la efervescencia de una campaña electoral, que España no dormiría tranquila con Pablo Iglesias en el Gobierno. Sabemos que el presidente español solo sueña con su supervivencia, y es así como fichó a Iglesias de vicepresidente y ahora se ha inventado unas elecciones para favorecer que Yolanda Díaz pode de narcisos la izquierda radical y acabe presentando a los electores una versión pop-feminista de Izquierda Unida.

Por motivos muy diferentes a los de Arcadi, tampoco me asusta la derecha española en La Moncloa. Primero, porque, en cuestiones como la cosa nuestra, noto escasísimas diferencias entre la gente de orden y los sociatas (de hecho, me cae mucho mejor la peña conservadora que, si te tiene que destruir, te lo dice a la cara sin muchos tapujos). Pero también, a su vez, porque el PP siempre ha demostrado un complejo de inferioridad ancestral con el nacionalismo catalán. Como ha explicado muchas veces Arcadi —y también con acierto— la invención de la figura de Pujol como gran estadista, con aquellas cursilerías de español del año en el ABC y etcétera, se legitimó básicamente en Madrid. Lo demostró de nuevo Núñez Feijóo hace pocos días en Barcelona, enmendando la política del PP con Catalunya y pidiendo perdón a los empresarios por haber pensado durante años que eso nuestro con España resulta un problema "crónico".

Quien más alimentará al fantasma de Vox como antesala de los fachas será el procesismo, que necesita el espantajo de la extrema derecha a la hora de amedrentar a los electores más indecisos

Es una cosa muy enternecedora ver cómo el líder del PP suspira indisimuladamente por un retorno de la Convergència de siempre; a saber, aquel tipo de gente con quien es fastidioso hablar sobre cosas de identidad, pero con la que te entenderás a la hora de cargarte el impuesto de sucesiones. Este es un movimiento doble, solo faltaría, porque Xavier Trias y la sectorial convergente de Junts también estaría encantada de aparcar la estelada durante unos años para volver al bisnes de las cosas-que-realmente-importan-a-la-gente. Si Trias finalmente consigue la alcaldía de la capital, esta tentación tendrá un cierto auge; pero el peso del abstencionismo independentista le quitará mucha fuerza (por eso, Junts ha guardado en la recámara la candidatura de Jaume Giró en Madrid con el objetivo de no quemar al antiguo conseller en el futuro porrazo de los juntaires en los comicios).

Con una derecha comandada por Feijóo (de quien Jaume Guardiola, el presidente del Cercle d'Economia, destacó "el acento gallego" como valor de plurinacionalidad o plurimandangas), el efecto de Vox en la gobernabilidad será mínimo y estoy seguro de que el PP continuará la táctica de reservar a sus aliados el rincón de la ideología anti-woke, exactamente con la misma intención con que Sánchez ha minado la moral podemita. De hecho, quien más alimentará al fantasma de Vox como antesala de los fachas será el procesismo, que necesita el espantajo de la extrema derecha a la hora de amedrentar a los electores más indecisos. El primero que hizo grande a los de Vox fue Sánchez con la intención de cascar el PP; ahora será el nacionalismo catalán, de una forma todavía más cínica. No me extraña que, con la fallida táctica del cordón sanitario, Vox haya acabado teniendo muy buenos resultados en los municipios catalanes.

Es por todo eso que hay que mantener el pulso de la abstención: cuanto más minemos la moral del procesismo, más fuertes seremos a la hora de afrontar las nuevas tensiones que vendrán cuando la fuerza del 1-O vuelva a emerger de alguna otra manera. Todavía no sabemos cómo y, justamente por eso, ahora nuestra tarea será fortificarnos. Eso pasa, en primer término, por arrinconar el miedo. Y más todavía de una cosa tan inofensiva como es Vox.