La herramienta de control social más potente es el miedo. Con él conseguirás que la gente no reaccione, no piense, no hable, no proteste. Con el miedo cada persona se convierte en vigilante del vecino. Se generan sectas, grupúsculos que sirvan para digerir la incertidumbre y, en definitiva, el terror. 

El “experimento” social más reciente que hemos vivido ha sido, sin lugar a dudas, la pandemia. El miedo provenía de un virus, algo invisible, que estaba en todas partes: en el aire, en las superficies. Lo podía trasmitir cualquiera y, lo que era peor: podías causar la muerte, sin saberlo, a quien más quieres. 

El miedo nos hizo encerrarnos, nos hizo mirar con desconfianza a cualquiera, analizar sus costumbres, su manera de pensar, de comportarse. Nos hizo escuchar aquello que nos hacía creer que hacíamos lo correcto, por absurdo que nos pudiera parecer, por incómodo, por insano, por antisocial o, incluso, inhumano. 

El miedo, en definitiva, nos hizo más egoístas. Y el egoísmo abrió las puertas que al miedo se habían resistido. “Lo mío, los míos”. Con el miedo como excusa se han pisoteado derechos fundamentales, se han roto amistades, relaciones personales. Con el miedo por bandera se ha derrochado dinero, se ha jugado a experimentar con la salud. Y como quiera que el miedo ha servido para traspasar los límites más insospechados desde la racionalidad, ha venido para quedarse. 

El miedo es íntimo aliado del odio. Y como el uno y el otro se habían instalado entre nosotros, era muy sencillo utilizarlos como herramientas para introducir las modificaciones “necesarias” para conseguir cualquier fin. Tras la pandemia, la guerra en Ucrania. El mejor sistema para hacernos tragar con todo, era y ha sido el odio: crear un enemigo no ha sido sencillo. Veníamos de dos años de ejercitar el odio y el miedo, por lo que no fue difícil instalar un relato. La práctica ya estaba hecha

Durante los años de la pandemia se puso en marcha la maquinaria de la censura, de establecer un único relato como cierto, persiguiendo y generando odio de manera deliberada contra cualquiera que se atreviera a superar el miedo y a negarse a odiar. El experimento social demostró que rápidamente una inmensa mayoría colocaría en la diana a los “negacionistas”, que sería ese gran grupo que, por la razón que fuera, se atreviera a cuestionar, a dudar, a no tener el miedo oficial que nos querían imponer. Una vez generado un odio hacia los “negacionistas de la pandemia”, metiendo en ese gran cajón de sastre a personas muy diversas. 

El espectáculo dantesco que está dando la Unión Europea, que en lugar de promover el diálogo y la paz, no ha perdido la oportunidad para dispararse en el pie, va cayendo por su propio peso

El cajón ya estaba hecho y por ahí irán desfilando quienes no traguen con lo que toque tragar. Después de la pandemia, como decía, vino la guerra. Y al cajón del odio se echó a los rusos, y a todos aquellos que pusieran en “cuarentena” el relato oficial. Quien no comulgase con las decisiones que se estaban tomando, quien osase a hablar del golpe de Estado del EuroMaidán, de las masacres en la región del Dombás desde 2014, sería “negacionista” del relato, que en esta ocasión pasó a denominarse “prorruso”. Y entraría en un listado de personas señaladas, acusadas de estar a sueldo del Kremlin o de ser, por lo menos, espías al servicio de los rusos. Nada más lejos de la realidad, pero una vez más, el odio, fundamentado en el miedo y la ignorancia, han hecho de la ecuación la fórmula perfecta. 

Como ha sucedido en la pandemia, el relato oficial se ha desmoronado. Era cuestión de tiempo y de observar la realidad. Ni las vacunas eran “tan eficaces”, ni han terminado con la pandemia, ni el virus está tan claro de dónde ha salido y mucho menos se sabe cuándo se conseguirá acabar con él. El miedo consiguió que no se hicieran preguntas que ahora, por fin, van a tener que ser respondidas: veremos en qué acaba la exigencia del Tribunal Superior de Justicia de Baleares al ministerio de Sanidad, que tiene diez días para presentar copias de los contratos firmados con las farmacéuticas que nos han vendido las vacunas. Podría ser que, más pronto que tarde, comencemos a poder saber lo que se nos ha ocultado por alguna razón. 

El relato oficial sobre la guerra en Ucrania también se desmorona. A medida que va descubriéndose el entramado, los intereses de Estados Unidos, su eterno deseo de generar un conflicto donde poder obtener intereses va quedando cada vez más claro. Y el espectáculo dantesco que está dando la Unión Europea, que en lugar de promover el diálogo y la paz, no ha perdido la oportunidad para dispararse en el pie, va cayendo por su propio peso. A estas alturas ya casi nadie duda de que las decisiones que se están tomando no son las correctas ni las positivas: ni para la ciudadanía ucraniana, ni para la europea. Y el odio que se ha intentado generar contra Rusia tampoco parece tener sentido. 

Es necesario sospechar cuando se establece una verdad uniforme. Sobre todo ante acontecimientos de tales dimensiones. Es fundamental hacerse preguntas, y sobre todo, no dejar jamás que el miedo nos fuerce a comportarnos de una manera contraria a nuestros principios. Precisamente para eso están, para marcar un punto de anclaje y no permitirnos retroceder ni un centímetro. 

Por desgracia, durante los últimos años, nos han alejado muchísimo de ellos, de nuestros principios, de nuestros valores, de nuestros derechos más fundamentales. Y lo más triste es que la gran mayoría ha tragado atacando con fiereza a quienes hemos intentado mantener de alguna manera el espíritu crítico que, en mi opinión, nos ha de guiar y servir de luz, por pequeña que sea. 

Cada vez que la Humanidad ha apagado su luz, ha dejado de hacerse preguntas y se ha movido en manada lo ha lamentado para siempre. No tengo la menor duda de que la Historia juzgará estos momentos que estamos viviendo y se preguntará, como hace siempre, cómo fuimos capaces de vivir lo que estábamos viviendo y que la gran mayoría aguantase sin abrir la boca.