La primera migaja de curiosidad por la vida política del país —y del mundo— suele aparecer en la adolescencia, esta etapa de transición y de intensidad sentimental. Si las condiciones del entorno y del adolescente acompañan, también se vive el primer desvelo espiritual. En mi caso, política y fe me llegaron a las manos más o menos al mismo tiempo, entre los catorce y quince años. En plena efervescencia independentista, mientras me pensaba que aprendía a pensar —después he entendido que solo estaba aprendiendo a masticar argumentos—, también aprendía a orar. Toda la etapa, hasta bien entrada la veintena, la recuerdo haciendo equilibrios con un pie a cada lado de esta dualidad: en los entornos católicos, yo era la catalana y la independentista. En los entornos catalanes e independentistas, yo era la católica. Este escenario solo era la magnificación de la necesidad de pertenecer que carga la adolescencia. Incapaz de poner la perspectiva que da la edad, sin embargo, no me sentía nunca de ningún sitio. Era casi una ficción, claro está, porque a veces sí que me encontraba perfiles similares. En mi cabeza, sin embargo, nunca eran suficientes.

Haciendo este discernimiento, me cayó en las manos el nombre de Manuel Carrasco i Formiguera, fusilado en Burgos el Viernes de Pasión hace ochenta y seis años. ¡"Pero si el fundador de Unió era independentista"!

Durante mi etapa de militancia, a menudo algunos compañeros bromeaban diciéndome que me había equivocado de juventudes, que mi lugar estaba en Unió de Joves. No milité nunca en Unió de Joves porque me pareció que eso de la independencia lo utilizaban como medallita y que siempre lo aparcaban en el plano de la quimera. Más tarde descubrí que en la JNC hacían exactamente lo mismo. Que la conocida sentencia de Manuel Carrasco i Formiguera —"La independència de Catalunya, el meu suprem ideal d’aquest món"— fuera para siempre un ideal y nunca un hecho, ya les iba bien. Fue haciendo este discernimiento que me cayó en las manos el nombre del hombre fusilado en Burgos el Viernes de Pasión hoy hace ochenta y seis años. ¡"Pero si el fundador de Unió era independentista"! Sí, claro está. Pero lo que viví de adolescente, del partido de Carrasco i Formiguera, era una deformación. A pesar de todo, saber que un hombre de su talla política había muerto por el país con el nombre de Jesús en los labios, me proporcionó un confort que todavía me sirve para reconciliarme con los ideales si me siento obligada a escoger. Con el despertar de la adolescencia todavía tierno, en un momento de desvelo desorientado, Carrasco i Formiguera sació con precisión mi sed de referentes.

No tiene que existir un catolicismo catalán extirpado del mundo: precisamente porque la vocación de la Iglesia es universal, hay que velar para que, en Catalunya, catolicismo no sea sinónimo de adscripción nacional española

Lo he escrito alguna otra vez, pero siempre conviene recordarlo: en una Catalunya bastante más secularizada que España, y con una Iglesia que se mira de reojo el conflicto lingüístico, los cristianos catalanes quedamos a menudo a merced de la caricatura del católico español. Que no se me malinterprete. No tiene que existir un catolicismo catalán extirpado del catolicismo del mundo, sino al contrario: precisamente porque la vocación de la Iglesia es universal, hay que velar para que, en Catalunya, catolicismo no sea sinónimo de adscripción nacional española. Estos marcos españolizadores que trabajan en silencio y a múltiples niveles —a menudo en nombre de la neutralidad—, son los mismos que rigen el relato sobre la Guerra Civil que borra la opresión nacional que en parte la motivó, e incluso niegan que el fascismo cometiera atrocidades con la nacionalidad como único móvil. De esta dinámica se aprovecha también la izquierda española, interesada en explicar el conflicto únicamente desde el eje social, e incapaz de aceptar que un cristiano tan arraigado como Carrasco fuera fusilado por el fascismo solo por ser independentista.

El ideario de Carrasco i Formiguera trabaja sobre tres ejes —la liberación de Catalunya, el cristianismo y la justicia social— que articulan los grises de la historia y encuentran equilibrio propio

La figura de Carrasco i Formiguera siempre es la herramienta idónea para desmontar los relatos simplistas que nos arrastran al hilo español de la historia. Su ideario trabajó sobre tres ejes: la liberación de Catalunya, el cristianismo y la justicia social. Son tres ejes que, ante las inercias de unos y otros, articulan los grises de la historia y encuentran un equilibrio propio. Cuando llegué a la universidad, me lo monté bien en cualquier asignatura en la que nos mandaban trabajos para tratar su figura. Si bien es cierto que Carrasco i Formiguera está bastante estudiado como intelectual —tuve que pasarme horas en la biblioteca leyendo Reguer i Bonet—, su vertiente política no está batida con esta intensidad. O no lo estaba, vaya, hasta que Lluís Duran publicó el año 2022 Manuel Carrasco i Formiguera, pensament i acció, una tarea de investigación muy lograda sobre su pensamiento político. Leerlo tiene un punto deprimente, porque es inevitable sumergirse y no ir tejiendo siempre una comparativa con el perfil de político que hoy copa la vida pública del país. Tener vocación política y tener perfil político, es decir, la aptitud para ejercer la tarea, no es lo mismo. Sin la una, la otra cojea. En este sentido, Carrasco i Formiguera fue un político redondo porque su acción era consecuencia de esta complementariedad.

Carrasco se concreta —pensamiento y acción—, en un enamoramiento de la libertad: espiritual, nacional, social. Rompe las costuras de lo que el marco españolizador nos dice que es imposible de aunar

Años después de descubrirlo, se me hace inevitable pensar que Carrasco i Formiguera se concreta, tanto intelectualmente como política —pensamiento y acción—, en un enamoramiento de la libertad, persiguiendo la estela: libertad espiritual, consciente de que solo con Dios la libertad individual se hace llena; libertad nacional, que defendió en todos y cada uno de los momentos clave previos a la Guerra Civil, aun sabiendo que el precio a pagar para hacerlo podía ser la vida; libertad social, consecuencia de la justicia social, porque solo con las necesidades vitales cubiertas, el ciudadano escoge libremente. Carrasco i Formiguera rompe las costuras de todo lo que el marco españolizador nos dice que es imposible de aunar. No hay dualidad españolizadora que constriña para quien escoge ser libre. Cuando oigo que esta ambivalencia todavía hoy me tira hacia un lado y el otro, tener presente a Carrasco i Formiguera me explica que no soy Hannah Montana, sino que yo, como muchos, somos producto de una tradición política que hace raíz en una cosa más profunda. Manuel Carrasco i Formiguera fue asesinado hoy hace ochenta y seis años, en Burgos. ¡Antes de que el pelotón disparara, su grito de "Visca Catalunya lliure"! rompió la niebla de la mañana. Con un crucifijo en una mano y los peúcos de su hija en la otra, miró al padre Romanyà y siguió susurrando "Jesús, Jesús". Siempre me ha parecido que un hombre que se planta así ante la muerte es un hombre que lo ha entendido todo sobre la vida; un político que se hace cargo de que la distancia entre el ideal y el hecho la marca el compromiso.