¿Cómo ha ido la cosa? ¿En qué momento Catalunya ha pasado de ser una tierra de ideas avanzadas y debates profundos, a ser un territorio repleto de dogmas intransigentes, secuestrado por la imposición de la corrección política y, sobre todo, dominado por una casta de censores que han degradado las ideas de progreso a la pura categoría de consigna? Cada vez es más difícil conseguir debates profundos o contraste de opiniones, porque las corrientes más intolerantes han impuesto líneas de pensamiento único que son, en la práctica, un ejercicio delirante de censura. Es la práctica de un pensamiento colmena, donde las abejas reina del progresismo más tronado controlan el relato público, simplificándolo hasta la denigración. Un relato público que, por el camino de forzar determinados esquemas mentales, expulsa personas, ideas y obras que están fuera del catecismo woke. Hablemos claro: en Catalunya hay debates que no se pueden hacer; hay ideas que son criminalizadas; y hay personas que tienen vetada la opinión. No solo no vivimos en un momento mejor para la libertad de pensamiento, sino que vivimos en uno de los peores momentos de la libertad de pensamiento, cuando menos desde la transición. Y es fundamentalmente la izquierda la que ha degradado esta capacidad de pensar libremente.
En este artículo me refiero a la última polémica, tal vez la más patética de las muchas que estamos sufriendo. Se trata de la decisión de la ilustre ilustrada señora alcaldesa de Palafrugell de vetar —ella dice "sacar del catálogo"— la canción El meu avi, que desde hace 58 años cerraba el emblemático canto de habaneras, con todos los grupos entonándola. No hay que decir que la censura se ha vestido con cierta ambigüedad calculada, envuelta con la peregrina intención que reproduzco literalmente: la decisión se toma para que "otros clásicos puedan recibir el honor del canto de habaneras de Calella, por la repercusión social que supone". Bla, bla y patapam, plenamente consciente de que está haciendo un acto de censura y lo hace bajo la premisa de una moralina ideológica. ¿O la señora Laura Millán nos considera tan idiotas como para no vincular la desaparición de El meu avi con el polémico documental que hizo TV3 el pasado noviembre, que relacionaba al autor de la habanera, el señor Ortega Monasterio, con una red de prostitución? Al contrario, es evidente que sabe por qué lo hace, y que su motivación es ideológica.
Y de motivaciones ideológicas hay que hablar porque, obsesionada por la corrección política y el prurito feminista de pacotilla que venden los eslóganes electorales socialistas, la alcaldesa ha patinado considerablemente. De entrada, es una burla a la tradición popular catalana censurar una habanera que ya forma parte de nuestro legado, y que ha sido cantada y querida por muchas generaciones desde el remoto 1968 cuando fue compuesta. El meu avi pertenece por méritos propios a todos los catalanes, como pasa con todas las obras que adquieren una categoría colectiva, más allá de sus mismos autores. Y este es un punto importante, porque la decisión de la censura representa un desprecio a este legado que ya nos pertenece a todos. Si añadimos que Ortega Monasterio osó hacer una canción que decía "Visca Catalunya" y "Visca el català" en tiempo de la dictadura franquista, la dimensión popular de la habanera se agranda. El Ayuntamiento de Palafrugell, pues, no solo ha despreciado la cultura popular —El meu avi ya es cultura popular—, sino también el carácter de reivindicación catalanista que representaba. En este sentido, no deja de ser surrealista que El meu avi pasara la censura del franquismo en 1968, y sufra la censura de un ayuntamiento socialista en 2025.
El meu avi pertenece por méritos propios a todos los catalanes, como pasa con todas las obras que adquieren una categoría colectiva, más allá de sus mismos autores. La decisión de la censura representa un desprecio a este legado que ya nos pertenece a todos
Aparte de esta constatación, hay otro motivo que no es menor: ¿quién es quién para censurar una obra en función de la vida del autor? ¿Censuramos las pinturas de Picasso, aunque el pintor fuera un maltratador? ¿Revisamos las vidas de todos los referentes musicales, artísticos, literarios, para saber qué podemos leer, cantar, mirar? ¿Montaremos una especie de santa inquisición wokista para ver qué nos está permitido? Delirio sobre delirio.
Finalmente, hay una cuestión que no es menor. Con esta decisión el Ayuntamiento valida la denuncia de un documental que está judicializado, que la familia de Ortega Monasterio considera que está lleno de "manipulaciones y falsedades". Es decir, da por buenas las acusaciones contra el autor que inicialmente partió de una caza de brujas contra su persona por pertenecer a la Unión Militar Democrática. La cosa empeora cuando se recuerda que estas acusaciones de pertenecer a una red de prostitución fueron rechazadas en dos sentencias firmes en el 84 y el 85, en las que se declaró inocente a Josep Lluís Ortega Monasterio. Obviamente, la justicia volverá a decir la suya, dado que la denuncia de la familia contra el documental se ha admitido a trámite, y eso es motivo suficiente para que nadie tome partido en la polémica. Pero parece que la señora Millán se siente alcaldesa y juez. Y censora...
Es todo una burrada monumental que nos da la medida de la tontería colectiva que estamos viviendo los últimos años. Ahora le toca a El meu avi. ¿Mañana qué será, la estigmatización de Copito de Nieve porque era demasiado blanco y atentaba contra la diversidad étnica de los gorilas? Sinceramente, todos estos de la censura ideológica políticamente correcta, ¡váyanse a freír espárragos!