La inmensa mayoría de los lectores de esta columna no saben cuál es el repertorio oficial de habaneras que hoy se cantarán en la tradicional cantada de Calella de Palafrugell, pero casi todos saben que la canción El meu avi ha sido retirada del programa oficial. Casi todos los lectores de esta columna saben que El meu avi es una habanera, seguramente la más famosa de todas, pero buena parte no sabía, hasta hace poco, que su autor es Josep Lluís Ortega Monasterio. La mayoría de los lectores de esta columna seguramente tampoco sabía que la cantada de habaneras de Calella se celebra siempre el primer sábado del mes de julio en la playa del Port Bo, es decir, hoy. Todo esto son cosas que la mayoría de la gente ya sabe porque la alcaldesa de esta localidad de la Costa Brava ha generado un “efecto Streisand” de libro.
Un “efecto Streisand” es, según la Wikipedia, “el fenómeno por el que el intento de esconder o censurar una información produce el efecto opuesto, haciendo que lo que se intentaba ocultar obtenga una mayor difusión”. El origen de la expresión fue el siguiente. En 2003 la famosa cantante estadounidense Barbra Streisand intentó retirar una fotografía de su mansión californiana de una web que documentaba buena parte de la costa de ese Estado para denunciar la erosión del litoral. La artista denunció al fotógrafo y la web que alojaba la imagen. El resultado fue el opuesto: no solo perdió el juicio y tuvo que pagar todas las costas judiciales, sino que todo el mundo supo cómo era y dónde estaba su mansión. Si antes de la polémica esa imagen se había descargado solo seis veces (dos de ellas a cargo de sus propios abogados), cuando estalló el caso se descargó 420.000 veces en un solo mes. Esto es el “efecto Streisand”. Y es exactamente lo que ha pasado en Calella.
Cuando un tema se lleva al extremo se cae en el ridículo
La alcaldesa socialista de esta localidad hizo decantar la balanza a favor de la prohibición cuando los grupos de habaneras que cantarán quedaron empatados entre los que querían cantarla y los que no. Podría haber tomado la decisión contraria, pero no lo hizo. Como saben, la polémica radica en un documental de TV3 que relaciona al compositor con un local donde se ejercía la prostitución en Huesca. El caso fue juzgado en su día y quedó demostrada su inocencia. Pero este hecho concreto no es el objeto de este artículo, porque entre otras cosas el tema vuelve a estar judicializado por una demanda de la familia contra la televisión catalana, ya veremos cómo acaba. Lo interesante, hoy y estos días, es ver la reacción de la gente frente a una decisión incomprensible y con un fuerte contenido ideológico. Porque la alcaldesa podría haber validado que se cantara El meu avi, tal y como se ha hecho durante el medio centenar de ediciones anteriores, argumentando que el caso está judicializado y, por tanto, hay que respetar la presunción de inocencia hasta que se conozca la sentencia. No solo sería la decisión más justa y racional, sino que la cantada de habaneras de Calella de Palafrugell se llevaría a cabo con toda normalidad y sin polémica alguna. Como siempre.
Nos encontramos, por tanto, ante un caso de aplicación preventiva de la cultura de la cancelación, que no es otra cosa que la destrucción de la reputación y la obra de alguien a quien se considera inadmisible por la razón que sea. La consecuencia más evidente es el boicot y criminalización de la persona y su obra. Lo hemos visto muchas veces en todo el mundo, por ejemplo, cuando una celebridad hace pública una opinión políticamente incorrecta o un comentario fuera de lugar. Una cosa es la crítica legítima y otra es la censura a una reconocida trayectoria. Una cosa es condenar públicamente a un autor que ha cometido un delito flagrante y otra es quemar su obra en la hoguera. Muchos de estos casos tienen que ver con el factor temporal: no podemos juzgar con los ojos de hoy el comportamiento de alguien que vivió hace décadas, siglos o milenios. Por ejemplo, George Washington era un conocido propietario de esclavos, pero esto no le invalida como héroe de la independencia de Estados Unidos. O Leni Riefenstahl, que en los años treinta realizó algunas de las mejores películas que nunca se han hecho, pero trabajaba para la maquinaria propagandística de la Alemania nazi. En los últimos años, hemos visto casos particularmente esperpénticos, como los intentos de censura contra la obra de Roald Dahl o contra Tintín en el Congo. Como siempre, cuando un tema se lleva al extremo se cae en el ridículo y creo sinceramente que es lo que ha ocurrido en Calella. La decisión sobre si El meu avi debe cantarse o no corresponde únicamente a los grupos de habaneras y a su público, que ya se encargará de cantarla si considera que debe cantarse. La decisión no corresponde a nadie más; ni a mí, ni a un juez, ni a una alcaldesa, ni siquiera a la propia familia del compositor. Porque hay obras, y esta es una de ellas, que ya ni siquiera pertenecen a su creador, sino que pertenecen a toda una comunidad. Y será esa comunidad la que decidirá si esa obra está viva o no.