Con escéptica expectación hemos seguido la cuarta ronda de la mesa de diálogo, de inciertos, hoy por hoy, resultados prácticos hacia el camino final: la amnistía y un referéndum de autodeterminación desde pactado a consentido. Entre medias, pueden producirse, si se negocia bien, resultados más allá del maltratado autonomismo, con el cual los vascos y navarros, por ejemplo, viven la mar de bien. Parece que estamos a punto de tener un resultado: la protección del catalán, incluso, por el propio Estado. Habrá que ver cómo se materializa la letra pequeña de esta protección. El primer paso lo tendremos al ver las alegaciones que hace la Abogacía del Estado a la cuestión de constitucionalidad que el TSJC ha planteado ante el TC por las nuevas normas legales sobre la enseñanza del catalán, innovación normativa que le impide ejecutar las sentencias del 25 por ciento.

Personalmente, tengo que decir que incluso este resultado sobre el catalán me ha sorprendido. No me lo esperaba. No porque desconfiara de la mesa de diálogo, sino porque, como la veo saboteada desde el lado catalán, pensaba —y reconozco mi error— que en La Moncloa seguirían dando largas. Sin unidad, la fuerza de la parte catalana de la mesa pierde potencia, como un depósito de gasolina agujereado.

Uno de los motivos que se alegan, de modo que se llega a decir que el actual estado de las cosas es un incumplimiento flagrante de los pactos Aragonès-Sànchez (Jordi), es que la mesa no progresa. Ciertamente, progresa poco, quizás demasiado poco. Ahora bien, quizás si tuviera más potencia y los desacuerdos, que todo gobierno de coalición genera, no se escenificaran en público varias veces al día, en La Moncloa tendrían la sensación de que hay que aflojar más en la medida de que la voluntad negociadora es real y poderosa.

De acuerdo a la demoscopia, que pasa olímpicamente de las fantasías de Twitter, JuntsxCat va de bajada. Una de las causas, además de su origen convergente, cada vez más visiblemente dominante, la podríamos encontrar en su política obstruccionista desde fuera del Govern, a pesar de que forma parte de este. Esta política obstruccionista —de palabra— genera una tensión que hace perder fuerzas. Pero además, resulta contraria al propio partido: esconde su trabajo de gobierno y los indudables éxitos alcanzados. Pegarse un tiro en el pie es esto. Al fin y al cabo, esta política cuesta de entender al electorado.

Además de esta pérdida de potencia, se vuelve una vez más a confundir la Política —con mayúsculas— con la magia. Se hace ver y se hace creer a la ciudadanía, mejor dicho, a una buena parte de ella, que basta con desear una cosa y repetir en voz alta cada vez que se abre la boca un deseo para que el deseo en cuestión se haga realidad. Puede ser que haya dirigentes que lo crean. Cosa que denotaría el defectuoso sistema de selección del personal político.

En la historia, todos los cambios sociales y políticos se han producido igual, a base de perseverancia y tiempo. Los cambios estructurales, como el que supone para el estado español un referéndum de autodeterminación, son un estruendo en el país del antes el fuero que el huevo

Pero los veteranos dirigentes de JuntsxCat, los que llevan años en la política y sufren y han sufrido, no solo ahora, sino desde hace tiempo, la represión del Estado en sus infinitas formas —siempre se ingenian una nueva—, los dirigentes de JuntsxCat que tienen una carrera detrás, tienen dificultades para sostener hasta el final su, digamos, magia. La prueba: siguen y seguirán en el gobierno, como mínimo, hasta el próximo ciclo electoral. O no. En todo caso, no sabemos cuál es su alternativa real.

Saben perfectamente —omito un ofensivo "deberían saber"— que alcanzar la independencia o, todavía antes, el referéndum de autodeterminación, no es una cuestión de un día, ni de un año, ni de tantas o tantas más reuniones de una mesa, de la cual se sale igual que se ha entrado, hasta que, pasado mucho tiempo, se avanza. Y este avance no es —no será— un milagro. Al contrario: es fruto —será fruto— de una perseverancia a prueba de bombas.

En la historia, todos los cambios sociales y políticos se han producido igual, a base de perseverancia y tiempo. Los cambios estructurales, como supone para el estado español un referéndum de autodeterminación —poco importa quién lo gane—, son un estruendo en el país del antes el fuero que el huevo. La producción de este cambio radical no será de la noche a la mañana. Este cambio radical, dejando de lado riesgos sistémicos en un estado tan poco dinámico, zurcido por la corrupción y unas castas financieras-funcionariales desbordantes de poder, no será fruto de la magia, sino de la inteligente perseverancia, durante la cual muchos perderán muchos pelos —quizás todos— en la gatera. Dicho de otra forma: durará años, muchos. Recordemos la jornada de ocho horas, el voto de la mujer o una enseñanza pública de calidad, entre otras muchas conquistas sociales y políticas. Todas vinieron después de largos y durísimos combates, muchas veces con sangre de por medio, cosa que ahora, afortunadamente, desterramos de cuajo.

En fin. Si queremos el bien de nuestros compatriotas —que son lo más importante—, hay que esmerarse en dar toda la potencia posible a la mesa de diálogo. ¿Qué sucedería en las próximas elecciones si por la parte catalana no se pudiera seguir con la mesa? El primer paso radica en la unidad. El segundo radica en no mirar ni de reojo el reloj. Más bien hay que fortalecer las propias vitaminas y no olvidar las constantes demoscópicas.

Esta unidad sí que sería una buena sorpresa. Y provechosa. Y aceleradora de acontecimientos positivos.