El éxito de la Diada ha producido una mezcla de sudor frío y de entusiasmo cauto entre los generales del Régimen de Vichy. Por un lado, parece que el Conde de Godó ve posibilidades de volver a presionar España con alguna comedia patriótica de cariz convergente; del otro hay el peligro que el viejo mundo de CiU vuelva a dar un paso en falso y abra otra vez la caja de Pandora.

Desde que han perdido el control de la autonomía, los chicos de Artur Mas que no se han hecho amigos de las tesis yugoslavas de Enric Juliana y de Jordi Évole se han hecho amigos de la calle. La misma ANC nunca había sido presidida por una figura salida directamente de los antiguos gobiernos de CiU. La vieja convergencia siempre se lo había sabido hacer venir bien para mantener una distancia con el pueblo y mandaba a través de figuras interpuestas.

A diferencia de Dolors Feliu, Elisenda Paluzie, Jordi Sánchez y Carme Forcadell venían del activismo progre y eran fáciles de hacer pasar por cabezotas calientes de izquierda. Si Feliu lidera la ANC es porque ni Jaume Giró ni Laura Borràs han dado el rendimiento que se esperaba. El miedo de no poder mojar es tan intenso que hoy te puedes encontrar un Salvador Sostres y un Francesc Abad haciendo el boca a boca a Xavier Tries codo a codo para intentar resucitarlo. Solo hay que leer a este par para ver que el PdCAT y el Frente Nacional ya confraternizan en los pueblos.

La pregunta que se hacen ahora en la corte de Vichy, pues, es qué comportamiento electoral tendrá la gente que asistió a las manifestaciones de domingo. Hay muchas elecciones y muchos millones en juego, y hay que ver hasta qué punto los partidos de CiU flotan o se hunden. Es probable que, este año, los cuadros convergentes que ven peligrar la nómina o la hegemonía de su mundo se hayan sentido especialmente motivados y que hayan contribuido a dar un barniz de éxito a la Diada. El rechazo que genera la rendición descarnada de ERC también debió ayudar a llenar las calles.

El problema es que la épica de las calles es una reminiscencia de la Transición y que ya ha dado todos los frutos que podía dar. La vieja convergencia lideró el proceso exprimiendo el recuerdo nostálgico de la manifestación del Estatut de 1978, aquella del famoso millón de catalanes. Con la muerte de Franco, las manifestaciones se volvieron importantes: sirvieron para legitimar soluciones paternalistas a problemas que los políticos no podían afrontar sin romper las estructuras de poder heredadas de la dictadura.

Con el 1 de octubre la comedia se acabó. El 1 de octubre hizo saltar por los aires el disfraz liberal de España y de las élites catalanas. En el próximo ciclo electoral la gente votará más o menos, pero la calle ya no servirá para cimentar soluciones políticas conservadoras como las que permitieron dar 40 años de prestigio a una Constitución diseñada contra Catalunya. Junqueras sabe esto, y sabe que el odio hacia ERC solo hunde a los convergentes, igual que el odio hacia Jordi Pujol solo hundía a los socialistas.

A Pujol le interesaba la dialéctica del eje social porque sabía que la supuesta defensa de los pobres que hacía el PSC estaba corrompida por su sumisión al PSOE. A Junqueras le interesa el eje nacional porque sabe que los partidos de la vieja CiU que dicen defender el país continúan aferrados a las jerarquías que sirvieron para robar muchos años y mucho dinero a los catalanes independentistas. Además, también sabe que los intentos de capitalizar las manifestaciones en la calle tienen una conversión en votos difícil, más inflamable que realmente subversiva.

Como ya he intentado explicar muchas veces, si la ERC de los años 30 resucita, saldrá del hummus que ha dejado la derrota convergente. Ahora mismo solo una alianza de perdedores muy desesperados podría llegar tumbar el régimen del 78, y me temo que lo tumbarían intentando salvarlo. La solución tiene que ser política, y esto quiere decir que la tienen que liderar buenos políticos. Si las cosas no toman un color extremadamente demagógico, la mesa de diálogo siempre dará más votos que las performances callejeras de unos partidos que hace años que no se molestan a pensar en otra cosa que no sea sobrevivir otro día amorrados a las tetas de la vaca lechera.