"Si acceptava a ulls clucs que l'antiga Mequinensa era pel cap baix el rovell de l'ou de la galàxia, el foraster intel·ligent s'hi trobava de seguida com a casa". Emulando aquello que Jesús Moncada ponía en boca de su entrañable secretario en Calaveres atònites, el pasado sábado centenares de personas nos sentimos como en casa allí donde Ebro y Segre confluyen. La Franja ha vuelto a alzar la voz para recordar y reivindicar que en Aragón se habla catalán y aragonés —con un mayor peligro de extinción— y lo ha hecho durante la conmemoración del 40.º aniversario de la Declaración de Mequinensa, que el año 1984 reunió a los alcaldes de 17 municipios para firmar un documento en defensa del catalán en la zona. Este año han asistido representantes de unos cuarenta pueblos, además de una veintena larga de entidades. La respuesta será proporcional al ataque, pero ya cansa tanta ofensiva repugnante y grotesca.

Dentro de la moda del anticatalanismo —alimentada por el procés inconcluso— se incorpora la lengua como arma arrojadiza, como si un franjolí no pudiera sentirse plenamente aragonés y al mismo tiempo hablar el catalán. Ya en 2002, aquella Declaración de Mequinensa se tuvo que reeditar y actualizar y se firmó, en la misma población, el Manifiesto por el Pacto por las lenguas de Aragón. Y como el día de la marmota es más que una película, ahora el actual gobierno de PP y Vox en la comunidad vecina vuelve a la carga: ya ha suprimido la Dirección General de Política Lingüística y ha eliminado la financiación de la Academia Aragonesa de la Lengua. Incluso, el presidente de la comunidad, Jorge Azcón, fue recientemente a Bruselas a negar que en Aragón se hablara catalán (que ya me diréis qué ganas de hacer el ridículo por el mundo, fardando de ignorancia y mala fe). Además, el acuerdo entre la derecha y la ultraderecha también incluye la derogación de la actual ley de lenguas, que, a pesar de no ser ninguna bicoca —no reconoce la oficialidad a pesar de se acepta su existencia—, era una pequeña medida de protección y normalización.

La lengua no es propiedad de los gobiernos, sino de los hablantes que la usan y la transmiten; y modalidades lingüísticas puede haber muchas, pero lengua solo una

Ante tanta malicia y poco saber, la sociedad soberana ha vuelto a organizarse, con la ayuda de filólogos, que aportan el rigor científico, y de representantes políticos, que en los pueblos dejan de lado las siglas y ponen el sentido común al servicio de la ciudadanía (por ejemplo, el único concejal del PP de Mequinensa ha votado a favor de la moción en defensa de las lenguas minoritarias). La lucha también va de la mano de profesores y maestros, héroes y heroínas que hace décadas que enseñan el catalán en las escuelas con un éxito rotundo de participación, siendo como es una actividad voluntaria y no lectiva. Porque la lengua no es propiedad de los gobiernos, sino de los hablantes que la usan y la transmiten; y modalidades lingüísticas puede haber muchas, pero lengua solo una.

Franco derrumbó medio pueblo viejo de Mequinensa bajo las aguas del pantano de Riba-roja, pero los herederos del dictador no podrán ahogar nunca del todo la lengua que todavía hablan aquellos a quienes les inundaron la casa y sus dignos descendientes, repartidos por toda una tierra delgada sobre el mapa pero robusta de espíritu. La lengua materna es intrínseca, no solo una reivindicación. Con ella la yaya nos explicaba cuentos y nuestra madre nos hizo decir las primeras palabras. Con ella el alcalde, Antonio Sanjuán, se dirigió en todo momento a los centenares de personas presentes, con pasión y criterio, y con ella la incansable Lourdes Ibarz, presidenta de la histórica asociación Coses del poble, leyó el manifiesto final de la jornada. También fue la que utilizaron Júlia Cruz y Carla Azanuy para emocionarnos, poniendo sus canciones para clausurar el acto.

Los peces del río Algars no saben si están nadando en Catalunya o en Aragón. Tampoco a nosotros nos hace falta saber de qué comarca es el vecino que sostiene la misma pancarta

Con 250 kilómetros de largo, de norte a sur, y entre 15 y 30 de ancho, de este a oeste, la Franja (de Ponent u Oriental, dependiendo desde dónde se mire) sortea montañas, ríos y llanuras con una personalidad conjunta diferenciada, marcada por el patrimonio universal que es el catalán, con aquel acento suyo tan nuestro, tan de todos. Las 50.000 personas que viven repartidas en 62 municipios se comunican con una lengua que algunos se empeñan en decir que no existe, que hace once años ya se intentó hacer desaparecer cambiándole el nombre (e inventándose aquel mediocre circunloquio de Lapao, llengua aragonesa propia del área oriental) y que hace veinte también vio como la agredían, con una nueva limitación comarcal polémica, ya que la vigente no respeta los criterios lingüísticos y mezcla poblaciones catalanohablantes y castellanohablantes dentro de una misma comarca.

Las palabras milenarias siguen bajando por los ríos que vertebran este brazo estrecho de tierra, del Éssera al Matarranya, del Noguera Ribagorçana al Cinca, del Alcanadre al Ulldemó. La riqueza de las palabras está bien viva desde Bonansa a Valderobres, de Binèfar a Fraga, de La Codonyera a Maella. Ellos y nosotros —la Catalunya Nova— somos parientes por parte de río y también —con el resto del dominio lingüístico— hermanos de lengua. Los peces del río Algars no saben si están nadando en Catalunya o en Aragón. Tampoco a nosotros nos hace falta saber de qué comarca es el vecino que sostiene la misma pancarta. Porque, como decía Desideri Lombarte, el poeta de Penaroja de Tastavins: "La llengua que parlem és clara i forta, i és dolça si convé, i és falaguera i és jove com un brot de primavera, i és vella com l’hivern, i no està morta. Està viva al carrer; val per anar a llaurar, i per a renegar i per anar a la font, i anar al cafè. Per què no ha de valer per a escriure al diari, per a passar el rosari i per a escriure més, si més convé; més versos i cançons i més històries dels fets presents i de passades glòries?".