Los conservadores (es decir, los seres inteligentes) somos aquel tipo de gente enterada del hecho de que el pasado irrumpe tarde o temprano en aquello de nuevo que hay en la vida, abduciendo cualquier aspecto aparentemente inaudito o revolucionario de la realidad y modificándolo de una forma mágica en la cadena de las cosas que serán como han sido siempre. Por eso tendemos a mirar hacia atrás y conservar las cosas (eso vale para las ideas o para las camisetas corroídas que embuten los armarios) y a desconfiar de cualquier inventor de sopas. Este talante es especialmente higiénico en el terreno de la política y, más en concreto, en el de la res pública ibérica, generosa sin límites en genios de la ideología y del marketing por metro cuadrado; y resulta todavía más apropiado cuando se tiene que aguantar a mesías como Yolanda Díaz o su ilustre antecesor en la destrucción de la casta, ahora tertuliano y terrateniente en Galapagar.

La única cosa que vale la pena estudiar de este trasto político llamado Sumar es el gozo de ver cómo sus integrantes, camaradas durante la juventud, han llegado a la midlife crisis protagonizando una lucha prototípica de la vieja política que tanto habían reprobado de adolescentes. Eso de la casta puede aplicarse a la perfección en la misma Yolanda Díaz, quien se ha erigido en emperatriz de esta multitud de coaliciones de minipartidos con un simple acto de presencia y sin ningún tipo de votación previa, como el Espíritu Santo. Vistos los primeros discursos de la presidenciable (de una retórica mucho más posibilista que la podemita, pero con un nivel inframental de vergüenza ajena) no me extraña que un buen orador como Pablo Iglesias, bastante más ardid y con tres o cuatro lecturas en el bolsillo, haya sufrido una crisis de ansiedad destacable. En la próxima vida, Pablo, cambia de director de casting.

Aparte del hecho de que Díaz sea un producto de la designación digital de su antecesor, cabe recordar que Iglesias se marchó de la política porque quiso, después de una operación personalista absurda y de un paripé delirante que tiende a olvidar cuando duerme la catalana tribu en las tertulias con sus chapas insufribles. Iglesias fue muy tenaz obligando a pactar una coalición en igualdad de condiciones con Pedro Sánchez, pero cuando se encontró con la posibilidad de incidir en el sistema castizo español (con un cargo nada menor como el de vicepresidente) decidió desertar para salvar el progresismo de la República Independiente de Madrid. Después de tanta matraca para enmendar el sistema, fue el propio Iglesias quien se escapó del único lugar desde donde se pueden transformar las cosas (a saber, los despachos donde hay más poder) para disfrazarse de salvador y acabar aplastado por Isabel Díaz Ayuso.

Iglesias fue muy tenaz obligando a pactar una coalición en igualdad de condiciones con Pedro Sánchez, pero cuando se encontró con la posibilidad de incidir en el sistema castizo español decidió desertar para salvar el progresismo de la República Independiente de Madrid

De todo eso, of course, Iglesias & esbirros no se acuerdan a la hora de enmendar el nuevo liderazgo de Yolanda Díaz quien, como cualquier política del mundo, quiere hacerse unas listas a medida sin divos que le toquen los cojones. En vez de ayudarla a crear un nuevo espacio electoral a la izquierda del PSOE, Iglesias y compañía nos fríen a discursitos sobre la estrategia política de la nueva lideresa que solo esconden el objetivo de que Podemos tenga más espacio en las futuras sillas de Sumar. Como decía, las cosas del pasado siempre vuelven y cuando los proyectos de intelectual de la izquierda española se cansan de hacer birras charlando sobre Gramsci y su tía... llega el momento de coger papel y lápiz para colocar a la peña en una papeleta electoral. Hay quien maldice el eterno retorno del mismo, tan previsible como implacable. A mí, a pesar de mi debilidad filosófica, me encanta que la crudeza del poder acabe con tanta metafísica.

En todo aquello viejo también se esconden chorros de sordidez que vale la pena conservar. La realidad es a menudo muy sencilla, dolorosamente sencilla, y lo que resulta más interesante de todo el vodevil de Sumar es ver la triste figura de Iglesias, un hombre que había tenido un poder destacable y que ahora no puede digerir que su mujer sea ministra (mientras él pasa los días cuidando los niños) y que su sucesora sea la nueva capataz del invento. Vale la pena conservar las cosas para darse cuenta de cómo son de humanas y simples. Pero todo eso le resulta muy ajeno a la izquierda española, faltaría más, que se ejercita en la permanente adolescencia en creer que hace cosas nuevas. Mientras los jovencitos eternos pierden el tiempo, al PSOE y a su dictador se les ilumina una sonrisa cada día más oceánica. Eso de Pedro Sánchez sí que es una cosa ordenada, casi estalinista. Parece la derecha de antes.