¡Dios mío! Se ha muerto la reina de Inglaterra, han subido los tipos de interés tres cuartos de punto, los jueces de extrema derecha revientan una vez más la Constitución española y no sé por qué me siento obligado a comentar las enésimas peleas catalanas en torno a la Diada del Onze de Setembre, con la pereza que me da contribuir a que los catalanes parezcan una tribu de otro planeta. Pero bueno, como me cansa tanto este déjà vu, lo siento pero repetiré algunas reflexiones ya escritas en este y otros medios y en otras épocas, porque, desgraciadamente, han ganado vigencia. Sigue siendo evidente que el principal mal de Catalunya es el minifundismo. Hubo minifundismo agrario, hubo minifundismo industrial y ahora más que nunca hay minifundismo político.

Siempre recuerdo que Catalunya podría haber sido líder mundial de la industria motociclista —de ahí la afición y los éxitos en MotoGP— cuando marcas catalanas como Montesa, Bultaco, Derbi, Ossa, Sanglas, etc. consiguieron importantes cuotas de mercado. Sin embargo, en vez de sumar esfuerzos por competir en el mercado mundial, los industriales catalanes dilapidaron las energías al rivalizar entre ellos, hasta que llegaron los japoneses y les arrebataron el negocio. Algo parecido ocurrió con los fabricantes del textil, también incapaces de compartir una estrategia ganadora, y quizá de esa época viene el dicho catalán de que “a Sabadell cadascú va per ell”. El fenómeno lo describe también con precisión George Orwell en Homenaje a Catalunya, cuando en plena Guerra Civil las izquierdas catalanas no se ponían de acuerdo si debían ganar la guerra primero y dejar la revolución para después, o hacer de la revolución el gran incentivo para ganar la guerra. Todo el mundo sabe quién ganó y quién entró triunfando por la Diagonal. De hecho, algunos todavía están ahí. Ahora nos encontramos con que cada día hay más partidos y más organizaciones civiles que se disputan una suerte de legitimidad intransferible para guiar el camino que debe seguirse para llegar a la independencia, cuando es obvio que si no hacen el camino todos juntos, nunca llegarán a ninguna parte.

La Diada siempre había sido un reencuentro casi festivo de personas y colectivos diversos que se reconocían expresándose cada cual de acuerdo con sus creencias. Era como una tregua de 24 horas en la que se aparcaban las diferencias en beneficio de la causa compartida. Ahora parece que las creencias o más bien los intereses particulares en lugar de enriquecer el movimiento lo debilitan. Incomprensiblemente, porque entonces la causa deja de ser la prioridad compartida

La evolución del proceso soberanista ha puesto en evidencia que el independentismo catalán es un movimiento que, pese a todo lo que está ocurriendo, no tiene vuelta atrás. No hay otro fenómeno político en Europa con tanta capacidad de movilización pacífica, aunque sea una vez al año. Sobre todo porque España ha perdido la vergüenza democrática en cuanto no sólo a la persecución del independentismo, sino a la lealtad con Catalunya y los catalanes, sobre todo los que hacen uso de los trenes de cercanías. Desde este punto de vista, es del todo normal que cada once de septiembre salga mucha gente a la calle a expresar sus reivindicaciones, porque motivos no faltan. La Diada siempre había sido un reencuentro casi festivo de personas y colectivos diversos que se reconocían expresándose cada cual de acuerdo con sus creencias. Era como una tregua de 24 horas en la que se aparcaban las diferencias en beneficio de la causa compartida. Ahora parece que las creencias o más bien los intereses particulares en lugar de enriquecer el movimiento lo debilitan. Incomprensiblemente, porque entonces la causa deja de ser la prioridad compartida.

Por poner un ejemplo, una desconocida por mí Lliga Espiritual de la Verge de Montserrat ha convocado una misa con motivo de la Diada, este domingo a las 10 h de la mañana, en la Basílica de Santa María del Mar de Barcelona. Sería absurdo que los independentistas ateos se manifiesten en contra porque quieren una Catalunya independiente y laica. Déjenles que hagan lo que les parezca, diría yo. La sociedad civil se organiza libremente, y Dios nos libre de una sociedad unánime. Así que tiene todo el derecho el Grup Sant Jordi que convoca su misa y también tiene todo el derecho la autodenominada Assemblea Nacional Catalana (ANC) a hacer su convocatoria, que sorprendentemente este año la han querido más particular.

Conozco y aprecio a Dolors Feliu y creo sinceramente que actúa de buena fe y la ANC tiene todo el derecho y no le faltan argumentos para criticar a los partidos representados en el Parlament. Sin embargo, cuando la ANC dice en su manifiesto que “se ha acabado esperar nada de los partidos, sólo el pueblo y la sociedad civil organizada podrán alcanzar la independencia”, opta por algo peligroso como es la antipolítica. ¿Quién tiene la patente de "el Pueblo"? Resulta que en democracia la sociedad civil se organiza políticamente en agrupaciones civiles y políticas, existen entidades civiles, surgen think-tanks, lobbies de todo tipo se supone que para sumar voluntades a la causa compartida, pero sólo los partidos políticos se presentan a las elecciones y reciben el apoyo que la voluntad del pueblo democráticamente expresada les da. Sin embargo, la ANC se expresa otorgándose una legitimidad fruto de una verdad presuntamente revelada de la auténtica voluntad del pueblo y deslegitimando a los demás. Sin embargo, mientras no se demuestre lo contrario, la legitimidad sólo la otorgan los votos y, de momento, la ANC no tiene ninguno, es una entidad privada como cualquier otra. Si es coherente y no le gustan los partidos existentes, que se constituya... ¡en otro partido! Si se presenta a las elecciones, podrá y podremos comprobar si es verdad que representa mejor la voluntad de los ciudadanos. Ahora bien, entonces tendrá que cambiar de nombre para no caer en la sinécdoque de tomar la parte por el todo. La única y auténtica Assemblea Nacional Catalana es el Parlament de Catalunya, nos gusten más o menos sus diputados, con la ventaja de que son susceptibles de ser relevados cuando, como suele ocurrir, prometen algo y hacen lo contrario. Los partidos en el poder pueden ser sustituidos por otros mediante elecciones, pero la legitimidad del Parlamento no puede ser suplantada.

Volviendo al minifundismo, sólo falta ahora que la gente de la ANC se constituya en el enésimo partido independentista. Los guionistas de Monty Python se verán superados por otra historieta que podría titularse “Pedro Sánchez y los dieciséis enanitos”. Es como si la política catalana se hubiera infantilizado. Cuando de pequeños hacíamos travesuras y nos peleábamos entre hermanos, primos y amigos de la calle, una abuela solía decirnos: “Mátense, pero no se hagan daño”. Pues eso, feliz Diada.