Escribo esta columna cuando ya ha sucedido el primer feminicidio del 2019 y cuando desde el 2003 se han registrado oficialmente cerca de un millar de asesinadas por violencia machista. La Audiencia de Navarra mantiene la libertad provisional de los violadores de La Manada, y ya hace unas semanas que Irídia ha publicado su análisis sobre los agravios que sufren en los juzgados las mujeres que denuncian violencias sexuales. Vox sigue exigiendo el paro de la lucha contra la violencia machista para dar apoyo a PP y Cs en Andalucía, y en los medios y en las redes sociales se habla sobre cómo frenar a los de Abascal.

En aquel mundo maravilloso que es Twitter, académicos y periodistas españoles reclaman una revisión de la ley de violencia machista para dejar sin argumentos a la formación ultraderechista. Sus preocupaciones se resumen en la afirmación del periodista Cristian Campos: "Me pregunto por qué a la izquierda le cuesta tanto reconocer que algunos artículos de la ley de violencia de género rompen los principios de igualdad de sexos y de presunción de inocencia, y a la derecha reconocer que el 90% de la ley es perfecta tal como está escrita". Vuelvo a repasar las noticias sobre violencia machista publicadas durante este jueves 3 de enero, y pienso que el riesgo de Vox no es sólo su misoginia desacomplejada, que en países gobernados por políticos con ideologías afines, como el Brasil, los Estados Unidos o Italia, ya atenta contra los derechos de las mujeres y personas LGTBI. También lo es que, en una sociedad que todavía no ha asumido la perspectiva de género, su discurso o bien se perciba como el de un monstruo en medio de un oasis, o bien polarice el debate público sobre la igualdad hasta el punto que se crea, como Campos, que entre las tesis feministas y las de Vox hay un punto medio.

Las leyes de igualdad ni discriminan a los hombres ni son perfectas. Las juristas y académicas feministas hace más de una década que destacan los problemas que tiene su implantación, así como sus carencias, al no recoger todas las violencias machistas que sufren las mujeres, como las violaciones. Modificar las políticas de igualdad con conocimiento feminista es clave para cambiarlas sin caer en sesgos machistas que las debilitarían, como es el caso de Campos y tantos otros. El problema es que muchos intelectuales en particular, y la sociedad en general, no han tenido en cuenta estas aportaciones. No sólo porque el conocimiento generado por mujeres esté menos reconocido, sino porque se considera que el saber hecho con perspectiva de género no es objetivo, sino más bien una opinión que emana de la emoción y la percepción personal que se puede rebatir sin datos y que, por lo tanto, es menos válido.

Esta falsa creencia, bastante extendida no sólo en la sociedad sino también en la divulgación científica y ámbitos académicos de todo tipo, guarda irónicamente paralelismos con la noción de ideología de género defendida por Vox, Pablo Casado, grupos católicos de todo el mundo o el presidente brasileño, Jair Bolsonaro. El concepto parte de la idea de que las desigualdades de género son fruto de un estado natural y deseable, y por lo tanto normativo, de las relaciones humanas, y que el feminismo es un ataque para desestabilizarlo por intereses espurios.

El partido de Abascal parte de una supuesta situación de igualdad entre todos los individuos y descontextualiza las violencias que sufren, como si no hubiera ningún sistema de relaciones de poder que las causara

No es el único punto del programa de Vox que entronca con ideas extendidas en sectores nada sospechosos de votar ultraderecha. El partido de Abascal parte de una supuesta situación de igualdad entre todos los individuos y descontextualiza las violencias que sufren, como si no hubiera ningún sistema de relaciones de poder que las causara. Así, los privilegios masculinos pasan a verse como derechos, y su cuestionamiento como una discriminación, o incluso una criminalización, de los hombres. El ideario de Vox no dista mucho de la idea generalizada que las feministas de ahora "han ido demasiado lejos" en sus reivindicaciones, a diferencia de las feministas del tercer mundo o de las de antes. Las feministas que caen mejor siempre son las que están muertas o en Arabia Saudí.

Así pues, hay que poner la lupa tanto en el programa electoral de Vox como en la acción del resto de partidos. Ciudadanos defiende la legalización de los vientres de alquiler con una ley absolutamente inefectiva para evitar la comercialización, y hasta hace cuatro días negaba la existencia de violencia machista, proponiendo medidas muy parecidas a las de Vox. Aunque Juanma Moreno pidió un pacto andaluz contra la violencia machista, un ministro de su partido, Alberto Ruiz-Gallardón, fue el impulsor a nivel español de la restrictiva reforma del aborto que finalmente no vio la luz. Viendo que Vox se siente tan cómodo retirando ayudas sociales, habría que analizar el impacto en los recursos financieros y materiales para la prevención y abordamiento de la violencia machista que tuvieron las políticas de austeridad hechas en Catalunya y España durante la crisis, y estudiar cómo empeoraron las condiciones de vida de las mujeres, que son las que realizan en mayor medida las tareas de cuidado en ausencia de un estado del bienestar que las asuma. Ya que estamos, nos tendríamos que preguntar si la intervención financiera de la Generalitat a raíz de la celebración del referéndum de octubre puso en riesgo las políticas de igualdad.

La historia muestra que el autoritarismo, el fascismo y la extrema derecha se pueden vencer, y que ante cada avance feminista aparece una contrarreforma machista. Lo que también nos muestra, sin embargo, es que los factores que pueden hacer germinar estos fenómenos en un momento dado siguen impregnando las relaciones sociales, la cultura y las instituciones que vertebran los estados liberales, capitalistas y democráticos.