Oran Nimni, editor legal del Current Affairs, se mostraba preocupado por las consecuencias de la amplitud de significados que había adquirido la palabra violencia, estirada, como si fuera el juego de la cuerda, desde derecha e izquierda. Nimri temía que la disolución del significado originario de violencia, que entendía como el mal físico aplicado intencionadamente a seres humanos por parte de otros seres humanos, propiciara una situación en que esta palabra ya no sirviera ni para describir lo viejo ni lo nuevo. Para Nimni, la cuestión no era negar el daño que causa un insulto o la gentrificación en los barrios, que hace que los ricos expulsen a los pobres, sino que en virtud del reconocimiento de estos daños había que encontrar palabras específicas que los definieran con más precisión.

Nimni escribió este artículo el 17 de septiembre de en el 2017, y por eso lo considero un prólogo de lo que pasa en Catalunya desde las manifestaciones delante de la Conselleria de Economía, tres días después de la publicación del texto, hasta las movilizaciones de esta semana en protesta por la detención del president y el encarcelamiento de Forcadell, Bassa, Romeva, Rull y Turull. Como el procés es una batalla sobre cómo entender Catalunya, España y, en consecuencia, Europa y el mundo, el unionismo, la pseudo-equidistancia y el independentismo pugnan por imponer a la sociedad sus definiciones de democracia, autoritarismo y, también, de violencia. De hecho, la violencia es la protagonista de esta fase pseudo-autonómica y quién sabe si pre-republicana.

La amenaza de violencia física por parte del Estado es la razón que han esgrimido algunos independentistas para justificar la marcha atrás republicana que siguió el 1 de octubre. Aquí aprendimos una gran lección de la violencia estatal, que es que, si la disidencia contempla la posibilidad de que el Estado la utilice y no está dispuesta a asumir los riesgos, la amenaza ya es tan efectiva como la materialización. Es más, si la izquierda española se ha podido hacer el longuis ante la represión al independentismo no es sólo porque democracia y constitución son indisociables de la identidad española nacida del 78, sino también porque esta vez el autoritarismo se ha vestido de leyes democráticas avaladas por la UE, titulares de prensa, payasadas boadellescas y memes tabarneses difundidos por Forocoches, y no de guerra y exterminio. Eso último transforma el principio de "en ausencia de violencia se puede hablar de todo" en un "como no hay violencia, podemos evitar hablar de muchas cosas".

España se ha dedicado a modelar la violencia como si fuera plastilina, aunque los relatos resultantes puedan resultar contradictorios

No hace falta decir que los independentistas, a pesar de aceptar elecciones autonómicas y eufemizar el discurso, han sufrido igual la violencia física y la represión. Que la violencia física haya venido de los Mossos ha hecho que muchos catalanes empiecen a ver los defectos del cuerpo policial autonómico, que hasta ahora habían obviado porque no los habían zurrado a ellos. Al fin y al cabo, la represión postreferéndum hizo que el catalán tipo se sintiera más próximo a la realidad de los murcianos que protestan por el AVE, la de los manteros perseguidos por Lavapiés, la de los abuelos represaliados por el franquismo o la de Pablo Hasel y Valtònyc, que en la de su homólogo español. Cosa que no quiere decir que, una vez la represión amanse, el catalán tipo no se distancie de la desdicha de los otros.

España se ha dedicado a modelar la violencia como si fuera plastilina, aunque los relatos resultantes puedan resultar contradictorios. No importa nada, eres un Estado y haces lo que te rota. Célebres son las idas y venidas narrativas de Llarena para retratar como tumultuosos a Sànchez, Cuixart y el resto de presos políticos, y como violentos los hechos que se supone que orquestaron, con una habilidad que ya hubieran querido los líderes de los cárteles de la droga colombianos. Quizás por eso periodistas de medios internacionales han ironizado sobre el hecho de que una euroorden, pensada para detener a criminales de altos vuelos, se haya utilizado para arrestar gente que ponía urnas. Aunque Gobierno, prensa madrileña, monarquía y poder judicial hayan tejido la historia de que el independentismo siempre ha sido violento, no han podido evitar sonreír de alegría al ver que, ¡por fin! en una manifestación independentista se han quemado contenedores. Porque ya se sabe que, en la Europa democrática, tan grave es partir una cabeza como cuestionar la Constitución o manchar una fachada de un edificio histórico gerundense, que por eso nos regimos por las leyes que "nos hemos dado entre todos".

Aunque hayan tejido la historia de que el independentismo siempre ha sido violento, no han podido evitar sonreír de alegría al ver que, ¡por fin! en una manifestación independentista se han quemado contenedores.

Convendría que el independentismo no les siguiera el juego, dando tanta o más importancia al mobiliario urbano que a los heridos por las cargas policiales de estos últimos días. También que categorizara los agravios y los anclara al contexto, con perspectiva histórica. Lo ha sabido hacer en algunos ámbitos, y por eso en el exterior la opinión pública es cada vez más contraria a las acciones españolas y abogados de prestigio defienden a los encarcelados o exiliados. Pero no lo acaba de conseguir a la hora de definir una estrategia de resistencia no violenta que aproveche las virtudes de los CDR y minimice los riesgos.

Que la noción de violencia movilizada durante el procés merezca protagonizar una secuela de Flubber no sólo ha estigmatizado el independentismo, sino que ha banalizado la violencia física y la represión que ha sufrido. Así, el PSC puede pronunciar el sábado un discurso pidiendo concordia mientras vuelve la espalda a los familiares de los presos políticos y reconocer el miércoles siguiente que bueno, sí, se tiene que respetar el dolor de los independentistas, pero también el sufrimiento de los socialistas a quienes pintan las sedes. Otro argumento es "lo que pasó en el Parlament el 6 y 7 de septiembre", una tragedia tan ignominiosa que no se puede explicar bien. Aquí no sólo encontramos a socialistas, ciudadanos y populares, sino también a algunos comuns, que lo han utilizado, junto con los tuits de independentistas hiperventilados en Twitter, para hacerse los equidistantes.

No hace falta decir que, en el fondo del fondo, nadie cree que estos agravios sean iguales. Por eso el Estado español se afana por transformar los CDR en células proto-terroristas. Por eso Coscubiela se puede permitir el lujo de tildar de nazis por Twitter a aquellos que pintan lazos amarillos en los establecimientos mientras el día de la votación de la República catalana se aseguraba de mostrar a las cámaras su no. Y por eso socialistas y comuns aprovechan el estado de shock del independentismo para disfrazar el chantaje de diálogo y proponer gobiernos de concentración o con independientes que se saltan a la torera los programas electorales con más apoyos el 21-D y que reducen el Parlament a una institución de segunda que escoge gobiernos siervos al Estado. Vaya, lo que siempre ha pretendido uno de los bloques que con estos tipos de gobiernos se pretenden superar.