Los resultados en Catalunya de las elecciones generales esbozan bastante bien la etapa pseudoautonómica en que vivimos.

Si bien hay que esperar dos legislaturas para ver la solidez de un cambio de tendencia, en Catalunya el voto dual de momento se diluye. Para el independentismo es una buena noticia. Cada vez más, su electorado piensa en clave catalana para solucionar cualquier conflicto. La autonomía de Catalunya no es solo administrativa, sino también mental, y da la impresión que se resquebraja un pelo. El independentismo tendrá en Madrid más escaños que nunca, y eso permitirá probar una de las tesis de una Esquerra Republicana eufórica que ya se ve pujolista: si ser fuertes en Madrid sirve para que el independentismo avance en su agenda de emancipación nacional.

Como bien defiende el profesor Jorge Cagiao, si el PSOE no ha tenido ningún tipo de prisa a pactar con Ciudadanos —el bloque del 155 ha ganado el 77% de los escaños al Congreso— es porque ya no percibe el independentismo como una amenaza. El sistema autonómico está diseñado para que la banca, el poder central, siempre gane, y todo apunta a que Pedro Sánchez no tendrá prisa para pactar hasta que las elecciones europeas, autonómicas y municipales no le digan cuál es la opción favorable. Los partidos independentistas, pues, tienen que demostrarle a Sánchez que se equivoca.

Los resultados también indican que perviven mentalidades y actitudes que han debilitado el independentismo. Muchos independentistas fueron a votar para frenar la extrema derecha de Vox. El resultado confirmó que los de Abascal son el espantapájaros que el régimen del 78 necesita para mantener una España milenial unida. Al día siguiente, los españoles estaban contentos porque habían frenado, en su particular 1 de octubre, el auge del autoritarismo. En Catalunya, el autoritarismo seguía tan presente como el día antes de votar: la Junta Electoral Central se cargó, porque puede, la candidatura a las europeas del presidente Puigdemont y los consellers Ponsatí y Comín. Repito: la banca siempre gana y los catalanes somos los pobrecitos de las naciones. Sin embargo, eh, 22 escaños en Madrid.

La otra constatación es que el 1 de octubre fue un acontecimiento que transforma, a la larga, mentalidades y maneras de hacer, más que no propicia cambios inmediatos en la política institucional. Los partidos independentistas han descubierto que pueden zafarse de explicar la mala gestión de los resultados del referéndum y el trasto del gobierno efectivo —jugada maestra de ERC, principal defensor del invento que ve cómo el desgaste lo sufre el presidente Torra— y seguirán teniendo el apoyo del electorado, atrapado entre las ganas de seguir adelante y las de reconocer el sacrificio de los presos y exiliados. En un movimiento que se vanagloria de ser escrupulosamente democrático, la transparencia y la rendición de cuentas tendrían que ser una prioridad.

Los resultados certifican que la próxima legislatura española, catalana y municipal, será de transición

La victoria de Esquerra indica que, aparte de ser el único partido con una estructura sólida y una propuesta más o menos clara, ha sabido captar la vía por la independencia más aceptable para una sociedad que cree que mover un contenedor es ser el Viet Cong. Que funcione o no, la legislatura lo dirá. Junts per Catalunya ha mantenido los resultados en medio del caos que supone reconfigurar el espacio convergente, tarea igual de titánica que limpiar una casa: cuando crees que has acabado, siempre aparece alguna caja de ropa del invierno del 96. También ha descubierto que poner miembros de la farándula independentista a las listas tiene un recorrido limitado, y más si no presentas al san Cristo grande que es el presidente legítimo (ejem, ejem, elecciones europeas). También hemos visto la emergencia de un espacio político, el Front Republicà, que ha sabido captar, con poca financiación y nada de proyección en los medios, al votante independentista desafecto.

Con todo, los resultados certifican que la próxima legislatura española, catalana y municipal, será de transición. Los partidos independentistas se juegan avanzar hacia la independencia o enterrarla para las próximas generaciones. Para remar hacia la primera opción, hacen falta la creatividad y el compromiso de todos los ámbitos independentistas. También porque, tarde o temprano, la regeneración política que se necesita para matar la mentalidad autonomista y emprender el relevo generacional en las filas de los partidos será inevitable. Por eso hace falta que las personas que han votado a ERC o a JxC fiscalicen a sus representantes, y las que están descontentas con los partidos independentistas del establishment político y mediático canalicen su frustración a través de iniciativas de primarias o similares. Son las únicas que, hoy por hoy, se han atrevido a hablar al electorado como adultos y fuera de marcos mentales colonizados.

Lo que vimos el 28-A es, más o menos, lo que ya intuíamos. Buena parte de los votantes independentistas creen que un referéndum defendido con manifestaciones performance, en el Congreso y en el Parlamento, y que tenga un apoyo amplio de la población catalana, cada vez más independentista en todas las esferas sociales y de poder, es la mejor vía para alcanzar la independencia. Se mantiene la duda de si tanto los partidos políticos como la ciudadanía están preparados para hacer lo que haga falta para alcanzarlo.