"La vida tan sólo se puede entender mirando hacia atrás; pero sólo se puede vivir mirando hacia delante". La frase atribuida a Kierkegaard, que mi madre no para de repetirme desde que la escuchó en Mentes criminales, me recuerda a como la ocupación española de Catalunya se ha basado en manosear la construcción colectiva de lo que entendemos que es el pasado y qué queremos construir para el futuro.

Un sistema de dominación se perpetúa cuando los oprimidos no saben pensar un devenir que trascienda los límites del imaginario impuesto por el sistema opresor. Por eso el PDeCAT contempla resucitar a Artur Mas; JxCat no tiene ninguna estrategia que no sea tirar de Puigdemont y de victorias legales en las sedes de los principales garantes del statu quo mundial, la ONU y la UE; ERC cree que la vía hacia la independencia es ser la nueva Convergència, y la CUP no sé qué hace. Es partiendo de enfangar el pasado que Francesc-Marc Álvaro puede ir reinventándose como el analista favorito de la corte (sensata y moderada), Eduard Voltas puede hacer ver que inventa la rueda cada tres meses aunque lo que diga haga tiempo que es sabido, y que Jordi Muñoz se sorprenda de los resultados de unas políticas concretas que él vio aceptables meses antes.

Tal como escribí hace un año en el artículo "Intelectuales españoles"; y como bien han glosado Enric Vila y Marina Porras esta última semana, la intelectualidad catalanista españolista no se escapa de esta degeneración. Más bien es el otro pilar que apoya el autonomismo, reducidos al papel de críticos de las élites catalanas que pactaron con la metrópoli. Sólo hay que ver la edición catalana del medio español de izquierdas Ctxt, donde Paola Lo Cascio disecciona con maestría el pujolismo, y Gonzalo Torné y el apreciado Jordi Amat se dedican a hablar sobre Transición y 15-M, para ver que no hay ninguna otra propuesta que no sea crear una narración sobre el presente y el pasado de Catalunya que sirva al proyecto de futuro del estado español.

Algo parecido les ha sucedido a los comunes en Barcelona, donde no han sabido crear un nuevo modelo de la ciudad que sea vivible para el vecindario y que devuelva la dignidad política y económica a la capital, a pesar de blandir principios como el feminismo y la justicia social. Tal como escribe Clara Ramas, sin un proyecto nacional anclado a un lugar que explique de dónde venimos y hacia dónde vamos, los grandes valores de la izquierda no dejan de ser lujos al servicio de aquellos que no necesitan el territorio para sobrevivir.

Curiosamente, la edición española de Ctxt denota que el progresismo español no tiene propuestas elaboradas para Catalunya. Tanto en el excelso libro editado por el medio, Por un feminismo del 99%, como los geniales artículos de Clara Ramas sobre un nuevo patriotismo democrático (español), Catalunya o bien no aparece o bien lo hace de una forma tangencial. Ramas compra, además, una de las ideas sobre las cuales se sustenta lo que denomino el mito de la Transición, según el cual el franquismo es un accidente en la historia de España y no una materialización del españolismo para dar respuesta a una coyuntura concreta. Un ideario que Joan Tardà comparte cuando tuitea que la respuesta a las sentencias tiene que reflejarse en las alianzas de 1936 y no en las revueltas que ha habido en Catalunya a lo largo de su historia.

Un sistema de dominación se perpetúa cuando los oprimidos no saben pensar un devenir que trascienda los límites del imaginario impuesto por el sistema opresor

Sé que si mi madre me repite tanto la frase de Kierkegaard es porque sabe que tengo que hacer el favor de aplicármela. Ha sido doloroso recuperarme del choque que supone ver como personas que fomentan el talento y el espíritu crítico, como Enric Vila, que siempre me ha abierto la puerta a discutirle su argumentario machista con una libertad que se escapa de las visiones morales feministas que propugna el procesismo político y mediático, han hecho de altavoz de sectores independentistas de extrema derecha. Pequé de la ingenuidad de creer que puedes salvar a los tuyos de sus propios fantasmas, cuando Enric siempre me había dejado claro que, en todo caso, a quien tenía que salvar era a mí de los míos.

En las redes sociales, en algunas ocasiones, me he convertido en una especie de mujer ebria que brama con palabras salivantes contra los políticos. Como profesional con altavoz en la esfera pública, considero que es mi deber hacia la audiencia ―vote lo que vote― llamar xenófobo a Xavier García Albiol o recordar a cualquier asesor o dirigente de ERC y JxCat que utilizar el sufrimiento de los presos políticos para eximirlos de cualquier responsabilidad hacia la ciudadanía, los haya votado o no, es asqueroso. Sin embargo, estar a la que salta ante cualquier tontería dicha por todos y cada uno de los dirigentes del procés es agotador. Indignarse siempre ante las complicidades que ciertos intelectuales y militantes independentistas y, cada vez más, feministas establecen con el poder es improductivo.

Estoy aburrida, asqueada, cansada. De muchos dirigentes, de muchos analistas, de muchos intelectuales, de muchas feministas. Estoy harta de que en este país la crítica se considere un ataque personal y que no puedas opinar sin que nadie te encasille en un sector o en otro. Hay gente que piensa por sí misma y no tiene el culo alquilado, asumidlo. Este aburrimiento, este asco, este cansancio, me arrastra a convertirme en una bestia que no soy. En algunos momentos, me he dedicado a ridiculizar la putrefacción olvidando que, cuando te dedicas a remover la porquería, al final acabas apestando a mierda.

Yo tampoco he vivido porque no he mirado al futuro. En este sentido, no soy mejor que la gente que critico. Si escribo esto es por egoísmo, para ver si así hago una especie de catarsis, y también porque intuyo que hay muchas personas que se sienten como yo. Quizás podemos hacer la catarsis juntas, yo qué sé. Pero en todo caso, abandono la amargura. No dejaré de lado la mala leche ni la ironía, soy así. Quiero ser crítica, quiero ser libre y quiero contribuir a construir alguna cosa que nos ayude a todos a serlo. Quiero escribir de una maldita vez sin estar condicionada por un ambiente tóxico y degradado. Al final acabas escribiendo pensando en los otros, cuando en realidad tienes que escribir siendo tú. Al final te das cuenta de que, como toda la claque procesista, tu principal carcelera eres tú misma.

Si dentro de un año veis que no he hecho ningún progreso, tenéis todo el derecho del mundo a recriminármelo.