Viva donde viva, el oleaje del periodo electoral siempre me devuelve a Manresa. Es allí donde estoy censada, es allí donde voto. La existencia millennial precaria fragmenta el tiempo en unidades de duración del contrato temporal de turno y convierte cualquier espacio, por diáfano que sea, en un microhogar, donde estarás poco tiempo. Manresa es, pues, una enclavación geográfica y física. La dirección donde sé que siempre llegarán las cartas.

A lo largo de los años, he ido viendo que la decisión de seguir allí empadronada, más que responder a la pragmática, es una decisión política. Es la necesidad de reafirmar una existencia que no está modelada por las manos del centralismo barcelonés. Es el acento y las palabras que me afano por conservar después de sumergirme en los omnipresentes medios de comunicación y espacios de socialización capitalinos. Es darme cuenta de hasta qué punto la identidad charnega no me interpela, no sólo porque no tiene cabida para la explicación de cómo me siento en relación a la migración de parte de mi familia, sino porque obvia cómo las visiones migradas se configuraron fuera de la metrópoli. Es sonreír leyendo una entrevista a Brigitte Vasallo, la promotora del invento, pensando que, allí donde ella hace lo imposible por convertir su experiencia, y de tantas otras catalanas, en una identidad bien estanca y monolítica, yo la veo como una pixapina más que, como muchos domingueros, cree que su experiencia es universal.

Votar en Manresa es enfadarse ante el morro que tienen tantos activistas de izquierdas, independentistas y unionistas, que promocionan una división étnica, económica, lingüística y política de Catalunya muy similar a la de Tabarnia y Tractoria. Más allá del desprecio hacia la población campesina del país, esta visión maniquea, y españolista, esconde realidades como que el Bages es un feudo del españolismo ultra catalán; que el cierre de la Fábrica Pirelli, camino de Manresa y de Sant Joan de Vilatorrada, fue un acontecimiento que marcó toda una generación, y que minas de sal como las de Sallent someten la población a debates que tienen que hacer malabares entre la conservación de puestos de trabajo y la preservación del medio ambiente.

Es la hora de crear una alianza de pueblos rebeldes que rompa en mil añicos una Barcelona que es una copia del agujero negro que es Madrid

Votar en Manresa es reafirmar la existencia de muchos trabajadores que se tienen que desplazar, cada día, en el área metropolitana para trabajar, mediante una deficiente red de transporte público y un entramado de vías saturadas por el tráfico y la contaminación que, tal como demuestran los accidentes en la Renfe o en la C-55, a menudo nos birlan el tiempo y a veces nos hurtan la vida. Es quejarse de que, cada vez que se habla de reducir los vehículos particulares, no se tiene en cuenta que para viajar entre municipios vecinos como Manresa, Igualada o Vic la opción más viable suele ser el coche.

Votar en Manresa, o en tantas otras ciudades, pueblos y villas de Catalunya es poner sobre la mesa la despoblación y el aumento de la media de edad en muchos lugares. Es pregonar que los problemas para tener una vivienda digna también existen. Es reflexionar sobre qué traducción local tienen las olas feministas; si las mujeres pueden acceder a servicios gratuitos de interrupción voluntaria del embarazo; si las personas gais, lesbianas, trans, bisexuales e intersexuales pueden andar por la calle sin miedo a ser agredidas y pueden aprender en la escuela en un ambiente libre de acoso.

Votar en Manresa, o en tantas otras ciudades, pueblos y villas de Catalunya, es un acto de resistencia. Es un acto de revuelta. De revolución de aquello que los camacus denominan comarcas. En la esfera tuitera catalana, navega un meme que reza: "Los del sur [de Catalunya] os mataremos a todos". Cuando lo leo, escribo mentalmente: "si los del centro os dejamos". Ahora que se debate sobre la capitalidad de Barcelona en una Catalunya independiente, toca pensar el papel que tendrían el resto de municipios del territorio. Es la hora de crear una alianza de pueblos rebeldes que rompa en mil añicos una Barcelona que es una copia del agujero negro que es Madrid. Ha llegado el momento de gritar que el centro, el sur, el norte y Ponent existimos. Somos personas soberanas en territorios soberanos.