Creo que fue Javier Cercas quien dijo, en un artículo sobre el nuevo movimiento charnego, que, en todo caso, más que crear una identidad basada en una etiqueta estigmatizadora que hace tiempo que la mayoría de la sociedad catalana, afectados incluidos, rechazó, se podría tejer una historia sobre las migraciones españolas en Catalunya.

Pensé que tenía razón. Hay que hablar de migraciones para entender opresiones y exclusiones. También vías de emancipación. A mi bisabuelo por parte de madre no le gustó nada que mi abuela se casara con un castellano, de la misma manera que a mi tatarabuelo por parte de madre no le gustó que la bisabuela se casara con un señor de clase obrera. La xenofobia y el clasismo forman parte de la historia familiar. Igual que su superación. Los datos desmienten que las personas castellanohablantes sean más pobres que las catalanohablantes.

El charneguismo corre el riesgo de imponer, si no lo ha hecho ya, una historia única sobre la inmigración española durante el franquismo, desconectada de todos los procesos migratorios que se han producido tanto antes como después de ella, representada como un fenómeno que ha generado unas diferencias materiales todavía ahora insalvables. Ni rastro, sin embargo, de la élite española que vive en Catalunya, hecha de altos cargos del Estado. La portada del libro Yo, charnego, de Javier López Menacho, es una síntesis perfecta de los relatos charnegos. Por mucho que la sinopsis de la obra apunte a una variedad de voces sobre el tema, en las que tengo entendido que me incluyo, la cubierta muestra las imágenes de siempre: una familia nuclear, hombre y mujer, con un niño y, por descontado, maletas y un saco en la espalda. La Sagrada Familia en el fondo, porque el charneguismo es, sobre todo metropolitano. En la ilustración, ni rastro de las historias de muchos españoles que emigraron al resto de Catalunya. Ni de los que se casaron con catalanes de toda la vida. Hay charnegos que ni siquiera vivieron en el extrarradio, a pesar del texto de la cubierta.

El concepto "cultura charnega" y la referencia al pueblo originario, ni que sea para decir que los charnegos no se sienten de ningún sitio (en su pueblo son polacos y en Catalunya españoles), también es problemática. Para mí, Andalucía no está en Mojácar, el pueblo de mi abuela paterna. No he ido nunca, al pueblo. Los recuerdos que tenía mi abuelo paterno de su pueblo no eran nada halagadores. Era un agujero de miseria y él estaba mejor en Catalunya. Andalucía no es, para mí, una tierra mítica a la que tenga que volver para encontrar una parte de mi identidad que ha quedado asimilada por la catalanidad. La ascendencia andaluza no me crea un sentimiento de desubicación que hace que tampoco me sienta de aquí.

Andalucía está en las canciones que me cantaba la yaya, y que yo repetía, de pequeña, en el parque. “El perro saranmangüí estava lamiendo un güé, y cómo lo veía tan tié, le daba con la patí”. Está en mis iiiira, cuando hablo en castellano, o en los qué desabrío. Está en el padre nuestro que estás en los cielos y dios te salve María llena de gracia que rezaba antes de hacer cagar el tió. En las procesiones de Semana Santa que tanto gustaban a la yaya, en las que me intuía bajo una de las ropas de nazarena. Son piezas del puzzle que soy yo. Una parte de mí, como un brazo o una pierna. No lo percibo como una identidad, soy catalana.

El charneguismo es un oxímoron. Es una imposibilidad. No hay charnegos porque la mayoría de charnegos se sienten catalanes

El charneguismo ahora es una cultura. Rosalia Vila i Tobella representa la cultura charnega porque canta flamenco, un estilo gitano, de gitanos muchos de los cuales son catalanes. Igual que los Estopa, que hacen rumba catalana. Cultura gitana, también. La experiencia migratoria, y todas las mezclas culturales, las contradicciones, las opresiones, las luchas acaban estetizadas, convirtiéndose en capas de quita y pon. Como la romantización del lumpen que adopta la estética de algunos famosos, sin que sufran las consecuencias materiales de lo que implica ser lumpen.

El charneguismo es ahora un acento. Según Brigitte Vasallo, está el acento charnego y el catalán puro, el del Empordà. Le da igual que muchos descendientes de emigrantes españoles hablemos un catalán, nuestra lengua de uso familiar en muchos casos, con acento de Lleida, de Manresa, de Girona, de Amposta. Le da igual que nos afanemos por conservar nuestro acento, y nuestras palabras, que desaparecen poco a poco a causa del contacto con el catalán de Barcelona, difundido en los medios de comunicación de más audiencia.

El charneguismo es ahora una identidad que se adquiere tan sólo deseándolo. El mismo Javier López Menacho, que llegó a Catalunya hace diez años, se considera charnego. ¿Qué experiencia migratoria puede compartir con la yaya o el abuelo? ¿Qué vivencias de arraigo tiene él parecidas a las que han tenido mis padres, nacidos en Catalunya y con progenitores catalanes y andaluces? ¿Se puede comparar una experiencia migratoria en la década de los cuarenta, cincuenta o sesenta del siglo pasado con la de los dos mil?

El charneguismo transforma las situaciones personales fruto de idiosincrasias acotadas a un tiempo y un lugar en una identidad universalizable. En el patio de mi colegio había lufos, quillos, y los que éramos normales. En el barrio de la Balco seguramente se reían de los lufos y en el Passeig y Rodalies de los quillos. De pequeña me avergonzaba hablar catalán correctamente, porque eso era de lufos. Me sentía ridícula diciendo xinès, tenía que decir txino. Hasta que no fui a la universidad no vi que había gente que hacía sus trabajos en castellano y que no eran quillos. O que los quillos podían ir a la universidad. Y sin beca por ser pobres. A pesar de estas experiencias de niña y adolescente no he creado toda una teoría y he organizado festivales para hablar de la cultura mezclada como elemento problematizador del quillismo y el lufismo. He conocido el territorio. Su historia.

He entendido que la sociedad catalana se ubica en un espectro. A grandes rasgos, a un extremo tendríamos el catalán de ocho apellidos catalanes, catalanohablantes, independentistas, burgués/campesino, de la Catalunya interior/élite barcelonesa. En el otro está el español que vive en Catalunya, no tiene ningún apellido catalán, castellanohablante, unionista, pobre, del área metropolitana. Entre medio, todas estas variables se combinan de mil y una maneras posibles, generando relaciones diferenciadas de opresión basadas en la mezcla de clase, territorialidad y lengua (aclaración, los catalanohablantes somos los oprimidos en esta variable). En algunos lugares se pueden concentrar más personas de una parte del espectro que de otras. Eso hace que sea necesario que nuestras experiencias se complementen con otros, para captar el poliedro en su magnitud.

La identidad charnega es todo lo contrario. Necesita una catalanidad y españolidad esencializadas, porque, si no, dejaría de existir, al no encontrar nada en base a lo que diferenciarse. El charneguismo es un oxímoron. Es una imposibilidad. No hay charnegos porque la mayoría de charnegos se sienten catalanes. No hay charnegos porque si el charneguismo es mezcla, la delimitación de las características que conforman el charneguismo ya implica exclusión. El charneguismo no es nada más que la delimitación de una parte del espectro. Acompañada de la pretensión de aglutinar toda la basta gama de matices que hay entre los extremos del espectro.