El profesor de Princeton Carles Boix se refiere a la estrategia del Estado español para frenar el referéndum del 1 de octubre como una "privatización del dolor", una presión individual a cada una de las personas implicadas con la iniciativa con el fin de debilitar la red que lo tiene que hacer posible. La estrategia sería de lo más inefectiva si quienes prepararan el referéndum fuéramos millennials, la generación nacida entre 1980 y el 2000.

La amenaza de quitarnos el patrimonio quedaría desactivada porque no tenemos, gracias a la crisis económica y a dinámicas laborales y sociales que permiten que los señores —y señoras en menor medida— que así lo deseen puedan permanecer arraigados en la silla incluso después de que un meteorito caiga en la Tierra y elimine todas las formas de vida existentes. Muchos millennials no tienen dinero para vivir con la(s) pareja(s) o tener hijos, así que nuestras familias estarían protegidas. Podrían buscarles las cosquillas a los abuelos o progenitores, pero conociendo la afición del gobierno central de meter mano en la caja de las pensiones, y habiendo sufrido los recortes del gobierno catalán, que nuestra ascendencia acabe jodida es cuestión de tiempo.

Los catalanes, digámoslo con alegría, somos los millennials de España

Advertirnos con la cárcel tampoco es muy potente: sería la primera vez que muchos millennials se independizarían. La incertidumbre laboral hace que percibamos el tiempo de forma sincopada. Tenemos una vida en fascículos: los años de carrera, uno o dos de máster, tres meses de prácticas, los meses que dure el trabajo temporal... el futuro es para nosotros lo que la vivienda de propiedad fue para nuestros padres, una aspiración que vas comprando con tiempo y esfuerzo. Los años de prisión serían como la segunda o tercera carrera o el enésimo máster. Al salir, viviríamos del libro, las conferencias y el canal de Youtube donde explicaríamos nuestras vivencias reclusas, cuyos derechos venderíamos a Netflix para crear una serie, Estelada is the new black, que serviría como reconocimiento internacional definitivo de la causa catalana. En el siglo XXI, toda nación que aspire al autogobierno tiene que llegar a un acuerdo con Netflix para producir una serie propia, por una parte, y acoger el rodaje de alguna temporada de Juego de tronos, por la otra. Eso último ya lo tenemos hecho, y por eso el president de la Generalitat es de Girona.

Desde hace unos años, florece un género periodístico, escrito sobre todo por señores (de los que seguirán allí una vez caiga el meteorito), que consiste en glosar lo egoístas, frívolos y poco espabilados que somos los millennials. Sirve para camuflar la incapacidad de estos señores de evitar cualquiera de los males que asolarán el mundo en los próximos años, como las crisis medioambientales, la perpetuación de dinámicas neocoloniales o el auge de los fundamentalismos. De la misma manera, a los independentistas (y en muchos casos, a los catalanes que quieren otro encaje con España o a cualquiera que se considere catalán) se los tilda de totalitarios, insolidarios y de tener prisa, para disculpar la inhabilidad y la falta de interés atávico de las élites castellanas, y a veces también de parte de las catalanas, para crear un proyecto donde Catalunya tenga cabida, más allá de para repartir dinero. A los catalanes, digámoslo con alegría, somos los millennials de España.

No me gustaría constatar que la imagen del nuevo gobierno catalán, con cuatro mujeres y diez hombres, es el presagio de la repetición de lo que hemos visto en otros momentos de la historia

También somos las mujeres de España, seres a los cuales se nos pide, una vez tras otra, que pospongamos nuestra lucha por el bien de una superior, porque la nuestra resulta demasiado divisiva o ahora no toca. Se ve que todos los que queremos votar en un referéndum nos tenemos que esperar, porque en unos años mandará Podemos. O vendrá el federalismo. O cantaremos en catalán en Eurovisión sin tener que enviar gente a Andorra.

Pensar la defensa del referéndum en femenino sería un acto de resistencia. Ante la estrategia de desgaste personal, Boix recomienda reforzar la red, y para mí eso quiere decir tener cuidado los unos de los otros. Contra la agresión y la aniquilación, afecto y reproducción. La feminización tendría que acompañarse de una presencia bien visible de las mujeres —femeninas, masculinas, hembra o macho— en todos y cada uno de los peldaños que tienen que hacer posible tanto el 1 de octubre como, si gana el , el nuevo Estado. Y si gana el no, también. Pensamos lo que pensamos, vivimos en la situación que vivimos, somos mujeres y tenemos derecho a hacer valer nuestros derechos. No me gustaría constatar que la imagen del nuevo Govern, con cuatro mujeres y diez hombres, es el presagio de la repetición de aquello que hemos visto en otros momentos de la historia, que la voluntad de cambiarlo todo mediante la emancipación colectiva se queda en las puertas del hogar.

Así pues, hagamos de la desposesión generacional y de la feminidad el cap i casal de la defensa del referéndum. President, ahora que parece que pondrá las urnas, ponga también millennials. Y mujeres. Qué coño. Si hace falta, president, hágame consellera.