Ya hace años que TV3, en su inestimable cruzada para ofrecer un buen servicio público, nos regala pornografía de primera calidad.

Todo empezó con las aventuras del explorador que viaja a tierras exóticas en busca de placeres locales. Buscaba catalanes que nos descubrieran todo lo que nuestros ojos de forastero, deslumbrados por tanta exuberancia, no podían avistar. Pensábamos en lo espavilados y viajeros, que somos los catalanes. "¡Vayas a donde vayas te encuentras uno!", exclamábamos, satisfechos, mientras un cosquilleo nos regaba la entrepierna. De vez en cuando, conocíamos personajes como Alejandro Cao de Benós, y el charco era de proporciones olímpicas. Afers exteriors, le decíamos.

Después buscábamos una cosa más clasicota, del rollo mujer abre la puerta de casa a un desconocido y se lo montan con una excusa arbitraria. Era el Catalunya Experience. Mire qué país más bonito que tenemos, le llevaremos a hacer rafting por el Noguera Pallaresa y al funicular de Montserrat. Al principio pensaba que sólo era un publirreportaje en fascículos para candidatos a guiri y no entendía por qué lo emitían en Catalunya. Al ver el disfrute en la cara de los excelentísimos huéspedes —a veces hacían tríos y todo— y de la muy honorable anfitriona mientras se paseaban por grandes escenarios —la preocupación por la puesta en escena era de agradecer—, lo comprendí.

El siguiente paso fue volver a desplazar la acción a casa de otros. Esta vez, de turistas que habían viajado antes a Barcelona. Porno realista. Sin conejos depilados, ni vergas hinchadas por la viagra ni tetas retocadas. Por eso que tienes que convivir con la persona y tal. Realidad pura y dura, tal cual, sin filtros. Había un aire modernillo donde la conexión emocional con el otro era importante, para cazar a la población millennial y la feminista. Pero su título, Cases d’algú, recordaba a la canción de Jaume Sisa, para dotarlo de un toque nostálgico que captara la población más adulta.

Todos estos programas sirven para satisfacer las frustraciones más profundas que tiene todo aquel que se considere parte de la catalanidad

Ahora es la época dorada del sexo duro. Al principio engaña, porque el presentador es un islandés adorable que toca la guitarra. Extranjeros. Hablando catalán. Con un extranjero que habla catalán. Katalonski. Nada más escuchar el título del programa, tienes ganas de tocarte. Si lo dices con deje de anuncio de perfumes, todavía pone más. La última adquisición en el Porntube particular es para fetichistas. Origen Catalunya. El programa donde podrás imaginarte a familias de Okinawa introduciéndose hasta la garganta larguísimos calçots untados de salsa. En la siguiente entrega, te deleitarás con la desazón y la dedicación con que las gentes de Sidney maman de la botella de un DO Penedès.

Todos estos programas sirven para satisfacer las frustraciones más profundas que tiene todo aquel que se considere parte de la catalanidad. Una de las consecuencias de la dominación castellana que ha supuesto la idea de España ha sido el desprecio y la invisibilización de gran parte de la cultura catalana, mientras asimilaba algunas obras y autores para disimular. La pornografía de viajes es tanto una manera de reafirmar que los catalanes existimos en el mundo como de saber que lo que hacemos importa a alguien que no somos nosotros. Es la prueba de que nos podemos conectar al mundo, que formamos parte de él, después de que el españolismo presentara nuestra cultura como todo el contrario: un residuo de una época donde todo eran tribus que nos aísla de la modernidad globalizada.

Los más malpensados dirán que la pornografía viajera es una manera más de mantener viva la noble tradición autonomista de hacer que algunos escogidos de la tribu hagan cuatro duros haciendo hervir la olla de las pasiones de los contribuyentes. Yo les respondo: ellos se cascan unos viajes fantásticos y nosotros vamos a dormir con una sonrisa de mejilla en mejilla. ¿Qué más podemos pedir, teniendo en cuenta que somos catalanes?