Las peluquerías hacen la civilización. Tan pronto como se levantó el confinamiento total, centenares de catalanes se precipitaron a las puertas de estos establecimientos como si fueran zombis hambrientos, demostrando que la especie humana no es más que un bichón maltés con delirios de grandeza.

El peinado hace tanto la civilización, que ha sido uno de los ámbitos en los que más han metido baza los regímenes de poder que configuran las relaciones humanas: el colonialismo europeo intentó borrar la rica cultura capilar cultivada por las sociedades africanas; la universalización como ideal de belleza del tipo de cabello más frecuente entre los blancos ha condenado a millones de personas negras y gitanas, sobre todo mujeres, a la tiranía de los nocivos productos para alisar el pelo.

Un escaparate con los precios de los "cortes de mujeres y cortes de hombres" es todo un tratado sobre la estética del género y la pasta que cuesta adherirse a él, la puerta a un reino cuyas fronteras son amenazadas por la lustrosa cabellera de los hombres heavies y por el corte pelado y descarado de Clara Peya. Hay barberías y peluquerías, pero a partir de cierto poder adquisitivo y prestigio, todas las peluquerías y barberías están regidas por hombres. A nivel de barrio, la peluquería es aquel espacio seguro al cual muchas mujeres han recurrido para charlar, tejer complicidades y expresarse sin constricciones. Cada peluquería contiene la esencia de aquel salón libanés retratado por Nadine Labaki en Caramelo, donde las lesbianas, las casadas y las promiscuas se aislaban del resto del mundo.

La peluquería es eso: un universo donde aprendemos las lecciones más básicas sobre la condición humana

En las peluquerías encontramos dos tipos de peluqueras. Una siempre te encuentra virtudes. Qué pelo tan suave, qué nariz más bonita, qué pestañas tan largas. Es una mujer con la que da gusto hablar, y que ahora mismo tendría que estar presidiendo la Generalitat o entrenando al Barça. Te conviertes en clientela fija porque te sube la autoestima. La peluquera amable es un filtro de Instagram hecho persona. El otro tipo de peluquera es el que te encuentra muchos defectos. Son defectos ocultos, desconoces que los tienes. Como sólo ella te escrutará el cuero cabelludo, a menos que esta sea tu parafilia, no hay manera científica de demostrar que se equivoca.

La peluquera trágica actúa de forma sibilina. Empieza con una pregunta inocente. ¿Cada cuánto te lavas la cabeza? Cuerpo y subconsciente se ponen en alerta. No hay respuesta buena. Si contestas cada día, pensará que eres una obsesiva de la higiene que acaba arrancándose toda capa de protección epitelial; si contestas cada dos o tres días, sospechará que eres una guarra. Como tienes que contestar porque no es muy buena idea hacer enfadar a alguien que tiene tu cabeza entre las manos, o bien te puede cortar la yugular o bien dejarte sin masaje de antes de aclarar el jabón, acabas farfullando un "pufff, sí, bueno, cada día, cada dos... depende" que hace que concluya que eres imbécil. A continuación, hará el diagnóstico. Descamación, pelo grasiento, quemado, frágil. Es diferente cada vez. En todas tendrá un producto para solucionar la tara, uno de esos champús que no se encuentran en los supermercados, y que compran en el mismo polígono industrial de donde muchas madres, tías y abuelas encuentran los memes cuquis con mensajes cuquis y dibujos cuquis que envían al grupo de WhatsApp de la familia (el Family seguido de emoji) cada mañana, cada cumpleaños, cada santo, cada festividad y cada 8 de marzo. La peluquera trágica es el máximo exponente del capitalismo, vive a base de explotar las inseguridades de la clientela.

En un mismo establecimiento suele haber los dos tipos de peluqueras, para garantizar el equilibrio del universo. La peluquería es eso: un universo donde aprendemos las lecciones más básicas sobre la condición humana. Descubrimos que la publicidad es una farsa; aprendemos a gestionar la frustración al ver que no saldremos de allí como un cisne sino como el Calimero; desarrollamos la empatía necesaria para consolar al familiar, amistad o pareja Calimero; ejercitamos las dotes para la negociación con la peluquera que cree que las puntas empiezan en la raíz; adquirimos un conocimiento de la naturaleza que nos permite averiguar qué día hay más probabilidades que la lluvia nos fastidie el peinado; subimos el umbral del dolor intentando no sufrir una fractura vertebral mientras nos lavan el pelo. Si nos gustan sólo los hombres, cuestionamos nuestra sexualidad cuando conocemos a la peluquera que repasa las cejas con pinzas respetando las convenciones internacionales sobre la tortura.

La peluquería es, pues, uno de los lugares donde los seres humanos entramos en contacto con nuestras pulsiones más atávicas, donde ponemos en práctica los principios filosóficos más elementales. En lugar de reclamar que abrieran las escuelas, tendríamos que haber llevado a los críos a las peluquerías.