Decathlon vende unas mallas de gimnasio que hacen el efecto de tener un vientre plano. Es el complemento ideal a los sujetadores deportivos que resaltan los pechos (en otras palabras, push-up), que se pueden encontrar en tiendas como Oysho. Poco a poco, se van reduciendo los usos de las camisetas de las manifestaciones de la ANC. O de los actos unionistas de socialistas, ciudadanos y peperos con la extrema derecha (el machismo lo sufrimos todas).

Piezas como estas consolidan el gimnasio como el interregno en el que las mujeres se supone que no sólo tenemos que esculpir los cuerpos para que encajen en unos cánones de belleza modelados por la anorexia, la falta de hidratación con ejercicio espartano y el Photoshop, sino también exhibir unos estándares "sobre los cuales no tenemos ningún tipo de control", como observa Jia Tolentino. Tienes que ser sexi incluso cuando trabajas para serlo. Se tiene que erotizar el esfuerzo que supone convertirse en sexi. El anuncio de depilación donde la maquinilla depila sobacos depilados.

Tolentino escribe que el modelo de mujer ideal se ha basado en la optimización tanto de su aspecto físico como de las tareas que tiene que realizar, definidas en función de los gustos y necesidades de la época en la que vive. Lo ejemplariza con la moda athleisure, la ropa deportiva de diseño, de la cual la malla con efecto vientre plano o los sujetadores push-up serían la versión para todos los públicos. Al capitalismo se le da bien democratizar las opresiones disfrazándolas de libertad de elección. Como sentencia Tolentino, la ropa deportiva, junto con las ensaladas envasadas que permiten comer mientras trabajas, es uno de los productos más ilustres de un sistema patriarcal-capitalista que convierte belleza y trabajo en un estilo de vida. Con el entusiasmo como piedra angular de una ética laboral destinada a justificar la precariedad como nuevo modelo económico, la autora apunta que muchas de las actividades que hacemos en los ratos de ocio están orientadas a funcionar de manera más eficiente en un mundo agotador. Incluso el dolce far niente se ha convertido en una etapa del proceso: descansamos el fin de semana para estar bien para los días laborables. El ciclo vital es ya totalmente laboral.

Mi sensualidad es una sensualidad para mí, no para los otros, me miro mi cuerpo como una máquina en forma para mi bienestar, no como recurso material al servicio de la economía

Tolentino concluye que las mujeres hemos destinado bastantes recursos (económicos, temporales), en nombre de esta optimización (auto)impuesta, a realizar tareas que, al fin y al cabo, son absurdas. Cabe decir que rebelarse también agota. Ser mujer en un mundo de gente agotada es todavía más agotador porque te tienes que preocupar de cosas infantiles que la sociedad ha establecido como fundamentales, porque el dominio sexista se ha basado en el control micropolítico de cada una de nuestras acciones cotidianas.

Por ejemplo, un hombre entra en un spa con el pecho al descubierto sin pensárselo. Yo, en cambio, me lo tengo que pensar. Puedo hacerlo, exponiéndome a generar incomodidad en mi entorno. Por otra parte, me da vergüenza. Si alguien de vosotros piensa que si no hago topless es porque soy una puritana cargada de puñetas, que hable con los que me dicen que las mujeres tenemos que taparnos los pechos porque despertamos el deseo sexual de los hombres. Y a ver si de paso os matáis entre vosotros. Cuando te repantingas en un jacuzzi, o en cualquier artefacto que chapotee burbujas, la parte de encima del bikini se te transforma en dos bolsas de plástico de supermercado sacudidas por el viento. Como la película American Beauty, pero con un aguachirri cloroso y caliente que se te queda entre la piel y la tela. Quiero sentir las burbujitas entre las tetas (lema del 8-M #PezonesLibres).

Se trata de un caso banal, si queréis, pero esta micropolítica se manifiesta en ámbitos como el laboral. "Sonríe, en la tele parece que estés enfadada", es una crítica constante que recibo. A ver, Josep Maria, si río cuando hablo de los presos políticos pareceré una psicópata. O de Ciudadanos. La envidia de pene existe. Tengo envidia de los hombres blancos que se pueden dedicar a hablar de temas trascendentales porque, por una parte, han convertido su cotidianidad en trascendencia y, por la otra, porque no tienen que perder el tiempo reivindicando cosas, como no llevar los sobacos depilados, como herramienta de subversión al sistema. Porque, para una mujer, no llevar los sobacos depilados es una maldita subversión del sistema. No porque las mujeres seamos infantiles sino porque, repito, la sociedad es infantil. Ve pelos en los sobacos de las mujeres y uhh, no es limpio. Por el amor de Dios, Joan, que he visto guerrilleros de las FARC en los tuyos.

En el gimnasio, llevo mallas ajustadas y tops que me descubren los hombros y tienen escotes. En más de una ocasión, cuando tengo calor o hago hipopresivos, me quito el top y voy con sujetadores deportivos. Para mí, estos actos forman parte de la libertad corporal, de la conexión entre cuerpo, plenitud y sacrificio que siento cuando hago ejercicio desde que jugaba a waterpolo. Mi sensualidad es una sensualidad para mí, no para los otros, me miro mi cuerpo como una máquina en forma para mi bienestar, no como recurso material al servicio de la economía. Por eso me niego a comprarme una malla efecto vientre plano o unos sujetadores push-up; erotizarían mi experiencia con el fin de ponerla al servicio de otro. Vuelvo a Jia Tolentino: cuando eres mujer, las cosas que te gustan suelen actuar en contra de ti. Una vez, haciendo pilates, una adolescente miraba de reojo mi barriga a través del espejo. Giró la vista hacia la suya, e hizo una mueca de decepción. Maldije el sistema que hace que una adolescente se sienta mal al ver la barriga de una mujer. Una mujer que, dicho sea de paso, cada día se pone de perfil en el espejo y maldice la curvita que emerge entre la parte alta del vientre y el pubis.

Me sabe mal haber tenido que escribir otro artículo hablando de cosas banales. Hasta que no dejéis de tocar las pelotas a las mujeres por cualquier cosa que hacemos, os comeréis muchos más. Es mi venganza.