Los partidos independentistas han salvado los muebles este 21-D, pero mucho me temo que ya no habrá otra oportunidad para hacerlo. Como en los videojuegos, te han dado una vida extra más, y con eso te las tienes que ingeniar hasta el final. Y como estamos en una guerra de legitimidades, los comicios de diciembre han sido, más que el embate definitivo, una radiografía.

Los independentistas no nos desinflamos, y eso hace pensar que va siendo hora que nuestros representantes pidan perdón por no habernos tratado como adultos. Y que empiecen a hacerlo de una maldita vez. Que nos hablen de tú a tú, de los pros y los contras. De lo que pueden hacer y de lo que harán. Las elecciones, además, han verificado el dicho de que vencer es convencer, y hemos visto que todavía queda mucho camino para alcanzarlo. También hemos observado como una parte de Catalunya no solo no estaba dispuesta a aceptar una hoja de ruta independentista avalada por una mayoría obtenida en las legales y legítimas elecciones autonómicas del 2015, sino que ya le parece bien que zurren y persigan judicialmente y políticamente a quien lo defienda. Hemos constatado que hay una izquierda española —política, periodística e intelectual— que mirará hacia otro lado cuando eso pase, bajo el pretexto que todos los nacionalismos son igual de malos, que hacen que los pobres obreros se despisten y acaben votando cosas que no tocan porque van en contra de su conciencia de clase.

Los independentistas no nos desinflamos, y eso hace pensar que va siendo hora que nuestros representantes pidan perdón por no habernos tratado como adultos. Y que empiecen a hacerlo de una maldita vez

Los independentistas siguen sin encontrar una estrategia que convenza en el área metropolitana. El país en general no acaba de abordar con rigor la cuestión de la identidad y la cultura y su perniciosa relación con la clase y la geografía, y eso acaba estallando en manos de todo el mundo, pensemos lo que pensemos, elección tras elección. Encima resulta que la izquierda que tenía que teñir el cinturón rojo de morado no ha aprendido nada de las elecciones del 2015. ¿Qué podía salir mal, eh, amigos? Pues que hemos visto que la Unión Europea se podrá desentender de Catalunya tanto como quiera, pero que, por desgracia, el país es bien europeo. La derecha populista de tintes ultras gana bien —a pesar de la excepcionalidad del momento—, como pasa en muchos otros países de esta parte del mundo que nos empeñamos en decir que es la civilizada. La gran virtud de estas elecciones es que, por fin, estamos en pelotas y ya no nos podemos seguir tapando más las vergüenzas. Y, oh, sorpresa, todo el mundo resulta menos fantástico de lo que creía.

Puede parecer que los independentistas hemos dado pasos atrás. Catalunya ha perdido la autonomía. Tenemos gente encerrada —y más que puede haber— por defender movilizaciones pacíficas y aplicar un mandato electoral. La escuela está asediada. Los medios de comunicación públicos están, hasta nueva orden, asfixiados por la (auto)censura. Es el precio por desafiar de verdad a un estado, por una parte, y no tener claro cómo hacerlo, por la otra. Ahora bien, tal como se dijo en una película de Batman, de aquellas de Christopher Nolan que tienen poca luz y son un poco pretenciosas, "la noche es más oscura justo antes del alba". No sé si es verdad. Me gusta pensar que sí, ahora que la revolució dels somriures se ha convertido en la de las mangas arremangadas.

Nos vemos en la calle. Allí donde se hace la geografía y la historia. El espacio que, como hemos visto, modela el Parlament y la Generalitat

Toca ponernos a trabajar. Para resistir la represión. Para convencer de que la República catalana es una opción legítima. Para defender que es la opción deseable. Para explicar que cabe todo el mundo. Para recordar que, pase lo que pase, en Catalunya tiene que caber todo el mundo. Sin violencia. Porque no la hemos ejercido nunca y no lo haremos. Hace falta que estemos en todas partes del país. En todas las movidas. Haciendo red. Con naturalidad. Sin confundir pacifismo con cobardía, paternalismo o improvisación. Toca serenidad.

Nos vemos en la calle. Allí donde se hace la geografía y la historia. El espacio que, como hemos visto, modela el Parlament y la Generalitat. Aunque se empeñen en esculpirlo con la Moncloa, el Senado, el Congreso, los consejos de administración y las redacciones de medios afines. No hay más. Y feliz Navidad y felices fiestas.