Van apareciendo cuando menos te lo esperas. Pasas una página de un diario, giras la esquina de la calle y voilà, allí están. Los anuncios de la nueva campaña de reciclaje de residuos orgánicos. Todo en ellos es indescifrable. Emergen delante de nosotros dos mitades de tomate, una sobre fondo marrón y una sobre fondo gris. La mitad de debajo el tomate del fondo marrón tiene tierra y de él sale un brote verde. De la mitad de tomate del fondo gris no sale nada. Para acabar de remacharlo, el lema. "Si va, bien", vemos, en el tomate-tierra-brote. "Si no va, no viene", leemos, rodeando el pobre tomate huérfano de mitad inferior.

Mientras presencio este embrollo de ideas e imágenes, me pregunto en qué momento las autoridades del país, o quienes se encarguen del fomento del reciclaje, decidieron que era más importante tratar la ciudadanía de imbécil que no que gestionara correctamente los residuos. Empecé a desarrollar esta duda existencial cuando sufrí, porque no hay ninguna otra descripción posible, aquella campaña de tortura psicológica, digna de ser adoptada como técnica de interrogatorio de la CIA, nombrada Envàs on vas. En toda la sufrida población catalana —o a una parte, que si no hay quien se ofende— se nos ha quedado metida esa cancioncilla maldita, pero seguimos sin saber si los bricks de leche van con las latas de coca-cola.

Otra medida estelar que me encanta es la de las bolsas de plástico mágicas. Aquellas que, si pagas unos cuantos céntimos cuando vas a comprar al supermercado, adquieren la habilidad de disolverse en el aire una vez las lanzas. Si tan malas son, haced el favor de prohibir las bolsas de plástico, coño. Como han hecho en Marruecos. O alguna otra medida que acabe con la invasión medioambiental de las bolsas de plástico. Explicadnos cómo reciclar bien y reducir los residuos. Haced que reciclemos bien y reduzcamos los residuos. Obligadnos por ley, si hace falta. Acribilladnos a multas, si queréis. Humilladnos en la plaza pública si se nos ocurre poner una cuchilla en el orgánico. He leído que hay leyes y planes previstos. Aplicadlos ya. Y, por favor, dejad de tratarnos como idiotas.

Obligadnos por ley, si hace falta. Acribilladnos a multas, si queréis. He leído que hay leyes y planes previstos. Aplicadlos ya. Y, por favor, dejad de tratarnos como idiotas

Ante la incapacidad manifiesta de reciclar por parte de la tribu catalana —menos en Osona, se ve—, se ha recurrido al chantaje emocional. Mientras hacemos zapping, estos días nos han mirado a los ojos una niña y un niño coronando una montaña de desperdicios y porquería, mientras nos preguntan si este es el futuro que queremos para los chiquillos. Como estoy muy a favor de todo lo que sea dar collejas de realismo y pragmatismo a la sociedad catalana, la campaña me parece genial. Si no fuera, como digo, porque hasta ahora ni instituciones ni ciudadanía se han tomado seriamente eso de reciclar.

Uno de mis encuentros con la campaña de reciclaje del orgánico pasó justo cuando estaba de camino a la exposición del CCCB Después del fin del mundo. Trata, mira por dónde, sobre cómo los humanos hemos alterado el planeta y lo hemos llevado al margen del cataclismo medioambiental. Una de las partes que más me gustó fue la que imagina cómo vivirán nuestros descendientes cuando los efectos del cambio climático sean todavía más reales e irreversibles. Me los imaginaba en aquella sala que imita a una casa del futuro, comiendo grillos, cultivando plantas, escuchando en la radio las noticias sobre la enèsima inundación terrible o la próxima ola de calor que promete subir el infierno a la Tierra, preguntándose qué coño hicieron las generaciones anteriores para evitar todo eso. Pues mira, aquí estoy, plantada como un pasmarote delante de una marquesina que me habla de tomates y cosas que van o no van.

Es por todo que la noticia que más me ha alegrado es que se ha iniciado una investigación para saber si los gusanos de seda comen plástico. Ante la inutilidad humana, me imagino ejércitos de estos pequeños héroes enzarzándose sobre los residuos plasticosos que flotan por el océano como icebergs o que ahogan la tierra como camisas de fuerza. Sois nuestra última esperanza, pequeños amigos míos, les grito, mientras se marchan hacia la batalla, con sus cascos diminutos de militares. Si no lo consiguen, parece ser que, de momento, moriremos todos. Ahogados en nuestra propia porquería.