Marina Garcés explicaba en Nova il·lustració radical que vivimos una época marcada por el analfabetismo ilustrado. Estamos en un período histórico en que la gran cantidad de información a la que estamos expuestos y la facilidad en el acceso a productos culturales de todo tipo no se traduce necesariamente en una acción política para combatir los grandes problemas de nuestro tiempo.

Un ejemplo bien claro de eso es el boom editorial de libros sobre el procés. Justo ahora nos pasa por encima la oleada de publicaciones de los abogados de los presos y las de periodistas que tratan de dilucidar qué pasó después del referéndum. A pesar de todo, las situaciones que vemos esbozadas parece que no se materializan en ningún tipo de acción política tangible: ni una comisión de investigación en el Parlament ni una demanda de explicaciones a los líderes independentistas. ¿De qué sirve que siete de los diez libros de no ficción más vendidos en catalán traten sobre el procés si el día a día de los partidos independentistas no se ve influenciado por la acción ciudadana nacida de la reflexión crítica sobre aquello que nos dicen en sus páginas?

Que las grandes decisiones que afectan al independentismo institucional —los tejemanejes para las diputaciones, los consejos comarcales, las alcaldías y los grupos en el Senado; las negociaciones con el PSOE— estén regidas por el silencio de los despachos no es casual: como bien dice Íngrid Guardiola en L'ull i la navalla, la transparencia ya no es sinónimo de verdad. En la línea de Garcés, Guardiola concluye que la sobredosis de información y su espectacularización no buscan nada más que la desmovilización de la ciudadanía. Pensamos en el juicio del procés. Teníamos un acceso en directo, minuto a minuto, de lo que allí sucedía, hasta el punto de que los espacios informativos lo retransmitían como si fuera un partido de fútbol. El tiempo que medios y sociedad utilizábamos fijándonos en cada detalle, en las palabras de los testigos, en la actitud de las defensas o en las reacciones de la fiscalía era tiempo en que no hablábamos de cómo canalizar las demandas del independentismo. El objetivo del juicio no ha sido nunca condenar a seis, doce o veinte años a los líderes independentistas, sino frenar la amenaza presente que suponían y lanzar un mensaje de escarmiento a los líderes futuros. La retransmisión en directo del juicio, igual que la voluntad de Marchena para que fuera un proceso justo, no nacía del compromiso con el servicio al ciudadano que deben tener las instituciones de un estado democrático, sino que suponía un elemento más de propaganda españolista.

La retransmisión en directo del juicio no nacía del compromiso con el servicio al ciudadano que tienen que tener las instituciones de un estado democrático, sino que suponía un elemento más de propaganda españolista

No hay que decir que los partidos independentistas han jugado con la capacidad de modular las acciones de la ciudadanía, colocando a periodistas o miembros de los partidos en los espacios de opinión de los medios catalanes. Paralelamente, crean programas en la red como La Fàbrica de Gabriel Rufián, emitido bajo la premisa que es un sitio donde se puede hablar de todo, sin pelos en la lengua. No deja de ser irónico: la libertad que nos ofrecen los partidos en espacios de comunicación creados por ellos mismos para gloria de ellos mismos es la que nos niegan en el momento en que aprietan a los medios vía publicidad institucional, llamadas a despachos y cuotas de opinadores.

La gran lección, tanto del 15-M como de las movilizaciones masivas independentistas, es que tanto el gobierno central como los autonómicos pueden hacerse el sueco ante las demandas de la ciudadanía organizada. Como muestra el caso de Podem, la CUP y el gobierno (in)efectivo, basta con que los movimientos contestatarios tengan representación en la política institucional para que, al menos a corto y medio plazo, la amenaza al statu quo que suponen quede neutralizada. A los partidos independentistas, esta situación les juega a la contra en campo contrario y a favor en su casa. Ante esto tan sólo queda tener una ciudadanía independentista crítica, suficientemente madura como para apretar las clavijas a sus líderes sabiendo que sufren los efectos del ahogo represivo españolista.

Los centenares de libros, documentales, noticias y reportajes sobre el procés nos pueden ayudar a hacerlo. Sin embargo, sin un esfuerzo por nuestra parte, no nos harán libres. Sino al contrario.