Los dos años que han seguido al 1 de octubre, que se cerrarán con la sentencia a los presos, tienen que servir para que el independentismo dé el paso de la adolescencia a la madurez política. Más allá de la tentación de ver las sentencias como un nuevo embate, convendría que fueran el trampolín hacia lo que verdaderamente necesita el movimiento, que es ni más ni menos que cada uno de los actores, sociedad civil incluida, haga autocrítica, se ponga a punto y encare un relevo de liderazgos.

La pluralidad del colectivo, y la precaria situación en relación al Estado, complica que alguno de los actores alcance la hegemonía, o que la obtenga sin perder por el camino el talento de voces discordantes. Lisa y llanamente, el independentismo no se encuentra en una situación en que pueda prescindir de las habilidades de nadie. Este verano, hará falta que todos reflexionemos.

Junts per Catalunya tiene que acabar de constituirse como formación política y repensar una estrategia basada en prometer jugadas maestras y colocar en las listas a miembros de la farándula independentista. Es el momento de que Esquerra Republicana deje de creer que ampliar la base es sinónimo de llenar listas con gente de otros partidos y pare de sorprenderse cada vez que los comuns hagan gala de su españolismo blando para pactar con el tripartito del 155 o con independentistas, según le convenga para tocar poder. También que sus politólogos de cabecera abandonen eso de analizar objetivamente situaciones que no son nada más que profecías autocumplidas, consecuencias lógicas y previsibles de la estrategia que han recomendado desde las elecciones del 21-D. La CUP tiene que escoger entre ser una formación política dispuesta a asumir las contradicciones de tocar poder a nivel nacional o seguir siendo un grupo de presión parlamentario guardián de las esencias del movimiento. El espacio de Primàries tiene que reflexionar sobre hasta qué punto es posible romper la rueda partidista, y encontrar maneras de combatir la imagen de Mesías que viene a salvar el independentismo y a aleccionar a los pobres ignorantes promovida por muchos rivales políticos.

Si las voces críticas queremos implicarnos en la lucha, tendremos que cargarnos de paciencia, convertir la rabia y el resentimiento en energía productiva, desmenuzar la soberbia y explorar nuevas maneras de tener un discurso contundente que no sea visto con hostilidad

A mí también me toca hacer deberes. Formo parte de esos sectores, presentes en la sociedad civil, en los medios y en todos los partidos, afectados por el síndrome de Cassandra. Personas que hace tiempo que íbamos diciendo, sin mucho éxito, "así no". La bajada del huerto que ha supuesto para muchos ver el flirteo de Colau con Valls ―que no se podrá aprovechar mucho porque en algunos municipios el independentismo pacta con el PSC― no ha hecho que se nos valore más. Seguimos siendo hiperventilados, un peligro para el movimiento. La condición de conciencia independentista no la he llevado muy bien. He odiado a compañeros de lucha y he pensado que no valía la pena malgastar energías en un movimiento que no aprecia ni mis aportaciones ni las de tantas otras personas. Me he llegado a desesperar ante la constatación de que hay muchas personas que necesitan hacer un procés más largo que yo para descolonizar la mente. Es fácil caer en la prepotencia y el desprecio.

Pero Catalunya es mi tierra, y cuesta más de lo que me pensaba mandarlo todo a freír espárragos. Si las voces críticas queremos implicarnos en la lucha, tendremos que cargarnos de paciencia, convertir la rabia y el resentimiento en energía productiva, desmenuzar la soberbia y explorar nuevas maneras de tener un discurso contundente que no sea visto con hostilidad. Gran parte del movimiento, sin embargo, tendrá que asumir que defender una acción política escrupulosamente democrática quiere decir evaluar el trabajo de nuestros representantes y aceptar las críticas. Madurar políticamente quiere decir denunciar la injusticia a la que se ha sometido a los presos y los exiliados, emocionarse con su discurso, y a la vez exigirles responsabilidades por no haber hecho lo que prometieron que harían. Considerar que las penas que les impondrá el poder judicial español ya compensan sus errores flagrantes es aceptar que la justicia de los colonizadores es más importante que la nuestra. Ser adultos implica asumir que los llamamientos a la movilización de Jordi Cuixart son imposibles si no hay nadie que explique, con sinceridad y sin voluntad partidista, dónde uno es fuerte y dónde es débil.

Sea independentista o no, la ciudadanía se merece transparencia democrática, hecho que implica un periodismo fuerte. En el país hay excelentes periodistas políticos y de investigación de todos los colores e ideologías, y se les tiene que dar apoyo, con el fin de paliar la dependencia hacia las subvenciones del poder político. Los columnistas y tertulianos tenemos una posición privilegiada para hacer llegar nuestra voz y eso, como decía el tío del Spider-man, comporta una gran responsabilidad. La vanidad y el flirteo con el poder son dos enemigos fuertes. Como novata en este campo, he vivido lo complicado que es mantener la cabeza serena cuando hay tantos ojos que te registran. Algunos de los más veteranos harían bien de reflexionar sobre por qué hace unos años escribían que habíamos ganado y ahora son los primeros que piden un retroceso; o sobre qué implica reivindicar el compromiso con la causa blandiendo amigos que fueron torturados por las fuerzas españolas mientras sus artículos, por muy juiciosos y contundentes que sean, acaban haciendo la pelota al partido afín. A los articulistas buena gente, los que tejen palabras que esparcen toneladas de dignidad y buen rollo, les pediría que pensaran si su somos gente de paz es fruto de un compromiso con la resistencia no violenta o brota del miedo a afrontar el conflicto con España, con todas sus consecuencias.

Tenemos mucho trabajo por hacer este verano. Por suerte, en todos los rincones del independentismo hay personas con talento, visión crítica, empuje y compromiso. Se trata de crear las condiciones para que estos valores, y no otros, sean los que impulsen el movimiento.