El gran reto de Catalunya es tejer un proyecto político, social y cultural que ni sea excluyente ni asuma el imaginario españolista. Supongo que debimos ser conscientes de ello cuando decidimos que sería catalán quien vive y trabaja en Catalunya.

El lema ha sido acertado, porque quien no se siente catalán por cuestiones de lengua o tradición se siente por razones de ascensor social o valores ciudadanos. Pero también es cierto que a menudo no se ha querido debatir sobre la existencia de diferencias de clase y etnia que hacen que no todos los catalanes sean iguales, y que no todo el mundo sea considerado catalán de la misma manera, por miedo de que eso reforzara el relato españolista que el nacionalismo catalán es excluyente. Es curioso, porque el "es catalán quien vive y trabaja en Catalunya" ha permitido a Ciudadanos apropiarse de la catalanidad para debilitar herramientas que se han utilizado para resistir el proyecto españolista, como la lengua o los medios de comunicación públicos catalanes.

Tal como explica Ngũgĩwa Thiong'o, controlar la cultura de un pueblo es controlar las herramientas con las cuales se autodefine en relación con los otros. En el caso catalán, la cita del escritor kikuyu nos recuerda que el españolismo no es sólo un sistema de dominación política, sino que también es uno cultural. Ambos sistemas están interrelacionados en el momento en que la dominación cultural sostiene la política, pero ambas formas de dominación pueden ir perfectamente por separado.

Eso se ve en algunos discursos utilizados por el independentismo catalán en la actualidad. Se considera que el movimiento se moderniza cuando quiere abrirse paso en el área metropolitana. Se dice con orgullo que uno es independentista "por razones no identitarias", como si querer serlo para evitar la desaparición de la lengua catalana o porque se cree que es lo más consecuente con la historia del país fuera algo reprobable. Tanto la identidad como otros valores son formas diferentes y compatibles de sentirse independentista. Ambas, por cierto, pueden ser semilla del esencialismo que lleva al supremacismo, pudiendo construir la exclusión o bien en función de quien consideramos catalán o en función de quien consideramos civilizado.

Si en muchos momentos hemos tenido que escoger entre una cultura hecha en Catalunya en catalán o una cultura hecha en Catalunya en castellano no ha sido por clasismo o etnicismo, sino porque el estado español ha querido aniquilar o minorizar la hecha en catalán

De un tiempo a esta parte se habla de la necesidad de construir un proyecto republicano no sólo para aquellos que tienen apellidos catalanes, un hecho sorprendente porque nadie ha defendido nada de este tipo. Cuando Sergi Sol escribe en este medio que en Santa Coloma se lee Lorca y en Vic Martí i Pol, corremos el riesgo de esconder que en la Catalunya central hay barrios que se parecen al barcelonés Nou Barris o al barrio de Cerdanyola de Mataró. Mientras tanto, el Bages encabeza la lista de comarcas con más GDR y es la cuna de organizaciones de extrema derecha españolísimas, con fundadores de apellidos catalanísimos como el señor Josep Ramon Bosch i Codina, y no entendemos nada.

En El Periódico, la diputada y escritora Jenn Díaz lamentaba que hasta que España no deje de despreciar la cultura expresada en catalán no podremos reivindicar desacomplejadamente a Rosalía como parte de la cultura catalana. Lo escribe al final de un texto que alaba la cultura hecha en castellano y nos insta a ser inclusivos en nuestra concepción sobre qué es la cultura catalana. Estoy de acuerdo en que lo hablemos, pero para hacerlo habría que poner en el centro aquello que ella menciona en las tres últimas líneas de un texto de una treintena. Si en muchos momentos hemos tenido que escoger entre una cultura hecha en Catalunya en catalán o una cultura hecha en Catalunya en castellano no ha sido por clasismo o etnicismo, sino porque el estado español ha querido aniquilar o minorizar la hecha en catalán. Superar eso no pasa por acordarnos de que no tenemos que ser injustos con los artistas en castellano ni estúpidamente conservadores, sino para reflexionar sobre cómo el españolismo se apropia de una cultura hecha en territorio catalán y articular una estrategia para contrarrestarlo.

Así pues, es hora de empezar a tener presente que el españolismo no sólo ganaría si tuviera Catalunya sometida durante trescientos años más. También lo haría si el catalán desapareciera en una República catalana o en una Catalunya libre asociada a un estado confederal español. El españolismo gana, también, cuando una parte del independentismo compra el imaginario tabarnés para arañar votos en el Área Metropolitana.