Los entrevistadores que admiro son aquellos que, más que por su nombre, son conocidos por las respuestas de sus entrevistados. Es el caso de Lídia Heredia, uno de los mejores entrevistadores de Catalunya (así, en masculino verdaderamente genérico), y Carlos Alsina, el presentador de Onda Cero que le sacó a Mariano Rajoy la famosa frase "¿y la europea?". A la hora de escribir, siempre he tenido presente la gracia con la que Plàcid Garcia-Planas, antiguo cronista de Internacional de La Vanguardia, tejía las historias que explicaba. Plàcid me recordaba al futbolista Andrea Pirlo. El italiano le hacía el amor a la pelota; Garcia-Planas, a las palabras.

Mis inicios periodísticos fueron a los dieciséis años en la radio local, y de allí salté a los grupos multimedia comarcales. Es allí donde los periodistas se convierten en personas-orquesta, una especie de Hombres de Vitruvio (o mujeres, el periodismo es un mundo de mujeres) que en cada uno de los brazos sostienen, respectivamente, un micrófono, una pluma, una cámara y un teclado. Una de mis tareas consistía en transcribir las entrevistas que Noemí Iglesias hacía a alcaldes del Bages. De ella admiraba el gran conocimiento enciclopédico que tenía de la situación de todos pueblos de la comarca.

La experiencia en el periodismo local fue una vacuna contra los aires de superioridad que se respiraban en los pasillos de la Facultad de Comunicación de la Autònoma, donde el aura de ser los futuros ejercitantes del cuarto poder, los fiscalizadores de los otros tres, nos cegó a la hora de advertir la crisis económica y de modelo periodístico que se nos vino encima una vez acabamos la carrera. De la licenciatura aprendí a desconfiar de los periodistas que repetían una vez y otra la frase del colega polaco Ryszard Kapuscinski, "los cínicos no sirven para este oficio", o "el periodismo es el oficio más bello del mundo". En primer lugar, porque son mentira: de cínicos nuestro oficio está lleno, y oficios bonitos hay los que quieras. En segundo lugar, porque un periodista que romantiza el trabajo no es demasiado buen periodista. Ser críticos con el poder implica, primero de todo, ser críticos con nuestro trabajo y nuestra profesión.

Mis sueños me encaminaban a ser periodista de guerra —asumí que me moriría a los cincuenta años saltando por los aires al pisar una mina— o haciendo de presentadora de televisión. Al cabo de los años, sin embargo, acabé en el periodismo de opinión, el género periodístico para el cual menos te preparan, no sólo a nivel técnico, sino a nivel personal. Toda la vida asumiendo que yo no sería la noticia, y admirando a los periodistas que consiguen hacer lucir los hechos, las respuestas, por encima de sus egos, para acabar teniendo que hacer de mis opiniones EL tema del artículo.

Es reivindicando la condición literaria y artesana del periodismo, y de la opinión, que podemos avanzar hacia la dignificación del oficio

"Los opinadores somos las prostitutas de lujo del periodismo", me dijo un maestro una vez que salíamos de una tertulia. Con respecto a mi situación, el lujo no viene del sueldo, aunque sea la impresión que tienen muchos lectores, oyentes y espectadores. El oficio de opinador o analista es precario, tanto a nivel económico como con respecto a la regularidad. Suele ser un complemento a un trabajo principal. En mi caso, el lujo del cual habla el maestro, y supongo que el de tantos otros, es que llega un momento en que tienes la libertad de levantarte, pensar un tema y decidir para qué medio lo escribes.

La opinión es una lucha constante. Para encontrar el tono, el estilo, las palabras y, sobre todo, para encontrarte a ti misma. A medida que dominas la técnica, es muy fácil acabar produciendo artículos industrialmente, un hecho que me repugna, porque genera textos sin alma. Los buenos artículos, como el buen caldo, tienen que cocinarse a fuego lento y dejar el cerebro de quien los escribe como una naranja exprimida. Cuanto más vas viendo la reacción que tiene lo que escribes, es muy fácil creer que eres el oráculo de Delfos. ¿Cómo lo combates? Pues, por contradictorio que pueda parecer, creyendo que lo que haces es literatura. Fue la pregunta que me hizo una estudiante de Periodismo: "¿Crees que tus artículos se pueden considerar literatura?". Es una de las cuestiones más inteligentes que me han planteado nunca. No supe qué responder, por aquella falsa modestia que nos inculcan a las mujeres, y a los catalanes como pueblo colonizado mentalmente, porque así se evita que avancemos, pues el camino a la superación se basa en reconocer tanto errores como virtudes.

Ahora, a la estudiante le contestaría que sí, que lo que hago, lo que hacemos muchos articulistas, como Joan Burdeus, Marta Rojals, Bernat Dedéu, Llúcia Ramis, Ofèlia Carbonell, Clàudia Rius o la afiladísima subdirectora de La Vanguardia Isabel Garcia Pagan (clama al cielo que no haya dirigido nunca ningún medio) es literatura. Porque considerar que lo que haces es un arte, algo valioso que requiere talento, maestría y oficio, es el mejor antídoto contra la soberbia. Hemos degradado tanto el periodismo catalán, pagando sueldos misérrimos a redactores mientras las estrellitas se llevan morteradas, dejando que los periodistas afines a los partidos o directamente los asesores de partido maltraten géneros como la opinión (¡panda de sinvegüenzas!), que nos hemos olvidado de que el periodismo es en todos los casos artesanía, y en algunos, por el género y el estilo, literatura. Es reivindicando la condición literaria y artesana del periodismo, y en el tema que nos ocupa, de la opinión, que podemos avanzar hacia la dignificación del oficio.

En mi caso, uno de los espacios donde he podido aprender la técnica de trenzar palabras que construyen razonamientos es en las columnas semanales de ElNacional.cat. Durante tres años, he acertado y la he pifiado, he tenido la libertad de probar todos los estilos que he querido y hablar de todos los temas que se me han ocurrido. Ahora, sin embargo, toca cerrar un capítulo. Empiezo una nueva etapa profesional que me hace muy difícil seguir escribiendo esta columna. Ha sido una decisión dificilísima de tomar, porque, por encima de todo, me lo he pasado muy bien.

Quería agradecer al equipo de este medio, empezando por el director, José Antich, y continuando por todo el personal de redacción, en especial los profesionales de la edición, un trabajo en extinción por culpa de la inmediatez de la digitalización, haber confiado en mí durante todo este tiempo. También quiero dar las gracias a los lectores, porque sin ellos no hay prensa. Muchísimas gracias a todos. Por leerme, por darme consejos, por editarme, por corregirme, por criticarme. Espero que nos podamos reencontrar con el tiempo.

No os digo adiós, sino hasta pronto.