Confieso que no las tengo todas con la huelga feminista de hoy. La escasa concurrencia a las manifestaciones contra la violencia machista del 25 de noviembre o el nulo eco mediático que tuvieron hace dos años las Jornadas Feministas, donde participaron unas 2.500 mujeres de todos los Països Catalans (y más allá), me hicieron sospechar, en un primer momento, que esta huelga pasaría sin pena ni gloria. Que sería cosa de las de siempre. De las sospechosas habituales que nos encontramos en todas las charlas, cursos y actos habidos y por haber sobre cosas feministas. Las que nos seguimos las unas a las otras por las redes sociales y publicamos muchas noticias y artículos sobre género, creando una República virtual feminista de luz, colores y unicornios.

Parece que me equivoco (y yo que me alegro), y que la huelga ha cogido impulso. Es lo que tiene que el mito de la meritocracia, aquel que decía que el problema de la desigualdad laboral era que las mujeres ni estábamos tan formadas como los hombres ni teníamos tanta ambición como ellos, haya demostrado ser eso, un mito. Y que, en consecuencia, muchas mujeres estén muy, muy enfadadas. Es lo que tiene, también, descubrir que el trabajo no es el único ámbito donde tenemos que luchar por la igualdad. O que cada vez seamos más conscientes de que si muchas hemos podido acceder al mercado laboral —en mi caso con precarias intermitencias, que soy tan millennial como mujer— es gracias al hecho de que muchas otras mujeres, sobre todo migradas, racializadas y de clase baja, han asumido las tareas reproductivas y de cuidado que tendrían que haber asumido los hombres.

Porque ya se sabe, ser un hombre (heterosexual) nuevo no luce mucho poniendo una lavadora, ayudando a ir al lavabo a alguien que no puede ir solo, respetando el deseo de las mujeres con quienes te acuestas o no sintiendo la imperiosa necesidad de decir lo pija que es Elsa Artadi por tener un doctorado en Harvard gracias a una beca de La Caixa —pista: si fuera un hombre, lo considerarías un genio—. Es mucho mejor para tu prestigio social, donde vas a parar, clamar a los cuatro vientos que eres feminista como hace Justin Trudeau; hablar en femenino genérico; demostrar que te preocupas mínimamente por la descendencia o escribir artículos sobre las conmociones existenciales que implica la mera sospecha de haber perpetuado el machismo. Algunas de estas piezas dirán lo mismo que muchas mujeres han reivindicado antes y mejor, pero obtendrán más lecturas y retuits, que por alguna cosa los hombres tienen la autoridad simbólica que otorga el falo.

Pienso en cómo pueden hacer huelga las trabajadoras precarias, las mujeres solteras con personas al cargo, o las mujeres que han quedado al margen de nuestra sociedad y que pueden, en consecuencia, no sentirse interpeladas

Como buena practicante del manresanismo, sin embargo, siempre me fijo en lo que puede salir mal o no puede acabar de ir del todo bien. Uno de los grandes aciertos de la movilización de hoy es la huelga de cuidados, pero me pregunto si las mujeres que toda la vida han trabajado en casa, sobre todo las mayores, tienen información sobre la huelga y sienten la necesidad de hacerla. Siempre se nos ha dicho que el trabajo que las mujeres hacen en el hogar, como no es remunerado, no es exactamente trabajo, sino un acto de amor y devoción a la familia (ecs). Pienso en cómo pueden hacer huelga las trabajadoras precarias, las mujeres solteras con personas al cargo, o las mujeres que, como bien recuerda la feminista gitana Silvia Agüero Fernández, han quedado al margen de nuestra sociedad y que pueden, en consecuencia, no sentirse interpeladas. ¿Se han incluido sus necesidades a la huelga? ¿Una huelga da respuesta a sus necesidades?

Lo que me hace estar más alerta ante la huelga de hoy, ocho de marzo, es el temor de que sea eso, un ocho de marzo. Cada año bromeo que este día haré fiesta porque es cuando todo el mundo se preocupa por lo que yo, y tantas otras, nos preocupamos cada día. El Día Internacional de las Mujeres es, para mí, aquella fecha en que medios, familia y entes públicos y privados expían los pecados machistas que han hecho durante el año. El octavo día de marzo permite vivir el nueve de marzo, el cinco de mayo o el siete de marzo del año siguiente con la conciencia tranquila.

Es probable que hagan falta más huelgas feministas. De esta aprenderemos mucho. Quizás harán falta, también, movilizaciones para pedir hitos específicos

Parece que durante el ocho de marzo se abra un portal interdimensional que nos permite entrar en contacto con otra realidad donde hay mujeres que hacen cosas, que las cosas que hacen se valoran, donde sus cuerpos y experiencias son tan importantes como los de los hombres y donde los asuntos públicos y privados —si es que existe esta división— se analizan con perspectiva de género. A partir de las 00.00 del día siguiente el portal estelar se va cerrando y, señoras, tengan la bondad de volver sin hacer ruido por el agujero por donde han entrado, que ahora toca hablar de las cosas serias que rigen la polis.

Es probable que hagan falta más huelgas feministas. De esta aprenderemos mucho. Quizás harán falta, también, movilizaciones para pedir hitos específicos. Todas ellas van bien para sacar la venda de los ojos a muchas personas, para recordar que no todo va como la seda y para hacer presión para alcanzar objetivos concretos. Pero porque el machismo es un cáncer que lo impregna todo —desde como planificamos un municipio a como follamos— necesitamos que los feminismos lo impregnen todo. Que permeen el individuo, el espacio y el tiempo. Y eso va más allá de lo que podamos hacer hoy. Sólo se consigue trabajando día a día. Pensando, en cada momento, en cada ámbito de nuestra vida, qué podemos hacer para mejorar. Y, si no lo sabemos y tenemos dudas, preguntándolo a las señoras que hacen cosas o a las feministas que estamos de guardia los días que no son el ocho de marzo.

Así que, Muy Honorables lectores de El Nacional, que tengan un buen día. Y hasta mañana.