Hurgando y hurgando información sobre la huelga feminista del ocho de marzo por los inhóspitos rincones de la red, me encontré con la noticia de que algunas feministas catalanas se habían desmarcado de la versión catalana del manifiesto porque incluía referencias a la represión sufrida a raíz del 1 de octubre.

Las voces críticas instaban a dejar de lado la cuestión política en Catalunya porque era un factor que dividía los movimientos feministas y se desmarcaba del carácter internacionalista de la movilización. Los argumentos tendrían su qué si no fuera porque cada vez más corrientes feministas defienden que la mejor forma de tejer alianzas entre mujeres, a nivel local y transnacional, es teniendo en cuenta las diversas opresiones que sufrimos en contextos concretos y en base a múltiples condicionantes, no sólo el de género. Sólo reconociendo las diferencias, pues, se puede alcanzar la unidad de acción. Este planteamiento lo han propuesto a menudo feministas negras, trans, musulmanas, lesbianas o gitanas. Todas ellas cansadas, mira por dónde, que las feministas blancas heterosexuales y cis les dijéramos aquello tan pujoliano de que sus historias eran muy interesantes, pero que ahora no tocaba hablar de eso porque hacerlo nos alejaría de los objetivos comunes del movimiento feminista. Y que páselo bien y muchas gracias.

En el contexto del proceso catalán, se me ocurren casos en que las condiciones de mujer e independentista han creado una alianza infernal. Pienso en los ataques furibundos hacia Elsa Artadi, Marta Rovira o Anna Gabriel; la invisibilización en algunos medios de comunicación de la estancia en la prisión de las conselleres Bassa y Borràs; las denuncias de agresiones sexuales sufridas durante las cargas policiales del 1 de octubre, o los insultos sexistas que han recibido algunas mujeres que llevan el lazo amarillo.

La marginalización de las culturas no castellanas nos ha dejado situaciones tan sensacionales como que cualquier feminista española tenga más facilidad para conocer e identificarse con la obra de feministas de los Estados Unidos que con los escritos de Maria Mercè Marçal

Confieso que las críticas al manifiesto catalán no me han perturbado tanto como comprobar que en el manifiesto de la Coordinación Estatal por la Huelga Feminista, el que sirve como referente estatal y modelo a seguir para manifiestos de carácter autonómico, no menciona la plurinacionalidad del Estado. Digo que me sorprende porque el manifiesto reclama ser mujeres libres en territorios libres. Como si el sistema de competencias en la España actual no influyera en las herramientas administrativas que tiene cada comunidad para luchar contra el sexismo. Como si, en el caso del proceso catalán, las filas unionistas, independentistas y (pseudo)equidistantes no hubieran utilizado el género para defender sus posiciones.

O como si buena parte de los proyectos políticos de España no hayan combinado la primacía del castellano en la vida pública con el arrinconamiento a la esfera privada del resto de lenguas, una situación parecida a la que han sufrido aquellos roles y saberes históricamente asociados al género femenino. La marginalización de las culturas no castellanas nos ha dejado situaciones tan sensacionales como que cualquier feminista española tenga más facilitad para conocer e identificarse con la obra de feministas negras de los Estados Unidos de los años setenta que con los escritos de Maria Mercè Marçal, con un pensamiento hermano y coetáneo del de las homólogas afroamericanas.

El manifiesto estatal, pues, ofrece una reflexión sobre los perniciosos vínculos entre el capitalismo, la guerra y las desigualdades de género, pero se olvida de la compleja relación entre el género y la nación —y de la nación con el capitalismo y la guerra—. De rebote, el texto obvia que muchas de las sufragistas y combatientes contra el colonialismo y el imperialismo que reivindica tuvieron que enfrentarse al sexismo de unas organizaciones e instituciones que eran el palo de pajar de la resistencia contra el enemigo externo.

Participaré en la huelga feminista del 8 de marzo, y estaré encantada de compartir espacios con feministas catalanas y de todo el Estado. También animo a las muy honorables lectoras de El Nacional que se sumen. Sin embargo, de cara a huelgas y acciones futuras, pediría a todas ellas, y también a todas las mujeres, que empezáramos a pensar cómo la visión de la España actual influye en nuestro día a día como mujeres. Si, tal como se dice en el manifiesto estatal, parece que por fin estamos asumiendo que las mujeres somos gitanas, payas, trans, lesbianas, migradas, jubiladas, precarias o tenemos cuerpos fuera de la norma de lo que se considera capaz y eroticofestivamente deseable, no estaría de más empezar a tener en cuenta que además somos vascas, gallegas, asturianas o catalanas.