Uno de los hechos que más me fascina del proceso independentista es poder hurgar en las mil maneras en que el feminismo se relaciona ―se enmaraña, incluso― con el poder. Tenemos el caso de las presas políticas y exiliadas, cansadas de reclamar el reconocimiento que reciben sus homólogos hombres. Invisibilizadas ―cada vez menos, pero a paso de tortuga― por el movimiento independentista por ser mujeres; olvidadas por el feminismo español, adorador de luchadoras republicanas, antiimperialistas y anticolonialistas, por querer una república que no es la española.

Está, también, el ejemplo de Tània Verge, politóloga y profesora de la UPF, que coimpulsa un plan de igualdad de género en el Parlament de Catalunya mientras sobre su cabeza sobrevuela la amenaza de una pena de dos años y nueve meses de prisión por ser miembro de la Sindicatura Electoral del 1-O. Se habla poco de ello, quizás por la novedad de la cosa, de qué implica que el gobierno con mayoría femenina de Pedro Sánchez pretenda impulsar medidas que mejoren el bienestar de las mujeres mientras emprende la actualización de un régimen del 78 que reprime con dureza el independentismo que se atrevió a herirlo de gravedad.

La represión ha facilitado la división entre el independentismo. Eso ha llevado a que bastantes desavenencias se materialicen en discusiones en las redes sociales ―a veces propiciadas por artículos en los medios― entre señores (machistas) que se tildan los unos a los otros de machistas dando por descontado que ellos mismos son muy feministas. Como os podéis imaginar, el objetivo de las apasionadas conversaciones entre señores independentistas no es tanto el resarcimiento del honor de las señoras (independentistas o no) ultrajadas ―damas que a menudo no piden tal gesto de heroicidad caballeresca, pues tienen boca, pluma y Twitter para replicar―, sino el ataque a las ideas del hombre con quien discrepan.

Las políticas y prácticas feministas en Catalunya son absolutamente necesarias, y hasta ahora ni los partidos independentistas ni las entidades de la sociedad civil han hecho todo lo que estaba en su mano para impulsarlas

Una versión no tan torpe, en la que a menudo participamos las mujeres, es la de tildar de feminista aquellas políticas y dinámicas dentro del independentismo que o bien están verbalizadas por mujeres o bien son las de nuestra opinión. Así, por ejemplo, a menudo se presenta a las personas que defendemos una apuesta decidida por la unilateralidad como testosterónicas, hiperventiladas, excluyentes y reduccionistas. Algunas son así. Pero las generalizaciones torpes (la lógica absurda de los tuyos/los míos) a menudo olvidan que muchas hemos llegado a estos postulados justamente a través de reflexiones ―bien meditadas― de teóricas y activistas feministas, y que es desde este marco de pensamiento que creemos que "frenar para evitar muertes y encarcelados" es responsabilizarse de la violencia ejercida por el estado español, o que la necesidad de compartir luchas con otros sectores no pasa por rebajar tus postulados para que nadie se ofenda, sino por encontrar puntos en común desde el reconocimiento de la diferencia, poniendo en el centro como estas diferencias ―de clase, género, raza o identidad nacional― son percibidas por el Estado como elementos subversivos a reprimir.

Y esta lectura la hago siendo consciente, como bien he denunciado muchas veces, que muchos hombres ―y mujeres― que defienden la misma estrategia que yo son machistas; que no todo el mundo que piensa diferente a mí es machista ―todo lo contrario, pueden haber llegado a una conclusión opuesta a la mía por los mismos caminos de pensamiento―; que no soy un ser de luz libre de pecado que es bajado al mundo de los mortales a difundir la buena nueva feminista, y que en muchos casos me entiendo mejor con feministas que no comparten mi estrategia o que ni siquiera son independentistas.

La politóloga Kate Shea Baird escribía en El Diario.es que el concepto de la feminización de la política no podía convertirse en un significado vacío o sinónimo de todo lo que nos gusta. En el caso del independentismo el riesgo es mayor si se tiene en cuenta, como afirma Jordi Graupera, que el movimiento tiene la tendencia de folclorizar buenas ideas y quemar su potencial transformador. Las políticas y prácticas feministas en Catalunya son absolutamente necesarias, y hasta ahora ni los partidos independentistas ni las entidades de la sociedad civil han hecho todo lo que estaba en su mano para impulsarlas. Es por este motivo que tenemos que ser cuidadosos, empezando por nosotros mismos, para averiguar si toda reivindicación feminista, o cualquier exaltación de una figura femenina, se hace desde el objetivo de avanzar en la igualdad de las mujeres o desde la tentación de satisfacer nuestras pasiones más partisanas.