Jordi Pujol evadió impuestos. La evasión fiscal es un delito que se tiene que perseguir. La evasión fiscal es un delito que se tiene que prevenir. Que Jordi Pujol evadiera impuestos no es la prueba de que el independentismo y el nacionalismo catalán sean una invención de las élites para robar a la ciudadanía, por mucho que buena parte de los líderes independentistas actuales se esfuercen en infantilizar al votante para perpetuarse en el poder. La solución a la evasión de impuestos no es prohibir que los líderes independentistas, o nacionalistas catalanes (si es que se pueden distinguir ya), accedan a las instituciones, ni a ninguna otra esfera económica y social de poder.

La lógica de esta sucesión de razonamientos parece que se pierde por una parte de los independentistas cuando toca hablar de problemas de seguridad generados por personas extranjeras. Últimamente pasa con los cometidos por una minoría de menores no acompañados, pero también ha sucedido con la violencia machista y con los atentados islamistas y la radicalización religiosa. La diferencia entre Jordi Pujol, un menor no acompañado y Abdelbaki se Satty es clara. El primero encaja en lo que estos sectores independentistas perciben como "uno de los nuestros", un catalán blanco, con pasta y una de las máximas instituciones del país. Los otros son eso, otros, hombres de un grupo ajeno. La valoración de la alteridad en su conjunto, y de las circunstancias que llevan a este otro a cometer un delito, genera respuestas que dificultan el abordamiento efectivo de la delincuencia realizada por extranjeros o catalanes racializados.

Con la finalidad de no caer en discursos racistas, sobre todo islamófobos, una parte de la izquierda, tanto activista como institucional, ha fomentado un relativismo que ha impulsado una visión paternalista de las personas racializadas y migrantes, a las cuales parece que no se los pueda pedir explicaciones por los actos que se cometen porque sufren opresiones. En el Reino Unido, y también en Catalunya, activistas y académicas feministas han denunciado que, en el caso de los matrimonios forzosos, el relativismo cultural ha acabado dando más voz a los referentes masculinos de las diversas comunidades que lo practican que a las mujeres que luchan por no ser casadas a la fuerza.

Incluso las feministas blancas han contribuido a silenciar la voz de mujeres racializadas. En el caso de las originarias del Oriente Medio y el Norte de África, sean ateas, seculares o religiosas, lo han hecho adoptando símbolos como el hiyab para protestar contra la islamofobia. Feministas que llevan hiyab, como la británica Mariam Khan, se han mostrado contrarias a iniciativas como el Día Mundial del Hiyab, impulsado por musulmanas, alegando que el acto de una mujer blanca o no musulmana poniéndose el hiyab por un día banaliza tanto la lucha de muchas mujeres para no llevarlo, como las iraníes, como la islamofobia que sufre quien lo lleva. Cuando una parte de la izquierda institucional y militante es más blanda con el fundamentalismo islámico que con el cristiano, pone en peligro la lucha de las personas musulmanas u originarias del Oriente Medio y el Norte de África que están en contra, desde feministas seculares, como Najat el Hachmi, hasta Hasima Golai Hussain, una de las promotoras del proyecto londinense Mezquita Inclusiva, que lucha contra la LGTBI-fobia y la segregación de las mujeres en los espacios de oración.

Una parte del independentismo es receptivo a los mensajes racistas porque la sociedad catalana es racista

Mona ElTahawy, feminista egipcia que se define como secular, anarquista y musulmana, explica que las mujeres musulmanas se encuentran a menudo entre la espada y la pared. La espada es la comunidad musulmana, que no reconoce los derechos de las mujeres, y la pared es el racismo, que espera que una de ellas denuncie el machismo para atacar a toda una comunidad. La situación no dista mucho de la que sufren vecinos de ascendencia magrebí en el barrio mataronense de Rocafonda, descrita por Cèlia Castellano en El Salto. Por una parte, como el resto de vecinos del barrio, sufren la delincuencia de un grupo de menores no acompañados. Por la otra, ven como campan las proclamas racistas en los grupos de WhatsApp de las patrullas ciudadanas, organizadas para frenar la delincuencia.

Sería injusto, sin embargo, culpar a la izquierda de todas las causas que hacen que una parte nada despreciable del electorado independentista, no sólo el propenso a votar a formaciones extraparlamentarias, sino el militante de JxCat, ERC e incluso la CUP, repita las mismas consignas que Ciudadanos, PP, Vox y el sector lerrouxista de los comunes regurgitan para atacar el independentismo ("3%", "¡Convergència!"). Han sido las organizaciones de izquierdas y de personas migrantes las que han tejido redes de apoyo vecinales durante el confinamiento. Activistas como Miriam Hatibi han clamado contra el fundamentalismo religioso, y la Asociación de Exmenas es uno de los agentes más activos en la promoción de la inserción social de los menores no acompañados.

Una parte del independentismo es receptivo a los mensajes racistas porque la sociedad catalana es racista. Para luchar contra la delincuencia cometida por extranjeros o catalanes racializados, los simpatizantes de la extrema derecha españolista e independentista, así como los liberales conservadores catalanes, utilizan las mismas tácticas que los líderes independentistas: manipular la vulnerabilidad y la rabia de los votantes ofreciéndoles respuestas simples a problemas complejos. Sin embargo, hacer política pública en base al racismo no es beneficioso para nadie que no sean sus líderes. No es provechoso para la sociedad en conjunto, que en casos como el fundamentalismo islámico puede quedar atrapada en una espiral de radicalización recíproca: los extremistas de un bando se nutren de las acciones extremistas del otro, que a su vez se alimenta de las acciones del primero. Tampoco es fructífero para las personas racializadas o migrantes: bastantes mujeres forzadas a casarse, o maltratadas, son reticentes a denunciarlo por miedo de las represalias racistas que sufriría su entorno, así como del racismo institucional que ellas mismas podrían experimentar durante la denuncia.

Tal como concluye Castellano, la clave para abordar la delincuencia cometida por personas extranjeras es "diseñar políticas que tengan en cuenta todas las vulnerabilidades". Más que trabajar a partir de identidades, lo que propone la extrema derecha, el liberalismo conservador y la izquierda cosmopolita, hay que trabajar a partir de objetivos. Trabajar por objetivos implica hacer una diagnosis del problema y establecer indicadores que permitan evaluar la efectividad de las medidas tomadas. También para desenmascarar tramposos. ¿Qué pretendes, con esta política? ¿Que no se casen mujeres a la fuerza, o defender que la sociedad occidental es la más tolerante con las mujeres? ¿Que no haya delincuencia en el barrio o expulsar a cualquier menor no acompañado? ¿Que un islamista radical no cometa una masacre o prohibir la religión musulmana? Los racistas que pululan dentro del independentismo os harán creer que la segunda opción es el requisito indispensable para que la primera se solucione. La experiencia muestra que ni mucho menos es así. A menos que queramos volver a una Catalunya pura, gloriosa e igualitaria que nunca existió.