Las políticas medioambientales y de consumo responsable se basan en dos principios.

Principio número uno: ser pobre contamina. Los caprichos de los pobres, como tener vacaciones o tiempo libre que no dediquen a la mera supervivencia, son insostenibles. Los coches que conducen los pobres contaminan, la comida que compran los pobres contamina, la ropa que visten contamina. El turismo ha llegado a cuotas depredadoras por culpa de los pobres y las clases medias. No tienen dinero para comprar coches eléctricos, para alimentarse a base de productos de los supermercados orgánicos-ecológicos-kmzero, no tienen tiempo para viajar de Barcelona a Buenos Aires con un velero. Se ve que volver a la época del Renacimiento, y que Coldplay no haga giras, es la gran idea para hacer que el transporte continental sea más sostenible.

Las ideas para el transporte interno tampoco son mucho mejores. Para hacer un trayecto en coche de cuarenta minutos entre rincones de esa parte de Catalunya que los barceloneses denominan comarcas o el territorio, en transporte público te puedes pasar media vida. Eso si no tienes que pasar por Barcelona, porque el centralismo de Madrid es una mierda, pero el de la capital catalana se ve que no. Si coges el tren, con toda probabilidad llegará tarde, tendrá una estación en la quinta puñeta e irá repleto de personas envasadas al vacío. Convertir las ciudades y villas en lugares sin coches es genial, pero el transporte público no está adaptado a las personas con problemas de salud y de movilidad graves. Hoy por hoy, dependen del coche particular de los familiares y, si lo pueden pagar, de los taxis.

Mientras tanto, los cruceros siguen anclados en los puertos. Son la versión tecnocapitalista de las plagas bíblicas: ciudades flotantes nómadas que aterrizan en un lugar, descargan una multitud de gente que consume todo lo que encuentra a su paso, y como regalo te dejan kilos y kilos de polución que contribuyen a apestar una ciudad como Barcelona, que ya hace tiempo que está encaramada por un sombrero de caspa radiactiva. Esta flota de parásitos titánicos descargan 32,8 toneladas de azufre a la atmósfera barcelonesa en un año, cinco veces más que la flota de vehículos. Generan el 28,5% de las partículas de óxido de nitrógeno que respiran los barceloneses. Los tendríamos que prohibir todos. Pero, ah, aportan dinero al erario. Replanteémonos, por favor, el concepto de generar riqueza. Mover pasta y crear puestos de trabajo a base de volver la población asmática, cancerígena y llena de muertes prematuras me parece un plan económico excelente si eres Stalin, Elon Musk o el creador de las frases de Mr. Wonderful. Si aprecias la vida humana, pues bueno, hablemos.

Los caprichos de los pobres, como tener vacaciones o tiempo libre que no dediquen a la mera supervivencia, son insostenibles. Los coches que conducen los pobres contaminan, la comida que compran los pobres contamina, la ropa que visten contamina

Principio número dos: singularizar las responsabilidades en el eslabón más débil de la cadena económica para no interpelar la responsabilidad estructural de las grandes empresas y los gobiernos.

En la cumbre del clima celebrada el diciembre pasado en Madrid ni siquiera se reciclaron los desperdicios generados, así que ya os podéis imaginar el grado de compromiso que hay para alcanzar los objetivos que se acordaron. Eso sí, pobre de ti que tires un tomate donde no toca, que no volverá a la tierra y romperás para siempre el ciclo de la vida que explicaban en El rey león. Y no vayas en avión. Ahora no mola, ir en avión. Según el Informe Big Polluters 2019, las diez empresas más contaminantes del estado emitieron hace dos años el 62% de las emisiones fijas y el 25% de las totales de España. Si lo ampliamos a las cincuenta empresas más grandes, estaremos hablando de un 85% y el 34%, respectivamente. Endesa encabezó la lista, seguida de Repsol/Petronor. Las acerías y cementeras también tienen un peso importante; las eléctricas han empezado a descarbonizarse. Las compañías aéreas, aunque han aumentado su peso en la lista, emitieron el 4% del total. Pero recuerda: no cojas el avión. Cada vez que coges el avión, muere una cría de alpaca.

Algún papanatas dirá que ahora los consumidores somos prosumidores y que nuestra fuerza se basa en el poder de comprar y que podemos presionar a las empresas para que sean ecológicas. Yo le contestaré que es imbécil, que hay bienes y servicios de los cuales es imposible prescindir, y más si hay oligopolios y monopolios por el medio, y que las presiones concretas no tienen efectos a nivel estructural. Como escribe Llucia Ramis, el medio ambiente se empezará a defender como es debido cuando se tomen medidas equiparables a las que se aplican a cualquier atentado contra la humanidad: "Si no cumples con el protocolo de Kioto, a prisión. Si la contaminación se dispara en tu mandato, que salga en titulares parecidos a los que se hacen con las cifras del paro".

Mientras tanto, la población rasa seremos aquel señor que va sacando, a paladas, el agua de una calle engullida por la riada. Con la certeza de que los más vulnerables sufrirán con más crudeza los efectos de un fracaso colectivo.