La enfermedad, o la amenaza de propagarla, ha sido una forma de estigmatizar a colectivos vulnerabilizados por el statu quo. Es un ejemplo el virus del VIH y la comunidad LGTBI, especialmente el colectivo gay. La amenaza de la enfermedad, y la presunta suciedad que anuncia su cultivo, se han utilizado para señalar a la comunidad gitana o la inmigración. En el caso del coronavirus, la población china ha sido la diana de bastantes ataques racistas, como demuestra la agresión, hace tres días en Madrid, a un ciudadano estadounidense de ascendencia china.

Ha sido precisamente el coronavirus el que ha situado el cuerpo blanco, sano, joven, urbanita y de clase media-alta como una fuente de transmisión de la enfermedad. El ultraderechista Javier Ortega Smith tiene coronavirus. El primer positivo detectado en Santiago de Compostela es una chica que venía de estudiar de Madrid. De golpe, aquellos cuerpos que las sociedades occidentales pretendían proteger de la alteridad infecciosa cuando construía relatos que equiparaban enfermedad y subalternidad, acaban siendo portadores de una amenaza silenciosa. Parece que no está generando un cambio estructural que garantice que los más vulnerables no sean los más afectados por la pandemia. Los presos, las personas sin hogar, las trabajadoras sexuales... ¿tienen garantizada la atención y la prevención?

El "todo el mundo puede ser infectado", que asumen líderes como la canciller alemana Angela Merkel, ha carcomido las debilidades de las sociedades europeas. China se ha mostrado más solidaria con Italia que muchos países de la Unión. La sombra del centralismo se cierne sobre la gestión del virus en Madrid. La actuación a remolque y con errores de comunicación del Govern es un capítulo más en la historia de un ejecutivo que se supone que tenía que construir una República y ampliar la base y ha acabado siendo uno de los menos cohesionados y con menos visión estratégica que se recuerdan.

La verdadera medida del éxito de una sociedad es el bienestar de su población. La pandemia expone en qué países eso es una prioridad y los recursos que tienen para garantizarlo

El coronavirus se ha convertido, junto con la precariedad, la emergencia climática y la robotización, en uno de los pilares que está poniendo en cuestión la sostenibilidad del sistema capitalista. Declaraciones como las de Foment del Treball, pidiendo bajar impuestos y facilitar los despidos, tendrían que ser tratadas como amenazas a la seguridad y la salud públicas. También lo tendrían que ser los recortes al sistema de salud público, el más capaz de garantizar el freno a la transmisión del virus, la protección de la población y la atención a todas las personas infectadas.

La crisis del coronavirus ha demostrado hasta qué punto nuestra economía productiva se basa en un trabajo reproductivo y afectivo que se da por descontado. ¿Quién cuidará a los niños que no van al colegio? ¿Y a las personas mayores que se quedarán confinadas en casa? ¿Cómo nos aseguramos que los cuidadores no contagien el virus a las personas en situación de dependencia? Como apuntaba la periodista Ana Requena Aguilar, no es casualidad que muchas iniciativas que colectivizan el cuidado de niños y personas mayores durante estos días hayan salido de mujeres: han sido ellas las que, gratuitamente, han asumido el trabajo reproductivo durante décadas. La economista feminista Mònica Grau Saràbia añadía que, allí donde el capitalismo ha hecho del trabajo productivo y del reproductivo dos tareas en conflicto, el fomento del teletrabajo los días de confinamiento convierte el trabajo productivo y reproductivo en simultáneos.

Farjaad Manjou concluye en el The New York Times, un diario que ofrece en abierto los artículos sobre el Covid-19, algo parecido a lo que sentencian muchas economistas feministas: la verdadera medida del éxito de una sociedad es el bienestar de su población. La pandemia expone en qué países eso es una prioridad y los recursos que tienen para garantizarlo. El autor añade que las mejores sociedades aprovecharán la crisis del Covid-19 para fortalecerse, preparándose mejor para futuras catástrofes. Las peores tratarán la crisis como una molestia temporal, rehusando mejorar el sistema. A estas alturas, no tengo claro en qué grupo se sitúa la sociedad catalana y su clase política.