Camisetas con la estelada, bambas con la estelada, pulseras con la estelada, relojes con la estelada, el reloj del 1 de octubre. El lazo amarillo con imperdible, el pin en forma de lazo amarillo, la chapa del lazo amarillo, el pin del logotipo de la Alianza Rebelde de la Guerra de las Galaxias amarillo. El videojuego 'Puigdemont Go!', las galletas de los presos políticos.

No hay nada en el mundo que armonice de forma tan excelsa la realidad local y la globalizada como el merchandising independentista. De una sociedad como la catalana, que ha hecho de la industrialización su identidad, no podíamos esperar otra cosa que la manufactura de sus anhelos. Antes del 1 de octubre, comprar un producto independentista era comprar la promesa de un futuro mejor. Ahora, comprar un producto independentista es adquirir un fragmento de una república que el independentismo no tuvo ni la opción democrática de materializar por culpa de la vulneración de los derechos de sus votantes. Es justamente eso, la absorción de un deseo o una identidad y su regurgitación en un bien de consumo al alcance de los bolsillos del pueblo, uno de los factores que hace que el capitalismo sea tan resistente a las fuerzas que lo pretenden destruir.

Hacer República, ser República, implementar la República. Autodeterminación, unilateralidad, multilateralidad. Soberanías compartidas, estado federal, plurinacionalidad, diálogo. Nacionalismo excluyente, neutralidad, estado de derecho, supremacismo.

Las grandes palabras del procés. El vaso XXL de cartón que te dan en los establecimientos de comida rápida para que lo llenes de cola, naranjada, limonada o té frío. Los pokémons Ditto del pensamiento político. Pueden significar tantas cosas que no significan nada. Y, si no quieren decir nada, ¿cómo puedes pedir explicaciones a quien las blande? Pedir explicaciones implica, primero, saber sobre qué pides explicaciones. Las palabras vacías hacen hervir la olla procesista. Cualquier fuerza política puede mojar pan, si le conviene.

Talleres de papiroflexia amarilla, encuentros con coches amarillos, playas trufadas de sombrillas amarillas, arena agujereada con cruces amarillas. El señor que sube a la montaña dentro de una jaula de cartón amarilla y sosteniendo una fotografía de Jordi Sànchez, las caretas de Puigdemont, los capgrossos egarenses de los consellers Josep Rull y Lluís Puig. ‘Vam fer un referèndum’, ‘Operació Urnes’, ‘Dies que duraran anys’. ‘Escucha, Cataluña. Escucha, España’, ‘Contra el separatismo’, ‘Empantadanos’. El vídeo dels pèsols polítics, Bi-ba Butzemann, ‘Carles Puigdemont No Surrender’, ‘Lory Puigdemoney’, ‘The Reapers’, ‘Declare Independence’. La cuenta de Twitter Humans of Late Processisme.

La alta cultura y el periodismo se embarcan en la batalla que es el análisis del presente para erigirse en la memoria oficial para el futuro. La cultura popular, escarnecida por el horterismo de algunas de sus expresiones, es la forma de que tiene la ciudadanía narrar el procés, la manera como reacciona y la vía para que recuerde. Algún teórico queer acostumbrado al postmodernismo vería una herramienta de empoderamiento colectivo. Otros alertarían de la peligrosidad de algunas manifestaciones construidas a partir del dolor, porque hurgar la herida en exceso te deja patitiesa. El mundo nos mira. Las performances de Ciudadanos en el Parlament y de Gabriel Rufián en el Congreso no son para el entretenimiento de sus homólogos, sino para los ojos invisibles de Twitter y de la televisión.

Mercado, palabras y cultura.

Por encima de todo y de momento, titiritero de titiriteros, el estado español.