La sociedad cree que ser feminista es fácil. Que básicamente va de estar enfadada todo el día, de quejarte de todo para que te hagan caso, de vivir de tu lamento a base de subvenciones, de odiar muy fuertemente a los hombres, de tener envidia de las chicas que se arreglan y de buscar a gente que te folle mal. Ya me gustaría que fuera así. Sería menos complejo y caótico. Desde que decidí ser feminista, me he tenido que enfrentar a cinco facetas del yo, como si del interior de la materia gris se hubieran ramificado cinco cabezas de hidra que batallan hambrientas para ser las primeras a morder a un pobre ternero.

El primero que se me desveló fue el descubrimiento. Iniciarte en el feminismo es similar a cuando llevas por primera vez las gafas que corrigen la miopía. Lo veías todo borroso, y de repente el mundo vuelve a ser nítido. Empiezas a ver cómo el sexismo perfila la realidad. Te sientes liberada. Lees feministas famosas —ahora toca el Todos tendríamos que ser feministas de Chimamanda Ngozi Adichie—, te suscribes a los artículos de Barbijaputa, te tragas los capítulos de El cuento de la criada uno tras el otro hasta que te sangran los ojos, haces cursos de aquellos que se imparten un martes de cada mes en la biblioteca y compartes por internet todas las estadísticas indignantes que confirman aquello que sospechabas: que el mundo ha conspirado deliberadamente para someterte. Haces las primeras amigas feministas y vas por primera vez a manis a gritar contra el heteropatriarcado capitalista y a hacer el símbolo del triángulo con las manos. Si dejas que esta cara te domine, vivirás una eterna infancia. Lo que tienes que preservar es la ilusión por las teorías y activismos feministas y por hacer cosas con las amiguis.

Una vez asimilada la subida de oxitocina de la fase del descubrimiento, empecé a digerir el pitote donde me había metido. Aquí es donde florecen el resto de caras. Una es la negación. "Es imposible que todo esté pensado para someterme. Estoy donde estoy por culpa mía. Muchas mujeres son unas pánfilas, y nos hacen quedar mal al resto. La mayoría de mujeres tienen intereses y habilidades sociales diferentes a los de los hombres. O cambiamos la educación o mal vamos. Y ya es hora de que muchas den un paso adelante y dirijan cosas. Los hombres también sufren el sexismo. Pobrecitos". Eres hipercrítica con las autoras feministas. Sobre todo con Barbijaputa. Revuelves con lupa tooodos los escritos, en busca de una contradicción anecdótica que demuestre que todo es un montaje. Si dejas que esta cara te domine, te convertirás en Christina Hoff Sommers, filósofa feminista que ha leído mucho sobre feminismo y ha llegado a las mismas conclusiones feministas que Rouco Varela. Lo que tienes que preservar es el espíritu crítico hacia las teorías y activismos feministas. Sobre todo con Barbijaputa.

Desde que decidí ser feminista, me he tenido que enfrentar a cinco facetas del yo, como si del interior de la materia gris se hubieran ramificado cinco cabezas de hidra que batallan hambrientas

Otra cara es la foucaultiana-butleriana. Cuando se despertó, no había leído ni al filósofo francés ni a la pensadora estadounidense, pero había llegado a la misma conclusión. "La existencia de la humanidad se rige por relaciones de poder. Y el poder es machista. Todo lo que hago puede contribuir al machismo. La forma en que me he comprendido hasta ahora, cómo soy, lo que me gusta, lo que deseo, también es machista. Me he comprado unos minisubrayadores de tonos pastel con dibujitos cuquis que son más caros que los normales, ¡estoy pagando la tasa rosa! Me gusta depilarme los labios del chocho, ¡estoy reproduciendo una representación cosificadora-pornográfica-cutre del cuerpo femenino!" Si dejas que esta cara te domine, te pueden pasar dos cosas. Una es sentirte como una gelatina huérfana de fundamentos sólidos que prefiere quedarse en un rinconcito de una habitación hasta el final de los tiempos para evitar causar más daño. La otra es convertirte en una feminista ultraortodoxa que cuestione el feminismo de las mujeres que han cometido actos que consideras contrarios a (tu) doctrina feminista. Se lo harás saber con un "dices que te consideras feminista" o un "si es que de verdad eres feminista" que harás deslizar sibilinamente entre una mueca adelgazadora de labios y arrugadora de nariz. Lo que tienes que preservar es la habilidad para pasártelo bien en la vida siendo crítica.

Luchar contra una de las principales causas de desigualdad en el mundo, el sexismo, es ya en sí un acto que genera mala leche. El camino es largo y agotador. De vez en cuando, miras atrás y ves que la sociedad, en el mejor de los casos, va paso a paso. En el peor, te lanza piedras a la espalda. Cuando le dices que ya basta, te mira con cara de "¡mujeeeer, es que todo te lo tomas mal!". Vuelves a mirar hacia adelante y ves la caminata que queda. Y estalla la rabia. En los mejores días, mientras los ojos leen el último lamento de un señor que se queja de que se le censura por ser hombre escribiéndolo en un medio de gran tirada después de pasar por caja, la mente trama formas de destrozar el mobiliario urbano sin que te acusen de terrorismo. En los peores, te imaginas entrando en casa del señor y metiéndole una tunda de hostias mientras lo insultas gritando. Corres el riesgo de alistarte en una de las guerras feministas hiperventiladas de Twitter. Trans contra TERF, prosex contra abolicionistas, pro-gestación subrogada contra anti-vientres de alquiler, lactancia materna contra Liga del Biberón. Olvídate de las experiencias que ofrecen una visión compleja de la realidad a la vez que denuncian la toxicidad de algunas posiciones. Escoge un bando, escribe con mayúsculas y no prestes atención a lo que dicen las otras. Si lo haces, hazlo con prejuicios. Si dejas que esta cara te domine, serás una feminista intensita. Lo que tienes que preservar es la chispa de mala leche.

Mientras me enfrentaba a las emociones y dilemas propios de alguien en una posición oprimida, brotó la cara interseccional. Aquella voz de la conciencia que recuerda que, en alguna otra faceta de la vida, tengo una situación privilegiada que pone la vida patas arriba a las otras. Gracias a la voz, me di cuenta que, en los ámbitos en los que tengo privilegio, me he comportado y he pensado como lo hacen los hombres en relación a las mujeres. Es una fase antropológicamente interesante, en la que descubres una parte oscura de ti misma. "Si los lamentos de los hombres sobre el feminismo me parecen absurdos, es probable que a una mujer negra los míos sobre la raza también se lo parezcan". Entiendes mejor a los hombres, qué piensan y cómo se sienten. Si no sabes entender esta voz, se transformará en un coro de bocas que harán resonar dentro del caparazón las angustias del resto de caras, pero pervertidas por el punto de vista de ser una privilegiada. Si lo ignoras, sólo te preocuparás de las mujeres que son como tú. Si dejas que te domine, la noción de mujer se desmenuzará. No sabrás ni de quién reclamas la libertad ni con quién lo haces. Lo que tienes que conservar es entender la realidad de las mujeres en su complejidad.

Hay días en que una de las caras saca más la cabeza que las otras. Cuando pasa, a la lucha contra las perversiones del sistema sexo/género actual se suma la de domar el bichito en cuestión. A veces recibes el coscorrón de alguna compañera y eso te ayuda. Hay días en que consigo dominarlas. Entonces me siento preparada para enfrentarme a cualquier asunto machista o debate denso sobre género con la seguridad de Daenerys Targaryen de Juego de Tronos con tres dragones sobrevolando una flota naval despampanante que traslada a dos ejércitos de guerreros terribles. Al ritmo de una música mega-épica.