Desde hace algunos años, pasear por unos multicines es lo más parecido a lo que sería andar por la ciudad ucraniana de Prípiat. Los pósteres y carteles de gran formato que anuncian las películas que se proyectan en las salas, o que muy pronto se exhibirán, cumplen la misma función que los edificios de la ciudad evacuada por el desastre de Chernobil: testigos tanto mudos como pétreos, muy elocuentes, del pasado.

Con mi mejor amigo hicimos la prueba: una película de superhéroes; la segunda, tercera o cuarta parte de una saga cinematográfica, generalmente basada en un libro; la adaptación de un libro; la enésima película de Stallone o Schwarzenegger, que suele ser la segunda, tercera o cuarta parte de una saga cinematográfica; una película de Tarantino o de algún otro director nostálgico; la actualización de un clásico; una película española; una película española del género Dani Rovira haciendo de sevillano en algún lugar; la adaptación con personas de una película de dibujos animados; la adaptación en dibujos animados de una película con personas; la segunda, tercera o cuarta parte de una saga cinematográfica de dibujos animados.

Tanto la nostalgia como la evasión son ya un mecanismo de supervivencia, y de emancipación, ante un futuro incierto marcado por un presente difícil

Fruncimos el ceño ante la decadencia, aunque mi mejor amigo y yo vamos precisamente por eso. Si queremos experiencias nuevas, compramos entradas al Festival de Sitges, ponemos el Filmin o vamos a una sala de películas iraníes subtituladas. Me hacen sentir libre, una viajante del tiempo, del mundo, del universo, de otras dimensiones. Tengo ganas de comerme el mundo, con las pilas cargadas. Cuando apartamos la mirada de los carteles del multicines, vemos la cafetería donde cenábamos cuando éramos adolescentes, el salón de juegos en el que a otro amigo le salían mil piernas para pisar todas las marcas del DDR, la cantina mexicana que ahora es un bar de tapas, el eterno Farggi... Debe ser eso hacerse mayor. Habitar un lugar y verlo como era, no como es. No lo sé muy bien, porque no había previsto envejecer. Cuando era más joven quería ser periodista de guerra. Tenía asumido que un buen día pisaría una mina y saltaría por los aires, o moriría tiroteada en una calle de mala muerte.

La decadencia de las películas, mayoritariamente norteamericanas, contrasta con la época dorada de las series, mayoritariamente norteamericanas. Se alinean hacinadas en las plataformas de streaming en nuestras pantallas, esperando ser devoradas con fruición y glotonería. Xesco Reverter explicaba en TV3 que la burbuja de plataformas para ver series, que se ha hinchado gracias a la entrada de Disney y Apple, algún día reventará como un globo. Me pregunto qué tipo de crisis desencadenará. Es una dinámica que entiendo, la de las crisis. Parece que sea la tónica que hace avanzar las vidas del precariado millennial. Crisis tras crisis. Mierda sobre mierda. Muerte y... iba decir renovación, pero no exactamente. ¿Existencia zombi? ¿Renovación y búsqueda de la felicidad bajo parámetros no estándares? ¿Muerte y oportunidad para enmendar a la totalidad el sistema? ¿Cómo podemos superar la condición póstuma de Marina Garcés? ¿El mundo ahogado por los algoritmos de Íngrid Guardiola?

Como pasa con la vida misma, en la que muchas nos resguardamos en las redes familiares y de amistad para reponernos de los golpes, cuando las series caigan sobre nuestras cabezas, confío en que nos podamos refugiar en los multicines, en los festivales y en las películas iraníes subtituladas. Tanto la nostalgia como la evasión son ya un mecanismo de supervivencia, y de emancipación, ante un futuro incierto marcado por un presente difícil.