Hace años, en un libro granítico sobre China, encontré una frase que he convertido en un principio de vida. La escribió Henry Kissinger, el autor del libro. No recuerdo las palabras exactas. De hecho, cada vez las tengo más y más borrosas. Venía a decir que no existe una medida universal y atemporal del éxito, sino que este radica en saber sacar el máximo partido de lo que la coyuntura política, económica, cultural y social te ha dado. O algo así. Creo que Kissinger quería decir que no era posible comparar de la misma manera dos épocas históricas, porque cada una de ellas tenía una serie de dinámicas que expandían o constreñían la capacidad de acción de las personas, estadistas o no, que la vivían.

He estado pensando en ello ahora que empezaremos a oír lo de "Bon any nou". Hay quien te desea "Feliç any nou", igual que en castellano. Si bien es cierto que podríamos considerar que lo que te hace feliz suele ser valorado como algo bueno, y que las cosas buenas te suelen hacer feliz, para mí estas dos expresiones no quieren decir lo mismo. Feliz hace referencia a un estado, una emoción que sale de la persona a quien le deseas un feliz año. El año es feliz porque yo soy feliz. El buen año, en cambio, lo veo más proyectado hacia afuera, más condicionado por factores externos. Obliga a fijar la mirada en el conjunto, obliga a racionalizar lo que ves, sientes y experimentas.

Aparte de la diferencia de significados, lo que más me interesa de estas expresiones es que contienen una promesa de futuro. Que te deseen un buen o feliz 2018, por mucho que digan que el año es nuevo, te sitúa a finales de ese año, cuando lo puedes valorar. La filósofa Sara Ahmed decía que la promesa de felicidad te orienta hacia ciertos objetos, considerados buenos o felices, y te aparta de otros. Durante años, hemos considerado que tener una familia, una casa y un buen trabajo (estable y bien remunerado) eran elementos relevantes tanto para ser feliz como para tener una buena vida. ¿Qué pasa, pues, cuando ni en el presente, ni en el futuro más próximo (a un año vista), nadie te asegura que tendrás nada de eso? Muchos jóvenes, y no tan jóvenes, nos encontramos en esta situación. Incluso se comenta que ya no podemos esperar que las generaciones futuras vayan a vivir mejor que sus progenitores.

Que te deseen un buen o feliz 2018, por mucho que digan que el año es nuevo, te sitúa a finales de aquel año, cuando lo puedes valorar

Supongamos que consigo lo que se consideran los objetos para tener una buena vida, quizás no en un año pero en dos o en tres. ¿Eso me garantiza un futuro feliz o bueno? Todo el mundo puede sufrir una enfermedad grave o un accidente, pero hablo de una angustia generacional. Nadie me garantiza, hoy por hoy, que podré cobrar una pensión. ¿Qué hay más futuro que la vejez? Alguien podrá decir que la muerte, que es lo que para muchos hace que nos preocupemos por que nuestra vida sea buena y feliz. Otros dirán que las próximas generaciones. Y es aquí donde entramos en otra angustia cada vez más imposible de obviar: el cambio climático. Se trata de un ejemplo de un futuro que no solo se vuelve presente, sino que condiciona la posibilidad de la existencia de un futuro o, cuando menos, que marcará de forma más clara que en el pasado más reciente cómo serán los futuros posibles. Además, otros retos, como los cambios demográficos o la robotización de más trabajos cada día que pasa, harán que nos tengamos que replantear, seguramente, qué entendemos por familia y por trabajo. Como ya había sucedido en épocas anteriores.

Todo eso me lleva otra vez a la frase de Kissinger, tan diluida por el tiempo que necesito un párrafo para recordarla. Seguramente él es uno de los responsables de que el mundo sea bastante mierda en muchos aspectos. Lo que me gustó de la cita fue la sinceridad, en un mundo lleno de libros de autoayuda y Mr. Wonderfuls. No es un "si quieres, puedes obtener una serie de objetos que están al alcance de cada vez menos personas y que ya no sabemos ni si son válidos ni deseables". Es un "triunfar con las cartas que te han tocado en este mundo ya es una victoria". Y eso me reconforta viendo los retos que, como sociedad, tenemos que afrontar.

A todos los problemas que he mencionado, más los que cada uno puede sufrir a causa de su raza, clase o cuerpo y que, precisamente por eso, son también los problemas de todos, ahora se suma en Catalunya la represión del Estado. Nos está trayendo, y nos traerá, angustia y sufrimiento. No debemos cesar ni un solo momento de expresar el malestar que nos genera. Sin caer en el victimismo, sino utilizándolo para impulsar una opción de cambio. Podemos argumentar que, en muchas luchas sociales, hay que abrazar la infelicidad momentánea por el bien de una felicidad futura. Sin embargo, la precariedad de muchas de las posiciones sociales que habitamos hace que, por necesidad de seguir alimentando el malestar, debamos tener tiempo de esparcimiento. Es decir, que en algunos momentos quizás necesitaremos que los días, o las horas, sean felices para que el año sea bueno. Aunque no sea del todo feliz.

Así pues, que paséis un buen y feliz fin de año. O no. Enrabiaos si creéis que es lo mejor para vosotros o sentíos muy miserables para sentiros más fuertes para el día, el año, siguiente. En todo caso, cojamos fuerzas para el año que vendrá, que estamos muy cansados y bastante falta nos hace.